Mil a?os de esplendor y persecuci¨®n
El Museo de la Historia de los Jud¨ªos Polacos, en Varsovia, abre su exposici¨®n permanente, que reivindica un pasado brillante sin obviar el problema antisemita
En el coraz¨®n del museo est¨¢n las llamas. La exposici¨®n permanente del Museo de la Historia de los Jud¨ªos Polacos se inaugura el pr¨®ximo martes en Varsovia dando sentido al impresionante edificio y con la aspiraci¨®n de convertirse en uno de los nuevos hitos culturales de Europa. La muestra, que espera lograr medio mill¨®n de visitantes al a?o, tiene su centro de gravedad, inevitablemente -aunque est¨¢ consagrada a restaurar la memoria completa de mil a?os de historia-, en el espacio dedicado al Holocausto. No en balde el 90 % de la poblaci¨®n jud¨ªa de Polonia, tres millones de ciudadanos polacos jud¨ªos, fueron asesinados durante la ocupaci¨®n alemana en la Segunda Guerra Mundial. Actualmente hay solo 8.000.
Se ha optado, sin embargo, por explicar la tragedia, a diferencia de otros museos dedicados espec¨ªficamente a la Shoah, de manera sobria y sin efectismos, casi de forma abstracta, un ejercicio de memoria hecho, m¨¢s que de fotos de pilas de cad¨¢veres, de palabras: los diarios de Adam Czerniakow, l¨ªder del consejo jud¨ªo del gueto de Varsovia (suicidado en 1942) y los de Emanuel Ringelblum (el gran art¨ªfice de la memoria del gueto, asesinado en 1944), los nombres de los 600 guetos polacos o largas listas de sentencias de muerte. De hecho, las fotos m¨¢s terribles son muy peque?itas: las tan ic¨®nicas de la destrucci¨®n del gueto de Varsovia por el general de las SS J¨¹rgen Stropp tomadas por los propios nazis o las de los crematorios de Auschwitz realizadas secretamente por miembros del Sonderkommando y enviadas a la resistencia polaca (en un tubo de pasta dent¨ªfrica) para probar las atrocidades. Algunos, pocos, objetos, como una granada y un ladrillo (!) de los combatientes jud¨ªos recuperados de las ruinas del gueto de Varsovia o una placa indicativa del campo de exterminio de Belzec, jalonan el recorrido. Este se hace en un punto sobre planchas met¨¢licas que resuenan siniestramente, entre paredes que se estrechan o sobre un puente que recrea el de la calle Chlodna que pasaba sobre el gueto y permite al visitante tener la doble perspectiva del jud¨ªo abajo o del no jud¨ªo, arriba. Una escalera con nombres de otras calles del gueto en cada pelda?o sugiere las redadas barrio por barrio.
De la misma manera, sin alzar la voz, sin aspavientos, con la fuerza de los testimonios, se recuerda la tibieza general de los polacos gentiles con respecto a la (mala) suerte de sus compatriotas jud¨ªos en ese periodo, cuando los lobos secuestraban a sus hermanos como dir¨ªa el poeta Adam Zagajewski. ¡°Pocos arriesgaron sus vidas, algunos denunciaron a los jud¨ªos o los asesinaron ellos mismos¡±, se lee en la exposici¨®n, ¡°y la mayor¨ªa permaneci¨® indiferente a sus sufrimientos¡±. Ese reproche, muy claro, vindicativo y que resuena especialmente duro hoy en medio de Varsovia, se acompa?a de las minuciosas descripciones de la masacre de Jedwabne, donde en 1941 los polacos asesinaron a cientos de sus vecinos jud¨ªos mientras los nazis miraban y aplaud¨ªan ¨Cla exposici¨®n apunta que la presencia del ej¨¦rcito alem¨¢n signific¨® la oportunidad en varias comunidades para librarse de vecinos y competidores molestos y quedarse con sus propiedades-, y del pogromo de Kielce, en 1946, cuando el tan viejo rumor de que hab¨ªan secuestrado a un ni?o cristiano provoc¨® la matanza de 42 jud¨ªos en un bloque de la calle Planty, entre ellos varios supervivientes de Auschwitz que hab¨ªan regresado a casa. El museo, no obstante, recuerda que la ayuda a los jud¨ªos durante la ocupaci¨®n estaba castigada con la muerte, que en Polonia no hubo, pese a todo, colaboracionismo organizado como en otros pa¨ªses de Europa (como Francia) y que el ej¨¦rcito clandestino polaco contaba con una secci¨®n de auxilio a los jud¨ªos. No est¨¢ de m¨¢s a?adir que de los 21.000 Justos entre las Naciones reconocidos en Yad Vashem por su salvamento de jud¨ªos, 6.000 ¨Cel grupo nacional m¨¢s grande- son polacos.
Tres millones de jud¨ªos polacos fueron asesinados. Hoy hay 8.000
Descubrir de qu¨¦ manera el museo, nacido de la conjunci¨®n de esfuerzos entre el Gobierno polaco y diferentes organizaciones y mecenas jud¨ªos, iba a contar los cap¨ªtulos m¨¢s desagradables de la larga y tan a menudo conflictiva coexistencia entre la comunidad jud¨ªa polaca y las otras, especialmente la mayoritaria cat¨®lica, de gran tradici¨®n antisemita y proclive al pogromo, era la gran inc¨®gnita (y en buena medida el morbo) del nuevo centro, que se alza en terrenos literalmente de ceniza. Efectivamente, el museo, denominado familiarmente Polin (que es como llaman los jud¨ªos a Polonia), ha sido construido en un solar que fue parte del antiguo y asolado gueto de Varsovia, pr¨¢cticamente en el mismo sitio donde se encontraba al final el Judenrat, el consejo jud¨ªo que lo gobernaba por orden de los alemanes y a tiro de piedra de la c¨¦lebre calle Mila cuyo n¨²mero 18 fue uno de los lugares de resistencia y se convirti¨® en emblema de la valerosa y desesperada lucha contra los nazis.
El precioso y luminoso edificio, dise?ado por el estudio finland¨¦s Lahdelma & Mahlam?ki e inaugurado en abril de 2013, se encuentra, dialogando con ¨¦l, frente al famoso monumento de 1948 a los h¨¦roes del gueto, dedicado a la insurrecci¨®n de los jud¨ªos en 1944 (y ante el que Willy Brandt se arrodill¨® en un gesto hist¨®rico en 1970). Seg¨²n los creadores del museo, este completa la historia del lugar: mientras el monumento conmemora a los jud¨ªos polacos que murieron, el nuevo centro quiere ser principalmente un recuerdo de c¨®mo vivieron. As¨ª lo explicaba durante una reciente visita Barbara Kirhenblatt, responsable principal de la exposici¨®n permanente.
La muestra, a la que se accede tras atravesar el imponente vest¨ªbulo del museo -con una arquitectura org¨¢nica que sugiere la apertura b¨ªblica del Mar Rojo-, en cuya puerta puede verse, por cierto la preceptiva mezuz¨¢ (cajita con plegarias) de las casas jud¨ªas, arranca en un bosque: el de la leyenda que cuenta la llegada de los jud¨ªos a Polonia. A trav¨¦s de diferentes salas, prolijas en informaci¨®n (a veces demasiado), en ingl¨¦s, polaco y hebreo, el visitante recorre (¡°surfeando, nadando o buceando¡±, seg¨²n Kirhenblatt) los mil a?os de la historia de la presencia de los jud¨ªos en el pa¨ªs: desde la Edad Media y el primer testimonio, dejado en 960 precisamente por un mercader jud¨ªo espa?ol, Ibrahim Ibn Yakub, hasta la actualidad, con hitos como el estatuto de Kalisz (1204), una verdadera carta de las libertades jud¨ªas en Polonia, que establec¨ªa un marco legal para su presencia, o la Edad de Oro que signific¨® para los hebreos el primer siglo de la Commonwealth polaco-lituana (1569-1648), cuando se conoci¨® el territorio de las dos coronas unidas como el Paradisus Judaeorum, el para¨ªso de los jud¨ªos, acabado a sangre y fuego con la rebeli¨®n de Chmielnicki y los cosacos y t¨¢rtaros, cuando un tercio de la comunidad jud¨ªa fue asesinada, ¡°la mayor cat¨¢strofe entre la destrucci¨®n del Templo y el Holocausto¡±.
El papel econ¨®mico de los jud¨ªos polacos, el desarrollo de su cultura y su vida espiritual, el debate religioso e identitario, sus grandes personajes (rabinos, intelectuales, empresarios o militares, de Israel Ba¡¯al Shem Tov a Slonimski y Kosciuszko, sin olvidar a Berek Joselevicz, l¨ªder de un regimiento de caballer¨ªa jud¨ªo en 1794, ?la primera unidad militar jud¨ªa en la historia de la di¨¢spora!), su inserci¨®n en el contexto de la sociedad, el sionismo, el antisemitismo y los pogromos, son seguidos pormenorizadamente en los 4.200 metros cuadrados de exposici¨®n.
Una sala muestra la vida en un pueblo jud¨ªo en los siglos XVII-XVIII, e incluye la asombrosa reconstrucci¨®n del techo y la bimah, el p¨²lpito, de la sinagoga de Gwozdziec, una de las grandes atracciones del museo. Otra sala recrea una calle jud¨ªa de la Varsovia de principios del siglo XX. Y otra una estaci¨®n de tren del XIX, recordando que, parad¨®jicamente, fueron industriales jud¨ªos los que desarrollaron el ferrocarril polaco¡ Se ha hecho una apuesta grande por los sistemas multimedia y la exposici¨®n incluye 170 objetos hist¨®ricos. Especial intensidad ¨Caparte de las salas del Holocausto- presenta la secci¨®n sobre la efervescencia cultural en el periodo de entreguerras, cuando se multiplican los peri¨®dicos jud¨ªos y alcanzan su c¨¦nit la m¨²sica, el teatro y el cine en yiddish. Tras la guerra, la devastada comunidad jud¨ªa polaca sufri¨® persecuciones de los estalinistas y los antiestalinistas. En 1968 a¨²n se acusaba a los jud¨ªos en televisi¨®n (el programa se puede ver en la muestra) de estar detr¨¢s de los disturbios universitarios o de ser ¡°agentes del imperialismo¡±. O, por el otro lado, de formar parte de los verdugos de la polic¨ªa secreta del r¨¦gimen. Solidaridad pareci¨® marcar un final. Y Walesa declar¨® hist¨®ricamente que ¡°el levantamiento jud¨ªo del gueto de Varsovia fue el m¨¢s polaco de todos los levantamientos polacos". El recorrido acaba recordando ¡°la evidencia de la ausencia¡± de la otrora enorme comunidad jud¨ªa y proponiendo al p¨²blico una reflexi¨®n personal sobre el antisemitismo (¡°?soy yo antisemita?¡±).
La muestra recuerda los pogromos de Jedwabne y Kielce
La exposici¨®n, aunque a¨²n no abierta al p¨²blico, ya ha originado debate. Pawel Spiewak, director del Instituto Hist¨®rico Jud¨ªo (el mayor depositario de patrimonio judeopolaco del mundo y como tal colaborador esencial del museo), expres¨® a este diario su insatisfacci¨®n con el discurso del mismo, que est¨¢ demasiado subordinado, dijo, a la historia polaca y ¡°adolece de falta de informaci¨®n en historia y religi¨®n jud¨ªas¡±. Spiewak, que fue miembro del Parlamento, considera que en la actualidad no puede hablarse ya pr¨¢cticamente de antisemitismo abierto en Polonia ya que nadie en todo el espectro pol¨ªtico lo acepta. Numerosos proyectos por todo el pa¨ªs se empe?an en recuperar la memoria de las comunidades exterminadas, incluyendo la restauraci¨®n de sinagogas y cementerios, como una forma de lucha contra el olvido, de la que el Museo de la Historia de los Jud¨ªos Polacos aspira a ser una pieza fundamental.
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