Viva lo impensable
Alfredo Sanzol firma y dirige ¡®La calma m¨¢gica¡¯, un texto divertido, misterioso y emocionante, interpretado por un no menos estupendo reparto
El teatro de Alfredo Sanzol comienza con el tr¨¦molo de placer anticipado de los viajes sorpresa. En sus obras nunca sabes lo que va a pasar, porque sus personajes siempre est¨¢n a las puertas de la aventura, la poes¨ªa, la imaginaci¨®n, el cambio. Sanzol nunca niega nada porque ha sabido mantener la mirada del ni?o, permanentemente extra?ado y maravillado por los sorprendentes recodos (y recados) de la vida. La calma m¨¢gica,estrenada en el Valle-Incl¨¢n en coproducci¨®n del CDN con la estupenda gente de Tanttaka Teatroa, es una comedia de vericuetos enigm¨¢ticos, muy divertida, llena de ritmo y emoci¨®n, porque su autor es un maestro a la hora de pasar del humor al dolor, y viceversa, sin que advirtamos el tr¨¢nsito.
A menudo, ante el teatro de Sanzol he pensado en los cuentos de Pere Calders y Roald Dahl, o en el ensue?o melanc¨®lico de Mihura. Esta vez he cre¨ªdo ver, flotando entre los ¨¢rboles, la sonrisa ben¨¦vola e inquietante, casi japonesa, de Adolfo Bioy Casares, el Bioy leve y profundo de La aventura de un fot¨®grafo en La Plata y Dormir al sol.
Oliver (I?aki Rikarte) quiere dejar el teatro y entrar a trabajar en una oficina para tener un ¡°puesto seguro¡±, pero Olga (Mireia Gabilondo), su futura jefa, le ofrece hongos alucin¨®genos a los diez minutos de charla. No sabemos si lo que sucede luego es una alucinaci¨®n o que la vida es pura y simplemente alucinatoria. Lo ¨²nico que contar¨¦ es la premisa de despegue: a Oliver le graban durmiendo en la oficina y se obsesiona con hacer lo que sea para impedir la difusi¨®n del v¨ªdeo. Si Sanzol se hubiera limitado a narrarnos esa peripecia seguro que habr¨ªa levantado una comedia paranoica muy brillante, en la l¨ªnea de Yasmina Reza. Esa historia est¨¢ (tranquilos, se?ores programadores), pero no es la ¨²nica ni much¨ªsimo menos: los adictos a sus obras no ignoran que una situaci¨®n c¨®mica acostumbra a llevar en la tripa una amenaza creciente. O una puerta secreta que no sabemos en qu¨¦ sentido se abrir¨¢.
Hay muchos viajes en este espect¨¢culo. Para ubicarlos, al escen¨®grafo Alejandro And¨²jar le ha bastado con una caja de madera clara y cuatro sillas (bueno, y un inesperado elemento de utiler¨ªa que ya descubrir¨¢n y que les partir¨¢ el coraz¨®n). Oliver, el ultraneur¨®tico protagonista de la funci¨®n, tiene mucho de personaje ruso. Dostoievskiano, por m¨¢s se?as, aunque si La calma m¨¢gica fuera una pel¨ªcula francesa, ese papel le ir¨ªa de perlas al joven Jean-Pierre L¨¦aud. Sanzol juega a convertirlo en su alter ego, y ya se sabe que cuando un autor hace eso suele echar en el saco lo que menos le gusta de s¨ª mismo o lo que m¨¢s teme: solo los muy vanidosos (o los muy bobos) se retratan como ¨¢ngeles apol¨ªneos y sin sombras, es decir, con escaso inter¨¦s dram¨¢tico. I?aki Rikarte consigue que a ratos quieras aporrear a Oliver, pero que al mismo tiempo aplaudas su empecinada y furiosa dignidad, su anhelo de alcanzar la estatura de su vida, como en el bolero, seg¨²n ejemplifica en el fant¨¢stico mon¨®logo que cierra su irrupci¨®n nocturna. No es poco logro actoral mantener alta esa dicotom¨ªa.
Aitor Mazo ha de pechar con el rol m¨¢s antip¨¢tico de la historia. Mart¨ªn, ultramacho y arrogante, es un zote depredador al que no cuesta comprender porque el autor le da razones para hacer lo que hace. Y le escribe tambi¨¦n un precioso pasaje: cuando logra reconocer su debilidad, su m¨¢s profundo miedo. No es, pues, un personaje de una pieza, y al final de su viaje obtiene el regalo de una ense?anza. Mazo, que estaba estupendo en La verdad, el vodevil que dirigi¨® Flotats en el Alc¨¢zar, defiende admirablemente a Mart¨ªn, pero a ratos (¨²nica pega) muestra una cierta afectaci¨®n gestual que, en mi opini¨®n, no es necesaria y emborrona el dibujo.
En el mundo de Sanzol siempre me parecen m¨¢s complejas y afianzadas las mujeres, tal vez porque las observa y las entiende mejor. Estoy a punto de entrar de hoz y coz en una generalizaci¨®n, pero qu¨ªtenle ustedes unos cuantos enteros: los hombres de sus comedias suelen ser cabezones, venados que golpean la pared, mientras las mujeres ven la ventana que hay al lado y la atraviesan. No es que sean m¨¢s sensatas: es que quiz¨¢s su locura es m¨¢s alegre o m¨¢s sabia, que viene a ser lo mismo. A favor de mi argumento a?adir¨¦ que abundan las mujeres extraordinarias en su teatro: Sandra en Aventura, la ni?a Nagore de En la luna, la joven madre futura de D¨ªas estupendos. Sanzol no las mitifica ni las sentimentaliza. No son ¡°m¨¢gicas¡± (como le preguntaba L¨¦aud ¡ªhoy me ronda L¨¦aud¡ª a Jacqueline Bisset en La noche americana, de Truffaut), pero conocen la magia. Y, a diferencia de sus compa?eros masculinos, son imprevisibles. Cerrando el c¨ªrculo podr¨ªa decir que son, en fin, como las obras de Sanzol.
En La calma m¨¢gica hay tres personajes femeninos. Olivia es Sandra Ferr¨²s, a la que creo que no ve¨ªa desde Las bicicletas son para el verano, y que est¨¢ llena de gracia y pasi¨®n. Y vuelo emotivo: ah¨ª queda la escena de su primer viaje. Con Olga uno no sabe por d¨®nde le da el aire ni por d¨®nde va a salirte, cosa siempre muy buena en teatro. En manos de una actriz menos dotada, ese personaje caer¨ªa por una pendiente par¨®dica (clich¨¦ neoespiritual) o se quedar¨ªa en mera p¨¢jara pinta. Y no. No, porque est¨¢ muy bien escrito, y porque Mireia Gabilondo lo sirve, escena a escena, con fuerza tranquila y una constante verdad: eminente actriz, a la que hasta ahora no hab¨ªa tenido el placer de ver en teatro, pese a su larga trayectoria. Completa el terceto Aitziber Garmendia en un breve pero delicioso papel: la abogada que sale (literalmente) de un caj¨®n, hada imprevista, para dar un consejo capital al atribulado Oliver.
Me pareci¨® que en el tercio final hab¨ªa un exceso de giros. Quiz¨¢s sea una centrifugaci¨®n necesaria para llegar a la calma, al reencuentro con el padre. Inesperado final, uno de los m¨¢s conmovedores que he visto ¨²ltimamente. Tranquilos, no voy a contarlo: hay que escuchar lo que ah¨ª se dice y c¨®mo se dice. Yo he vuelto a ver al padre de Sanzol, en Pamplona, casi danzando en su silla de ruedas de pura vida, con los ojos luminosos y la sonrisa limpia de un explorador. Le recuerdo vivo gracias a su hijo, que le ha convocado, le ha hecho hablar, le ha hecho brillar de nuevo en esta funci¨®n. Para eso, entre otras grandes cosas, suele servir el arte.
La calma m¨¢gica. Texto y direcci¨®n: Alfredo Sanzol. Int¨¦rpretes: Sandra Ferr¨²s, Mireia Gabilondo, Aitor Mazo. Teatro Valle-Incl¨¢n. Madrid. Hasta el 9 de noviembre.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.