La duquesa
A la duquesa de Alba no la ha pintado un esmerado y tozudo artista, la ha pintado Telecinco en sus tertulias de mesa camilla y los programas de sobremesa mal llamados del coraz¨®n
La duquesa de Alba ha muerto sin tener un Francisco de Goya que la pintara. A la duquesa de Alba no la ha pintado un esmerado y tozudo artista que rondaba la Corte para sostener la genialidad de su pincel y su arte contra viento y marea, y hasta contra su propio pa¨ªs, al fin y al cabo muri¨® en el exilio como tantos otros talentos. No. A la duquesa de Alba la ha pintado Telecinco en sus tertulias de mesa camilla. A la duquesa de Alba la han pintado los programas de sobremesa mal llamados del coraz¨®n con sus micr¨®fonos a pie de coche, a la salida de los toros, en el posado fotogr¨¢fico de entrada a alg¨²n sarao. Es el signo de los tiempos. Podemos lamentarnos, pero es tan in¨²til como escupirle al reloj. Nadie sabe si en el futuro para ofrecer un retrato preciso de su XVIII heredera, habr¨¢ que recurrir a una exposici¨®n en palacio de pantallas de tele donde salga ella con su voz herida contestando preguntas y bailando en la boda tard¨ªa donde se gan¨® al pa¨ªs.
Porque en un pa¨ªs empobrecido y tocado, donde hay ni?os que ya no hacen tres comidas, la aristocracia tradicional no le ha hecho ni un gui?o solidario al siglo XXI. Y sin embargo la m¨¢s renombrada cabeza de familia latifundista se ha metido en el bolsillo al pueblo llano, que es m¨¢s bien un pueblo pedregoso y lleno de pliegues y a menudo poco previsible en sus filias y fobias. Su popularidad lleg¨® por la rebeli¨®n en la ancianidad, por sacudirse el yugo del retiro cuando ya le tocaba dejar paso a las portadas de los hijos, por renunciar a la discreci¨®n y casarse en la edad en que a uno se le fractura la cadera con tan solo estornudar. No conocen los espa?oles, a los que se aparenta tener tan informados, ni una pizca de las an¨¦cdotas profundas de la duquesa de Alba, que dan para una sobremesa de cena hasta las claritas del d¨ªa. No son aptas, me temo, para menores de edad y el espectador televisivo espa?ol, no nos confundamos pese a la apariencia libertaria, es siempre tratado por las cadenas como menor de edad. Ha sido ese amor de Espa?a por lo estrafalario, ese cari?o por quien le regala espect¨¢culo y feria, el que se ha expresado de nuevo.
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