Lugares p¨²blicos
Cuanto menos se consideren los hechos, con rigor contrastado, m¨¢s prevalecer¨¢n los exabruptos, la incompetencia pr¨¢ctica en el ejercicio del poder, los desatinos colectivos
Como dentro de poco me ir¨¦ para una larga temporada, paseo por unas cuantas ciudades espa?olas fij¨¢ndome instintivamente en lo que m¨¢s me gusta, en lo que se me volver¨¢ m¨¢s valioso cuando lo examine en el recuerdo y tal vez lo a?ore. Es raro hablar afirmativamente de algo en Espa?a, quiz¨¢ porque la toxicidad de la atm¨®sfera pol¨ªtica lo impregna casi todo, y la pol¨ªtica se hace en nuestro pa¨ªs sobre todo a base de furiosas negaciones, cuya finalidad parece m¨¢s irritar al contrario que comprender la realidad y buscar maneras racionales y no delirantes de mejorarla. Observar la realidad con sentido com¨²n y con las herramientas adecuadas para evaluarla ¡ªm¨¢s n¨²meros y menos palabras, quiz¨¢¡ª parecer¨ªa la condici¨®n m¨ªnima para formar opiniones personales y tomar decisiones pol¨ªticas; adem¨¢s, cuanto m¨¢s informaci¨®n objetiva se maneje, m¨¢s f¨¢cil ser¨¢ ponerse de acuerdo en lo evidente y reducir a sus t¨¦rminos adecuados y beneficiosos el espacio para la discordancia. Como dec¨ªa el senador dem¨®crata Daniel Patrick Moynihan, las personas tienen pleno derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos. Y cuanto menos se consideren y se eval¨²en los hechos, con rigor contrastado, m¨¢s prevalecer¨¢n los exabruptos, la incompetencia pr¨¢ctica en el ejercicio del poder, los desatinos colectivos.
Estas semanas de viajes me ha acompa?ado por los hoteles y los trenes un libro pavoroso, Terror y utop¨ªa: Mosc¨² en 1937, de Karl Schl?gel, traducido por Jos¨¦ An¨ªbal Campos para Acantilado. Con su bibliograf¨ªa enorme y sus notas copiosas, el libro tiene casi mil p¨¢ginas, y casi ninguna de ellas deja de ser aterradora. Schl?gel concentra su lupa erudita de historiador en una sola ciudad, en un solo a?o, el del despliegue m¨¢ximo de las purgas de Stalin, fij¨¢ndose en detalles singulares en los que nadie m¨¢s ha reparado: por ejemplo, en el estudio de ediciones sucesivas de los directorios y las gu¨ªas de tel¨¦fonos de Mosc¨², que de un a?o a otro sufr¨ªan variaciones espectaculares, seg¨²n arreciaba la carnicer¨ªa de las persecuciones y desaparec¨ªan de golpe millares de nombres.
Schl?gel cuenta el caso m¨¢s extremo que conozco de negaci¨®n pol¨ªtica de la realidad. A principios de enero de 1937 se emprendi¨® la tarea inmensa de completar el censo de toda la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Durante meses, los dirigentes del Partido Comunista y los medios oficiales ¡ªtodos¡ª hab¨ªan anticipado un aumento de poblaci¨®n que desbordar¨ªa a los pa¨ªses capitalistas, minados por la decadencia, y mostrar¨ªa el progreso de bienestar y riqueza logrado al cabo de 20 a?os de revoluci¨®n. Pero cuando llegaron los resultados, el censo se declar¨® secreto y los dem¨®grafos y estad¨ªsticos responsables de su organizaci¨®n fueron fusilados de inmediato o murieron en el cautiverio de los campos. La raz¨®n se supo muchos a?os despu¨¦s, cuando el censo escondido y nunca usado se rescat¨® de los archivos, en los a?os noventa. Result¨® que la poblaci¨®n real no hab¨ªa crecido hasta los 172 millones como tan triunfalmente se hab¨ªa anunciado, sino que se hab¨ªa reducido enormemente, por culpa de la guerra civil, de las hambrunas desatadas por la colectivizaci¨®n forzosa de la agricultura, de la mortalidad infantil, de las matanzas pol¨ªticas, de las condiciones atroces de vida en los campos de prisioneros en los que se reinvent¨® el trabajo esclavo para completar a pico y pala colosales obras p¨²blicas que en muchos casos no sirvieron de nada. Tan solo en 1933 hab¨ªan muertos seis millones de personas por encima de la media estad¨ªstica de defunciones.
El libro de Schl?gel agrava los insomnios de los hoteles. Nada mejor que los esl¨®ganes y los sambenitos para desacreditar las facetas inconvenientes de la realidad. Soy consciente de que todav¨ªa hoy, en Espa?a, habr¨¢ personas que me llamen reaccionario o incluso fascista ¡ªlos adjetivos son gratis¡ª por citar esos hechos, esas cifras ofensivas. Me acuerdo del dictamen de Orwell sobre el esfuerzo constante que es necesario para ver lo que est¨¢ delante de los ojos. No es casual que las ideas liberales y democr¨¢ticas surjan al mismo tiempo y m¨¢s o menos en los mismos lugares que el empirismo cient¨ªfico. No hay ciudadan¨ªa sin racionalidad. La vida del mayor n¨²mero posible de personas puede mejorarse duraderamente con pol¨ªticas a la vez imaginativas y sensatas que fortalezcan lo p¨²blico al mismo tiempo que respeten y protejan el albedr¨ªo individual, las iniciativas comunales de los ciudadanos.
En cada ciudad a la que voy visito librer¨ªas, bibliotecas, alg¨²n museo, espacios p¨²blicos. Es una obligaci¨®n c¨ªvica observar y denunciar lo que se ha hecho muy mal, pero no lo es menos celebrar lo bien hecho, agradecer lo logrado, velar para que no se degrade o se pierda. En Bilbao vuelvo a la extraordinaria biblioteca municipal de Bidebarrieta, con su lujo austero de maderas labradas, su atm¨®sfera de ilustraci¨®n liberal sostenida desde las guerras civiles del XIX, prolongada hasta ahora mismo. Y a la ma?ana siguiente, bajo una llovizna que no llega a ensombrecer la ciudad y le da brillos de charol al asfalto y resalta los amarillos de las hojas, paso unas horas en el admirable Museo de Bellas Artes, que tiene una sobriedad acogedora y contemplativa, solo alterada de vez en cuando no por masas de turistas errantes, sino por grupos de escolares que atienden explicaciones en castellano o en euskera. Conoc¨ª la Bilbao de finales de los a?os setenta, con su niebla de contaminaci¨®n, su herrumbre de decadencia industrial, sus muros sucios de pintadas celebrando el crimen: nadie habr¨ªa imaginado entonces que Bilbao pudiera convertirse en la ciudad que es ahora y no en otra versi¨®n espectral de Detroit.
El espacio p¨²blico de una plaza o una calle es el mismo de la librer¨ªa y de la biblioteca. Libros tangibles y presencias humanas reales corrigen el ensimismamiento de lo virtual, el hipnotismo solitario de las superficies lisas y las pantallas luminosas. Librer¨ªas mejores que la mayor parte de las que sobreviven en Nueva York pueden encontrarse en capitales espa?olas que no son ni Barcelona ni Madrid. Me acordar¨¦ de la librer¨ªa Ramon Llull, de Valencia; de Ant¨ªgona y de Los Portadores de Sue?os, en Zaragoza; de la espl¨¦ndida Luz y Vida, en Burgos: cada una de ellas regentada por libreros vocacionales y tenaces, tan entregados a su trabajo como los bibliotecarios al suyo en las bibliotecas p¨²blicas. He vuelto a la Jaume Fuster en la plaza de Lesseps de Barcelona, con su limpia arquitectura de paredes blancas y ventanales, y a la gran biblioteca de Toledo, colgada tibetanamente sobre los barrancos del r¨ªo y los murallones del Alc¨¢zar. En Burgos, en un sal¨®n de actos del Museo de la Evoluci¨®n Humana, me he encontrado con una comunidad, mayoritariamente femenina, de clubes de lectura, y despu¨¦s me he dejado guiar por Juan Luis Arsuaga, cada vez m¨¢s despeinado, m¨¢s canoso, m¨¢s sabio, m¨¢s entusiasta de la actualidad del paleol¨ªtico, a trav¨¦s de los espacios interiores de ese edificio, uno de los que m¨¢s me gustan de Juan Navarro Baldeberg.
Tantas cosas logradas, con tanto esfuerzo, tan bien hechas, tan habitadas, siempre tan en peligro: la falta de ayudas a las librer¨ªas y a la industria del libro, los recortes miserables en los presupuestos de las bibliotecas. Ser¨¢ mejor ver a tiempo la realidad de lo valioso que a?orar luego en vano lo que no se supo defender.
Terror y utop¨ªa: Mosc¨² en 1937. Karl Schl?gel. Traducci¨®n de Jos¨¦ An¨ªbal Campos. Acantilado. Barcelona, 2014. 998 p¨¢ginas. 45 euros
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