El triunfo del pr¨®fugo
'La verdad sobre el caso Savolta' supuso una novedad sobresaliente, y por eso se dice que fue lo que en literatura marc¨® el inicio de la democracia y la defunci¨®n del franquismo
No se hace f¨¢cil recordar, incluso resulta dif¨ªcil pensar en aquellos tiempos, como si ahora se aparecieran envueltos en brumas, las de los antiguos flash-backs cinematogr¨¢ficos. En 1967 Juan Benet public¨® Volver¨¢s a Regi¨®n, una novela extraordinaria, densa y dif¨ªcil, que sin embargo para muchos escritores j¨®venes se convirti¨® en una bandera. Los a?os duraban mucho m¨¢s de lo que lo hacen ahora, y s¨®lo cuatro despu¨¦s (pero parec¨ªan diez o doce) yo saqu¨¦ mi primera novela con diecinueve, Los dominios del lobo, llena de personajes americanos y sumamente alejada tanto de Benet como de sus predecesores, que a ¨¦l le reventaban en su mayor¨ªa. En 1973, con veintiuno, saqu¨¦ la segunda, Traves¨ªa del horizonte, esta vez repleta de personajes ingleses y con ecos de James, Conrad y Conan Doyle. Algunos cr¨ªticos (Gimferrer al frente) dieron la bienvenida a esas dos parodias juveniles, pero el gran resto alz¨® las cejas y en el mejor de los casos tuvo una actitud perdonavidas, en atenci¨®n a mi tierna edad m¨¢s que nada. ?Qu¨¦ hace este jovenzuelo, que no habla de su pa¨ªs, ni de su ¨¦poca, que no es realista ni experimentalista (esta ¨²ltima era la moda ef¨ªmera que a duras penas se abr¨ªa paso)? En conjunto se me despach¨® como a un fr¨ªvolo extranjerizante.
Y fue entonces, en 1975, cuando apareci¨® La verdad sobre el caso Savolta, de un autor nuevo y todav¨ªa joven (31 a?os), Eduardo Mendoza. Tampoco esa novela era realista ni experimentalista, y ni siquiera era ¡°benetiana¡±, como en realidad no ha podido serlo ninguna porque Benet era tan personal que cualquier seguimiento se convert¨ªa al instante en mala copia. Savolta pod¨ªa haber sido despachada por los cr¨ªticos en t¨¦rminos semejantes a los que emple¨® el primero que tuvo, el censor de turno, cuyo brev¨ªsimo informe puede leerse en la entrevista de Juan Cruz adjunta: "Novel¨®n est¨²pido y confuso, escrito sin pies ni cabeza?¡", as¨ª empezaba; y terminaba todav¨ªa peor: "¡?y todo lo t¨ªpico de las novelas p¨¦simas escritas por escritores que no saben escribir". No, no se crean que demasiados rese?istas de entonces eran m¨¢s perspicaces que aquel mal se?or. Y sin embargo no fue as¨ª. Al contrario, Savolta pas¨® a ser un hito, una revelaci¨®n, un gran ¨¦xito, supuso una novedad sobresaliente, y por eso se dice que fue lo que en literatura marc¨® el inicio de la democracia y la defunci¨®n del franquismo. Un no-cr¨ªtico inteligente y agudo, Juan Garc¨ªa Hortelano, que hab¨ªa cultivado el realismo social transgredi¨¦ndolo, fue uno de los que dieron el aviso, en este diario, ya en 1976: "Prep¨¢rense ustedes porque pueden volver a la ficci¨®n".
Mendoza ense?¨® a la mayor¨ªa de los novelistas que vinieron despu¨¦s qu¨¦ era escribir con libertad, sin verse obligado a complacer ni a los colegas ni a los cr¨ªticos ni tan siquiera al p¨²blico
Savolta era s¨®lo a medias ficci¨®n. Incluso se reproduc¨ªan en ella extractos de informes tomados de documentos antiguos reales, a los que el autor hab¨ªa tenido acceso. Pero esas son historias de bastidores. Savolta se le¨ªa como ficci¨®n y adem¨¢s como ficci¨®n no anticuada, sino todo lo contrario, innovadora. Pese a que Mendoza se hubiera empapado de novelas de aventuras y policiacas, de Balzac y Stendhal y de autores ingleses con los que desde el primer momento comparti¨® el humor, aquella obra suya inaugural aprovech¨® todas las t¨¦cnicas aprendidas pero en modo alguno se pudo leer como algo arcaizante ni rancio ni "t¨ªpico", como dec¨ªa el audaz censor. Aquello sonaba a nuevo, y sobre todo sonaba a libre. ?Libre? S¨ª, eso fue lo principal. En la mencionada entrevista ¨¦l mismo lo reconoce: "Puedo hacer lo que yo quiera porque no tengo que complacer a nadie", ese era el pensamiento que lo dominaba durante la escritura. Hoy resulta imposible imaginar lo coaccionado y amenazado que se sent¨ªa un novelista debutante: el que no escrib¨ªa novela social ni (un poco m¨¢s adelante, y durante un corto periodo) experimentalista, estaba condenado a ser invisible, a no existir. La literatura espa?ola ¡ªcomo el resto de la vida espa?ola¡ª siempre ha sido muy dada a poner grilletes, y a hacer caso omiso de los d¨ªscolos y pr¨®fugos cuando no pod¨ªa apresarlos o se le escapaban de verdad. Mendoza fragu¨® lo que se le antoj¨®: sostuvo una historia apasionante, cre¨® personajes magn¨ªficos y una estructura original, se traslad¨® a la Barcelona de 1917, se salt¨® cuantas veces quiso la linealidad narrativa, escribi¨® una novela a la vez pol¨ªtica, de gangsters y de gran humor. No se dice lo bastante, pero fue ¨¦l quien ense?¨® a la mayor¨ªa de los novelistas que vinieron despu¨¦s qu¨¦ era escribir con libertad, sin verse obligado a complacer ni a los colegas ni a los cr¨ªticos ni tan siquiera al p¨²blico lector. A partir de ah¨ª fue posible que cada uno se creara sus propios lectores. Eso que hoy es tan frecuente y que hace cuarenta a?os ¡ªtan s¨®lo cuarenta¡ª parec¨ªa un sue?o irrealizable.
Dice Mendoza al final de su conversaci¨®n con Cruz que "tener una novela que sigue siendo todav¨ªa la m¨¢s importante de cuantas he escrito, a veces me da una rabia tremenda?¡" Puede que La verdad sobre el caso Savolta sea la m¨¢s importante en t¨¦rminos hist¨®ricos, porque se public¨® el mismo a?o de la muerte f¨ªsica de Franco, porque fue un deslumbramiento, porque fue una liberaci¨®n. Pero Mendoza puede estar tranquilo: lo hist¨®rico no forma nunca parte de la cotidianidad, s¨®lo reaparece en los aniversarios se?alados y luego se vuelve a olvidar. Sus novelas posteriores, su presencia beneficiosa en nuestro "paisaje", la excelencia literaria de La ciudad de los prodigios y otras, eso s¨ª que nos reconforta, d¨ªa a d¨ªa, y que sea por innumerables m¨¢s.
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