Ten tiento, Tenorio

La pieza m¨¢s celebrada del repertorio popular espa?ol, vestida como una obra de alta cultura. Blanca Portillo, actriz soberana, que demostr¨® su talento directivo en La aver¨ªa, espl¨¦ndida versi¨®n esc¨¦nica de un relato de D¨¹rrenmatt, ha montado un Tenorio de gran factura visual, sin nervio ni musicalidad. Ambas virtudes rectoras del texto de Zorrilla, forma pura guiada por un verso f¨¢cil y sonoro, se desdibujan en un espect¨¢culo guiado por prop¨®sitos que se materializar¨ªan mucho mejor en un Don Juan de nuevo cu?o o en una obra distinta de cabo a rabo.

Zorrilla escribi¨® su Tenorio muy r¨¢pido, pero con excelente o¨ªdo: cada escena tiene una m¨²sica y un ritmo que no cabe desatender en puesta en escena alguna, aunque se prosifique la dicci¨®n del verso. La tesitura vocal de su protagonista debiera de ser bar¨ªtono o bar¨ªtono atenorado, para contrastar con la esperable voz de bajo del Comendador en la escena ¨²ltima y para que vuele el d¨²o donde (junto a Don Luis) desglosa la relaci¨®n de desmanes con la que piensa ganar su apuesta diab¨®lica.

Jos¨¦ Luis Garc¨ªa-P¨¦rez, gran actor, hace un trabajo inmenso pero a contrapelo de un personaje que debiera parecer encantador de entrada y que aqu¨ª resulta sangu¨ªneo e histeroide; y desde una fisonom¨ªa y una tesitura que no se corresponden con los del seductor urgido por reconocerse en la conquista, sino con las del hamp¨®n de la banda de Mackie Cuchillo que parece viene a ser Don Juan para la directora.

Portillo ha montado un ¡®Don Juan¡¯ de gran factura visual, pero sin nervio

El Tenorio, insisto, es forma pura y pura musicalidad: un cuento de hados; un ritual anual, como los convites de difuntos; un divertimento cuya moraleja ser¨¢ una o la contraria seg¨²n la lectura a la que el director proceda. La lectura de Portillo, un¨ªvoca en su desprecio del burlador (que aqu¨ª no recorre el arco preceptivo desde el libertinaje a la redenci¨®n), ser¨ªa plausible si no desactivara el bonito artefacto rom¨¢ntico construido por Zorrilla a base de dejar que alg¨²n int¨¦rprete descargue golpes importunos contra la madera, de hacer del deg¨¹ello de don Luis Mej¨ªas una escena de grand-guignol, de resolver ciertas peleas como si fueran del Coyote contra el Gallo Claudio y de permitir que se griten versos que no lo piden, entre otras salidas de tono.

Inaudita, la docena aproximada de minutos que duran los cambios escenogr¨¢ficos a la vista: aunque se acompa?en con canciones (cuya textura poco tiene que ver con la de la pieza), gripan el ritmo de la funci¨®n. Hay escenas (la de la cena especialmente, sand¨ªas incluidas), cuya est¨¦tica es deudora de la de Tomaz Pandur, y una que evoca fotogramas de Tim Burton.

La de la seducci¨®n de In¨¦s comienza de modo chusco, pero tiene una fuerza pl¨¢stica equiparable a la del verso, puesto por fin en valor aqu¨ª y en el di¨¢logo entre In¨¦s (delicad¨ªsima, Ariana Mart¨ªnez) y Br¨ªgida: como a esta celestina la interpreta una Beatriz Arg¨¹ello en esplendor, no se entiende que Don Juan no se prende de ella y en ella se quede.