Antrop¨®loga A. M. Homes
La escritora estadounidense regresa al universo de familias disfuncionales y disecciona las tragedias de personajes memorables que nos interesan, pero no nos conmueven
Si tuvi¨¦ramos que elegir una consigna para resumir la mayor parte de la novel¨ªstica contempor¨¢nea de Estados Unidos, quiz¨¢s ser¨ªa la declaraci¨®n de Andr¨¦ Gide: "?Familias, os odio!". La generaci¨®n de los Davides y Jonathanes ¡ªJonathan Franzen, Jonathan Lethem, Jonathan Safran-Foer, y Dave Eggers, David Foster Wallace¡ª han publicado novela tras voluminosa novela en las que se proponen denunciar, una y otra vez, las disfunciones y peque?as tragedias de la familia norteamericana de hoy. Sus argumentos cuentan el aburrimiento, el alcoholismo, la violencia y frustraci¨®n sexual, el uso y abuso de drogas, el adulterio (no olvidemos que Estados Unidos es una naci¨®n puritana), los fraudes y mentiras, el fanatismo evang¨¦lico, los prejuicios raciales de su pa¨ªs: una consabida tem¨¢tica que se ha convertido en una caricatura de ese realismo que tan admirablemente explor¨® Zola en el siglo XIX. Sospecho sin embargo que, en los talleres literarios de Los Angeles y Boston, los modelos propuestos son menos Gide y Zola que las telenovelas y las sitcoms.
A. M. Homes, autora de unos diez libros hasta la fecha, es t¨¦cnicamente una escritora admirable. Sus cr¨®nicas familiares est¨¢n h¨¢bilmente construidas, su humor es ¨¢cido, sus observaciones sobre la vida cotidiana de sus conciudadanos est¨¢n hechas con ojo de antrop¨®loga. Sus personajes, como los de las mejores series televisivas, son memorables por su aspecto, su manierismo, su lenguaje ¡ªeste ¨²ltimo impecablemente traducido por Jaime Zulaika, quien ha sabido verter al castellano las idiosincrasias idiom¨¢ticas sin transformarlas en nativas de Andaluc¨ªa o Asturias¡ª. Baste un ejemplo, un momento de furia ciega que provoca un accidente mortal: "El puto todoterreno era como una gran nube blanca delante de m¨ª. No ve¨ªa por arriba, no ve¨ªa por los lados de la nube, no pude evitar estamparme contra ¨¦l como si fuera una pieza de aluminio barato, como una puta almohada gorda. El airbag me lanz¨® hacia atr¨¢s, me dio un golpe, me dej¨® atontado, y cuando al final me baj¨¦ del coche vi gente en el otro, aplastada como una lasa?a. El ni?o del asiento trasero no paraba de llorar. Me entraron ganas de darle un pu?etazo, pero su madre me miraba con unos ojos que se le saltaban de la cara".
Implacablemente, con el rigor fat¨ªdico de una tragedia griega, el argumento de Homes fluye desde un incidente m¨¢s o menos banal en el D¨ªa de Acci¨®n de Gracias a la satisfactoria conclusi¨®n un a?o despu¨¦s. S¨®lo que en el caso de Ojal¨¢ nos perdonen, el primer paso fatal no es el vaticinio que anuncia al padre de Edipo que ser¨¢ muerto por su hijo, sino el beso que una mujer da al hermano mayor de su marido en la cocina, al final de una cena de Acci¨®n de Gracias. Y el ¨²ltimo episodio no es el alfiler con el que Edipo se perfora los ojos, sino una nueva cena de Acci¨®n de Gracias, exactamente doce meses despu¨¦s. Durante el tiempo transcurrido, ocurren muertes violentas, accidentes, violencia conyugal, crisis adolescentes, infidelidades diversas, venganzas ins¨®litas y un sinf¨ªn de reproches y confesiones. Al cabo de 650 p¨¢ginas, nos hemos entretenido y asombrado, e inconscientemente buscamos el control remoto para apagar el televisor.
El argumento fluye desde un incidente m¨¢s o menos banal
Obviamente, Homes y sus cong¨¦neres tratan de entender, a trav¨¦s de sus ficciones, la compleja y cambiante sociedad en la que viven, con sus temores, epifan¨ªas, ritos, convenciones, dialectos, pol¨ªticas p¨²blicas y privadas. Todo escritor busca retratar su mundo, sea el antiguo Peloponeso, sea el Brooklyn de hoy. Pero ?qu¨¦ hace que un lector espa?ol, por ejemplo, busque enterarse de las peripecias y artima?as de estas criaturas, cuya identidad se define a trav¨¦s de un logo publicitario o un amor¨ªo electr¨®nico? La suerte de Edipo nos preocupa como tambi¨¦n la de los h¨¦roes ordinarios de Richard Ford y Alice Munro, y los oc¨¦anos o los a?os que nos separan de ellos no son obst¨¢culos ni fronteras, porque compartimos con ellos algo de m¨¢s peso que una marca de jean o una cuenta en Facebook. Algo que hace a la condici¨®n humana, que eleva o profundiza eso que, al fin y al cabo, no es m¨¢s que cotorreo de conventillo, como Stevenson defini¨® a la novela. Algo en la mara?a de palabras provoca en nosotros, sus lectores, no s¨®lo curiosidad e inter¨¦s, sino tambi¨¦n horror y compasi¨®n: aquello que Ulises siente cuando Atena le dice (en el Ayax de S¨®focles) que su enemigo ha perdido la raz¨®n: ¡°Me conmuevo por ¨¦l, pobre infeliz, a pesar de que fuera mi enemigo. Su suerte es como la m¨ªa, porque veo en ¨¦l, como en todos los que estamos vivos, que no somos m¨¢s que fantasmas y sombras pasajeras¡±. Los personajes de Homes, en cambio, con sus locuras e infelicidades, nos interesan, pero no nos conmueven.
Ojal¨¢ nos perdonen. A. M. Homes. Traducci¨®n de Jaime Zulaika. Anagrama. Barcelona, 2014. 650 p¨¢ginas. 24,90 euros
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