Una de romanos
En el siglo XIX, un grupo de rebeldes que destru¨ªa la nueva maquinaria industrial en los talleres porque eliminaba puestos de trabajo, en lugar de seguir a un jefe carism¨¢tico opt¨® por inventarse uno que como no exist¨ªa no pod¨ªa decepcionarles: as¨ª inventaron a Ned Ludd y ellos fueron llamados luditas. Marx los refut¨® con cierto desprecio. Algunos estudiosos piensan que Espartaco, el esclavo que encabez¨® una rebeli¨®n contra el Imperio romano cuando Julio C¨¦sar era a¨²n joven, tambi¨¦n tuvo m¨¢s de f¨¢bula que de realidad: sus seguidores le mitificaron como s¨ªmbolo de su lucha y cronistas propensos a lo sensacional agrandaron su capacidad estrat¨¦gica y sus triunfos militares contra las legiones imperiales. Lo cierto es que los esclavos quer¨ªan escaparse y en el furor de su huida desesperada sorprendieron sangrientamente a algunas guarniciones adormiladas, hasta que el ej¨¦rcito regular puso las cosas en su sitio. No hubo milagro emancipador, s¨®lo el sobresalto de una an¨¦cdota.
En ¡®Yo soy Espartaco¡¯, Kirk Douglas narra el fin de las listas negras al reconocer la labor del guionista Dalton Trumbo
Ignoro si esta versi¨®n reductora de lo sucedido es m¨¢s exacta que la hagiograf¨ªa, aunque instintivamente no me resulta simp¨¢tica. En todo caso da igual, porque para nosotros Espartaco no est¨¢ en los legajos de antiguos historiadores ni siquiera en la memoria exaltada de algunos grupos radicales, sino en la pantalla: es el enorme p¨¦plum dirigido por Stanley Kubrick, conmovedor y vibrante de aventuras, y es Kirk Douglas contra Lawrence Olivier, es la valiente ternura de Jean Simmons y sobre todo es un multitudinario grito de sublevaci¨®n afirmativa contra el filo de la muerte: ?yo soy Espartaco! Sin duda el cine habr¨¢ dado pel¨ªculas m¨¢s art¨ªsticas o profundas, pero ninguna m¨¢s dif¨ªcil de olvidar. Me resisto a creer que cualquiera que haya disfrutado con ella est¨¦ dispuesto a cambiarla por los criterios desmitificadores de algunos eruditos¡
De modo que disponer de un libro que narre su making off y las dificultades que debieron vencerse para realizarla, es un aut¨¦ntico regalo para los aficionados. Por lo general este tipo de estudios retrospectivos ¡ªhan pasado ya m¨¢s de cincuenta a?os de su estreno¡ª los suele escribir alg¨²n joven estudioso entusiasta, bas¨¢ndose en los archivos. Pero Yo soy Espartaco (ed. Capit¨¢n Swing) viene firmado por el propio Kirk Douglas, ya largamente nonagenario: ?es como si el mism¨ªsimo Aquiles nos hubiera dejado su versi¨®n de la Il¨ªada! Y adem¨¢s narra eficazmente el subtexto libertario que acompa?a a la cr¨®nica de los esclavos insurgentes, porque el reconocimiento expl¨ªcito de Dalton Trumbo como guionista gracias a la firmeza de Kirk Douglas y pocos m¨¢s marc¨® el final de las vergonzosas listas negras que hab¨ªan marginado a tantas personas de talento por culpa del senador McCarthy y gentuza inquisitorial semejante. No es esta simplemente una obra edificante, moral y pol¨ªticamente (aunque tambi¨¦n, por qu¨¦ no¡), sino sumamente divertida: las semblanzas de los actores protagonistas, descritos con el candor a veces malicioso de la familiaridad, las angustias matrimoniales de Olivier, los pujos narcisistas de Peter Ustinov y Charles Laughton, la frialdad minuciosa de Kubrick, que acab¨® firmando esta pel¨ªcula ardiente que no se le parece, y sobre todo el excelente retrato del propio Dalton Trumbo, obstinado pero tolerante, una v¨ªctima nada resignada de la estulticia persecutoria¡ convierten Yo soy Espartaco en una lectura cautivadora. Por cierto, all¨ª nos enteramos de que la emblem¨¢tica secuencia de los esclavos ya vencidos que se rebelan una vez m¨¢s y se identifican clamorosamente con Espartaco para no delatarle fue propuesta por Kirk Douglas y desde?ada por Kubrick¡ Quien nunca se haya equivocado, que tire la primera piedra.
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