La conciencia bajo sospecha
Alej¨¢ndose de los escenarios hist¨®ricos y colectivos, E. L. Doctorow, siempre al borde del riesgo, se centra en la introspecci¨®n individual en una obra cautivadora y brillante
A Doctorow jam¨¢s le ha importado asumir riesgos como el de escribir lo que le viene en gana aceptando que sus muchos y fieles lectores puedan acusarle de haber traicionado su estilo, de haberse salido del ra¨ªl que eligi¨® aceptando un presunto descarrilamiento que, desde luego, no es tal. El neoyorquino, que dada la desaparici¨®n de Updike y Mailer, la jubilaci¨®n voluntaria de Philip Roth y el prol¨ªfico desgaste de Joyce Carol Oates, podr¨ªa estar m¨¢s cerca del Nobel, se ha alejado en su ¨²ltima novela de sus maravillosas manipulaciones de la ficci¨®n hist¨®rica en El libro de Daniel (1971), acerca del caso Rosenberg y de la izquierda pol¨ªtica en EE?UU; Ragtime (1975), la historia de Nueva York entre 1900 y la Primera Guerra Mundial (con Freud, JP Morgan y Houdini col¨¢ndose en su imaginaci¨®n), o La gran marcha (2005), que recrea la operaci¨®n militar del general Sherman en las postrimer¨ªas de la guerra civil americana.
En El cerebro de Andrew abandona el escenario hist¨®rico y se centra en la conciencia humana en estos tiempos revueltos de paranoias e incertidumbres, esto es, prefiere la introspecci¨®n individual a la prospecci¨®n colectiva. Tiene por lo menos un precedente en su novela coral La ciudad de Dios (2000), otro ejercicio singular de reflexi¨®n espiritual, un punto aleg¨®rico y absurdo pero ah¨ªto de creatividad pese a verse ciertamente alejado de tentaciones comerciales, pero no cabe la menor duda de que constituye un punto de inflexi¨®n en su exigente e impecable trayectoria. Doctorow se expone con un tratamiento que alguien tildar¨¢ de abstruso porque combina psicolog¨ªa, metaf¨ªsica y altas dosis de especulaci¨®n acerca de la confusi¨®n del simulacro, la conciencia bajo sospecha y la deleble demarcaci¨®n que separa la memoria inventada de una realidad enga?osa. Y Doctorow se arriesga con una t¨¦cnica mixta dominada por el mon¨®logo confesional, un poco a la manera de Lolita, de El guardi¨¢n entre el centeno, de Roth en El mal de Portnoy, de Tabucchi en Se est¨¢ haciendo demasiado tarde o de Memoria de elefante, de Lobo Antunes, y afinada con la conflictiva conciencia dubitativa y el desvalimiento de la fracasada identidad del protagonista, que tal vez a alg¨²n lector le recuerde El hombre duplicado, de Saramago, y que es probable que al propio Doctorow le recuerde a Moses Herzog del maestro Saul Bellow. De ambos desaf¨ªos sale m¨¢s que airoso porque escribe como pocos y porque s¨®lo publica cuando cree valioso lo que escribe. Roth sintetiz¨® y trascendi¨® su narrativa acostumbrada desde Everyman (2006), atenuando su sarcasmo y refugi¨¢ndose en la meditaci¨®n disfrazada de ficci¨®n; Auster escribi¨® toda una alegor¨ªa de la creaci¨®n para connaisseurs, Viajes por el Scriptorium (2006), espl¨¦ndida pero extra?a obra conceptual que sucedi¨® sin ambages a una novela ¡°para todos los p¨²blicos¡± y fuerza comercial como Brooklyn Follies (2005), que s¨ª era un Auster qu¨ªmicamente puro. Doctorow tampoco se aferra a f¨®rmulas convencionales de autor-marca y escribe sin ataduras a su propio estilo.
La conciencia de Zeno, de Italo Svevo, sin div¨¢n ni psicoan¨¢lisis militante, pero con un posible psiquiatra destinatario del mon¨®logo de Andrew, que interrumpe aqu¨ª y all¨ª para tratar de que las digresiones cesen y vuelva la?trama al redil, deviene La conciencia de Andrew. Una novela fuertemente verbal y ret¨®rica, en la que el discurso apenas interrumpido, enmara?ado y ambiguo parece redimir a su protagonista a la vez que desconcierta felizmente a un lector que disfruta transitando el laberinto mental del cient¨ªfico cognitivo Andrew, atrapado en un lugar ignoto entre incontables espejos que reflejan su conciencia convirti¨¦ndola en un caleidoscopio. Andrew no es un narrador fiable, es un mistificador, un embaucador. Habla para reencontrarse, perdido como est¨¢ en los entresijos de su mente. Explica que su joven esposa Briony muri¨®, que su beb¨¦ hu¨¦rfano lo conden¨® a un malestar imperecedero, que el marido de su exmujer Martha lo perturba, que se implic¨® en asuntos de Estado. Regresa a esos mismos traumas, no alcanza a dejar de sentirse culpable, act¨²a de fun¨¢mbulo entre la verdad y la ficci¨®n. El lector piensa en la prevalencia del discurso sobre la historia, en que el protagonista hace tiempo que ha dejado de ser Andrew y ha pasado a ser el cerebro humano y su dist¨®pico paisaje de encrucijadas y enigmas. Y entonces se pierde en su discurso renqueante y tramposo, desasosegante y seductor a partes iguales, como la novela en s¨ª, que a algunos les parecer¨¢ demasiado abierta o falsaria, y otros, en cambio, aplaudir¨¢n su densidad y su congruente extravagancia. En cualquier caso es ps¨ªquica, conjetural, cautivadora, brillante. Tantalizing, dir¨ªa Andrew.
Se?or Doctorow, d¨ªgale de nuestra parte a su atormentado Andrew que se mejore, aunque su patolog¨ªa nos ha cautivado¡ tal vez porque tarde o temprano, en esta sociedad desquiciada, ser¨¢ tambi¨¦n la nuestra.
El cerebro de Andrew. E. L. Doctorow. Traducci¨®n de Isabel Ferrer y Carlos Milla. Miscel¨¢nea-Roca Editorial. Barcelona, 2014. 174 p¨¢ginas. 16,90 euros
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