Liebres y rinoceronte
Ha vuelto 'Rinoceronte', de Ionesco: un texto excesivo, pero servido en el Mar¨ªa Guerrero por una fenomenal compa?¨ªa, en el mejor montaje de Ernesto Caballero para el CDN
Rinoceronte es, a mi juicio, uno de esos casos en los que el trabajo de los actores y la puesta de Ernesto Caballero (lo mejor que ha hecho en el CDN) vuelan muy, pero que muy por encima del texto. Me siento un poco Berenger al decir esto, quiz¨¢s para estar a juego con el protagonista, pero me aburre esta obra, y que san Ionesco me perdone: avanza con andadura paquid¨¦rmica (o perisod¨¢ctila, para ser precisos) y ellos se mueven como un grupo de veloces liebres. Liebr¨¦lopes, como dec¨ªa el padre de Frasier, cruzando liebres con ant¨ªlopes. Rinoceronte (Rhinoceros,1959) fue un ¨¦xito, controvertido pero ¨¦xito, en su ¨¦poca, de la mano de grandes nombres: Barrault en el Ode¨®n, 1960; Olivier, dirigido por Welles, en el Royal Court, el mismo a?o. En 2007 volvi¨® al Court, por cierto, a modo de homenaje, protagonizado por el entonces emergente Benedict Cumberbatch (con cr¨ªticas discretas). B¨®dalo la estren¨® en el Mar¨ªa Guerrero, en 1962, a las ¨®rdenes de Jos¨¦ Luis Alonso, otro grande.
Vi la obra por primera vez en televisi¨®n, en un Estudio Uno, a mediados de los sesenta, con B¨®dalo y Caffarel. Yo era un cr¨ªo y me impresion¨® mucho, casi tanto como La metamorfosis, de Kafka. En 1974 sufri¨® una atroz adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica, reconvertida en s¨¢tira sobre el ascenso de Nixon, y malbaratando a Gene Wilder y Zero Mostel, que la hab¨ªa estrenado en Broadway. Rinoceronte se me cay¨® violentamente a los pies en el Grec de 2013, en una producci¨®n (muy exitosa) del Th¨¦?tre de la Ville, dirigida por Emmanuel Demarcy-Mota. A diferencia de El rey se muere, que Ionesco estrena en 1962, y que, revisada har¨¢ unos a?os en La Abad¨ªa, me sigue pareciendo su verdadera obra maestra, donde el personaje de Berenger adquiere aut¨¦ntica hondura, peso tr¨¢gico y existencial.
Rinoceronte tiene una premisa sugestiva con un desarrollo muy reiterativo. El original se pone en dos horas y media. Caballero la ha dejado en dos. Yo creo que necesita m¨¢s poda. Di¨¢logos tediosos, cargados de ch¨¢chara, que se alargan much¨ªsimo y remachan una y otra vez la misma idea: todo el mundo se est¨¢ convirtiendo en rinoceronte y pronto no quedar¨¢ ni un disidente. Bueno, uno. Eso lo hemos visto mil veces mejor contado, sobre todo en el g¨¦nero fant¨¢stico (zombis, bulbos alien¨ªgenas, simios o robots dominadores), con m¨¢s brevedad, m¨¢s zumba y menos pretensiones de gran reflexi¨®n filos¨®fica o pol¨ªtica. Rod Serling, por ejemplo, sol¨ªa ventilarse esas par¨¢bolas en media hora y con resultados muy notables.
Ionesco se hart¨® de decir que narraba la protesta del individuo contra la masa, fuera hitleriana, sovi¨¦tica o peronista (s¨ª, lo dijo). El discurso es tan vago que tiene peligrosos deslizamientos. Forzando un poco la cuerda, a la manera del L¨®gico que interpreta Paco Deniz, asusta un poco fantasear con la posibilidad de que el repudio de la mayor¨ªa podr¨ªa incluir tambi¨¦n el lamento de un fascista porque los republicanos han ganado las elecciones: Fox¨¢ en Madrid de corte a checa, por ejemplo. Ah¨ª dejo la idea. Me interes¨® mucho m¨¢s lo que Ionesco anota (directo, sin marear tanto la perdiz) en su diario de los a?os treinta, cuando descubre que Cioran y Eliade veneran a Codreanu, el l¨ªder de la Guardia de Hierro, mientras Hitler y Stalin imponen su ley: rinocerontismo a tres bandas.
En el Mar¨ªa Guerrero relumbra un formidable trabajo de equipo.? Su labor es meritoria: la obra tiene poca carne dram¨¢tica
Pese a todo, he disfrutado de la funci¨®n porque en el Mar¨ªa Guerrero relumbra un formidable trabajo de equipo: no se puede defender mejor. La labor actoral es doblemente meritoria, pues tienen poca carne dram¨¢tica a la que agarrarse. Buena parte de los personajes son esbozos caricaturescos o portavoces con escaso desarrollo. La direcci¨®n es firme, imaginativa, y los 14 int¨¦rpretes reman en el mismo sentido y con gran entrega. Hay estupendas ideas de puesta en escena. Caballero baja la acci¨®n dispersa del primer acto al patio de butacas para envolver al espectador, como hab¨ªa hecho Lorca (y Pasqual) en Comedia sin t¨ªtulo. Hasta los m¨¢s epis¨®dicos tienen su momento y su brillo: el desgarro de la mujer del gato (Mona Mart¨ªnez), el casi rap del L¨®gico, el po¨¦tico baile de Juan Antonio Quintana (m¨¢s Rafael Alonso que nunca) con la enmascarada, rinocer¨®ntica mujer de negro. Y la multiplicaci¨®n de los ciudadanos sin rostro, y las hermosas m¨¢scaras de Asier Tart¨¢s, y la m¨²sica y el inquietante espacio sonoro, con rugientes temblores de estampida, a cargo de Luis Miguel Cobo. En el segundo acto crece, hacia lo alto y hacia lo hondo, ese pozo de escaleras met¨¢licas imaginado por Paco Azor¨ªn, con helada claridad fluorescente, que firma Valent¨ªn ?lvarez.
Pepe Viyuela es el rey del espect¨¢culo. No voy a descubrir a estas alturas su potencia tragic¨®mica, pero s¨ª decir que aqu¨ª logra una cima: est¨¢ sensacional, matizad¨ªsimo, lleno de verdad. No sentimentaliza a Berenger; le da una gran vulnerabilidad a ese don nadie alcoh¨®lico y fatigado, sobre todo en el ¨²ltimo acto, para m¨ª el mejor porque emerge, al fin, una pulsi¨®n emocional: la historia de amor con Daisy, en un dibujo muy sutil y modulado de Fernanda Orazi, una gran actriz que a veces tiende a la crispaci¨®n, a un cierto exceso de trazo, y aqu¨ª est¨¢ contenid¨ªsima. Es la parte m¨¢s humana, m¨¢s comunicativa, m¨¢s ¨ªntima del texto; la m¨¢s sencilla y clara: est¨¢n enamorados, ¨¦l cada vez m¨¢s obsesivo, y la amenaza se extiende a su alrededor, hasta cerrarse con una impresionante imagen metaf¨®rica que no contar¨¦ aqu¨ª porque, simplemente, hay que verla.
Juan, el fanfarr¨®n fascistoide, corre a cargo de Fernando Cayo, que borda un soberbio, agotador (imagino) trabajo f¨ªsico: la transformaci¨®n en rinoceronte ante nuestros ojos (y los de Berenger, claro). Dif¨ªcil, notable escena, aunque para mi gusto hay demasiados golpes contra las paredes met¨¢licas. Jos¨¦ Luis Alcobendas sirve muy bien la sinuosidad de Dudard, el seudointelectual, en el pasaje que quiz¨¢s requerir¨ªa m¨¢s recortes. Muy bien tambi¨¦n Ester Bellver (la enloquecida se?ora Boeuf), la retranca pomposa del Botard de Janfri Topera, y los breves pero cumplidos roles de Bruno Ciordia y Chupi Llorente (los de la tienda), Juan Carlos Talavera (el se?or Papillon) y Pepa Zaragoza (la camarera). Al acabar hubo merecidos bravos para la compa?¨ªa y el equipo t¨¦cnico, y p¨²blico puesto en pie.
En la barcelonesa sala Flyhard he aplaudido el doble debut (dramaturga y directora) de Cl¨¤udia Ced¨® con una original y poderosa comedia, Tortugues o la desacceleraci¨® de les part¨ªcules, que dar¨¢ que hablar: no se la pierdan. La semana que viene se lo cuento.
Rinoceronte, de Eugene Ionesco. Direcci¨®n: Ernesto Caballero. Int¨¦rpretes: Pepe Viyuela, Fernando Cayo, Ester Bellver, Paco D¨¦niz. Teatro Mar¨ªa Guerrero. Madrid. Hasta el 8 de febrero.
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