Aquel comienzo
Hace 40 a?os, 'La verdad sobre el caso Savolta' trajo un aire nuevo a la manera de escribir y de leer novelas en Espa?a
Las novedades verdaderas solo se ven venir retrospectivamente. Ahora, cuarenta a?os justos despu¨¦s de su publicaci¨®n, est¨¢ claro que La verdad sobre el caso Savolta trajo un aire nuevo a la manera de escribir y de leer novelas en Espa?a, pero el cambio no fue visible de inmediato. Una novedad profunda suele actuar gradualmente, no de golpe, y solo con el paso del tiempo se ve del todo el resplandor que en realidad tard¨® a?os en hacerse visible. Una obra original es a la vez s¨ªntoma y causa: revela estados de sensibilidad que ya estaban actuando pero a¨²n no se advert¨ªan, y al mismo tiempo, por el hecho de existir, acelera esos cambios, al irradiar influencias fecundas, al despertar vocaciones estimuladas por lo nuevo, otras obras de originalidad semejante. Eduardo Mendoza le contaba a Juan Cruz en estas mismas p¨¢ginas su agradecimiento por la cr¨ªtica generosa que Juan Garc¨ªa Hortelano, entonces un escritor maduro y consagrado, le hizo a aquella primera novela de un desconocido. Pero cuando Mendoza empez¨® a brillar y a influir de verdad en el curso de la literatura espa?ola fue unos a?os m¨¢s tarde, con el ¨¦xito inusitado, en 1980, de El misterio de la cripta embrujada. Esta novela, m¨¢s liviana y en apariencia menor, por comparaci¨®n con La verdad sobre el caso Savolta, hizo que muchos lectores descubrieran por fin al que hasta entonces hab¨ªa disfrutado de un reconocimiento indudable, pero todav¨ªa restringido, y buscaran aquella novela anterior de la que hasta entonces no hab¨ªan sabido nada. Con El misterio de la cripta embrujada y la recuperaci¨®n de Savolta irrumpi¨® definitivamente en la literatura espa?ola no solo un nuevo escritor, sino tambi¨¦n un linaje nuevo de lectores, sorprendente por su n¨²mero, y tambi¨¦n por su disposici¨®n, y hasta su avidez, por elegir novelas nuevas, que no ven¨ªan firmadas por los nombres habituales, novelas de casi desconocidos escritas con una intensa voluntad literaria.
Las novelas se hacen con los materiales m¨¢s comunes y baratos, las palabras habituales, las vidas de las personas
Otras cosas hab¨ªan sucedido a lo largo de aquellos a?os, estaban sucediendo. Franco hab¨ªa muerto y los l¨ªmites penitenciarios de la vida espa?ola se hab¨ªan derrumbado, desbordados por el estallido de una vitalidad que llevaba en ebullici¨®n mucho tiempo, y que hab¨ªa empezado a manifestarse con irreverencia magn¨ªfica mucho antes de que comenzaran los cambios pol¨ªticos. Quien recuerde los escaparates de las librer¨ªas en 1974 o 1975, o los primeros n¨²meros del semanario Por Favor, o el ambiente de los cines en que se proyectaba, justo esos a?os, La prima Ang¨¦lica, sabr¨¢ a qu¨¦ me refiero: de pronto se hac¨ªan cosas, pel¨ªculas, revistas, libros, no contra la dictadura ni a pesar de ella, sino como si la dictadura ya no existiera, con una mezcla de impaciencia y de arrojo que ten¨ªa mucho de temeridad, porque el precio de la disidencia pod¨ªa seguir siendo muy alto.
La libertad de esp¨ªritu con que Saura hizo La prima Ang¨¦lica, donde por primera vez se somet¨ªa al escarnio p¨²blico la figura de un falangista, era parecida a la que hab¨ªa llevado a Juan Mars¨¦ a escribir Si te dicen que ca¨ª. Mars¨¦ pag¨® el precio de que la novela tardara unos a?os en publicarse en Espa?a, pero el resultado de su integridad pol¨ªtica y est¨¦tica, de su decisi¨®n de no seguir someti¨¦ndose a las cautelas de la supervivencia en una tiran¨ªa, fue el logro de una maestr¨ªa incomparable, la explosi¨®n de todas las mejores posibilidades de su talento narrativo.
Igual que Mars¨¦, Mendoza parec¨ªa inmune a uno de los grandes vicios de la cultura intelectual espa?ola, incluida la antifranquista: la arrogancia despectiva
Escritas m¨¢s o menos al mismo tiempo, las dos sin esperanza inmediata de publicaci¨®n, Si te dicen que ca¨ª y La verdad sobre el caso Savolta le quemaban en las manos a un joven lector trastornado por impaciencias literarias y pol¨ªticas; le demostraban que en el espa?ol de Espa?a pod¨ªan escribirse novelas tan bien armadas, tan est¨¦ticamente innovadoras, tan fabuladoras y tan testimoniales como las mejores que ven¨ªan de Am¨¦rica Latina; y tambi¨¦n que el gusto primitivo, goloso, absoluto de leer, el tir¨®n del misterio, la encarnadura humana de los personajes, el sentido del humor, el pastiche, no eran incompatibles con una escritura de m¨¢xima exigencia.
Mars¨¦ y Mendoza, cada uno a su manera, aprendieron mucho del sentido de la construcci¨®n narrativa en las dos mejores novelas de Vargas Llosa, La casa verde y Conversaci¨®n en La Catedral. Y es posible que a Mendoza le fuera ¨²til tambi¨¦n el desparpajo humor¨ªstico de Pantale¨®n y las visitadoras, el gusto por la parodia de los g¨¦neros del follet¨ªn, el bolero y la radionovela en La t¨ªa Julia y el escribidor, que ¨¦l iba a combinar sin el menor escr¨²pulo, y con evidente regocijo, con el esperpento y la astracanada.
Igual que Mars¨¦, Mendoza parec¨ªa inmune a uno de los grandes vicios de la cultura intelectual espa?ola, incluida la antifranquista: la arrogancia despectiva, el despliegue jactancioso y algo perdonavidas de las propias facultades; la descalificaci¨®n fr¨ªvola de lo que no se comparte; lo que Jaime Gil de Biedma llam¨® "este exceso de ser inteligentes". Se trata de un vicio particularmente da?ino para un novelista. Las novelas no se hacen con ideas brillantes ni con demostraciones de erudici¨®n o proclamas de ruptura. Las novelas se hacen con los materiales m¨¢s comunes y m¨¢s baratos, las palabras habituales, el habla, las vidas de las personas. Por eso dec¨ªa Flannery O'Connor que un escritor de ficci¨®n necesita "a grain of stupidity", un puntito de estupidez, o de tonter¨ªa. Hace falta ser un poco tonto o lento para fijarse mucho en las personas y en las cosas, no ser tan listo para enterarse de todo a la primera. Las novelas se alimentan de una observaci¨®n atenta y en el fondo cordial del mundo, de un inter¨¦s incondicional por los seres humanos: un inter¨¦s inevitablemente ir¨®nico, y algunas veces furioso, pero nunca arrogante. Es la actitud de Cervantes, de Gald¨®s y de Dickens, y tambi¨¦n la de Joyce, la de Virginia Woolf o Alice Munro.
Con 'El misterio de la cripta embrujada' y la recuperaci¨®n de Savolta irrumpi¨® no solo un nuevo escritor, sino tambi¨¦n un linaje nuevo de lectores
Eso distingu¨ªa a Eduardo Mendoza de una gran parte de los escritores m¨¢s celebrados por la cr¨ªtica espa?ola en aquellos a?os. Mendoza no escrib¨ªa para someter a examen las facultades intelectuales del lector, ni para mostrarle sus conocimientos sobre el nouveau roman franc¨¦s o el mon¨®logo interior o las oscuridades m¨¢s dif¨ªciles de William Faulkner; tampoco para adoctrinarlo pol¨ªticamente o para jactarse ante ¨¦l de sus audacias sint¨¢cticas o sexuales. Mendoza, como Mars¨¦, aunque con recursos muy distintos, busca la manera de contar con la mayor eficacia una historia que le importa mucho, que le importa tanto que ha decidido dedicarle un libro largo y complejo que quiz¨¢s no llegue a publicarse. Mendoza escribe su primera novela queriendo revivir, m¨¢s que reproducir, los mecanismos y las sabidur¨ªas de los novelistas que han alimentado su pasi¨®n de lector, y que se resumen en el fondo en la modesta intenci¨®n de urdir un misterio y sostenerlo a todo lo largo de un relato, en un proceso gradual de revelaci¨®n que conduzca a un desenlace satisfactorio, pero siempre incompleto, porque una de las cosas que hacen mejor las novelas es acuciar el deseo de saber y al mismo tiempo advertir de la dificultad del conocimiento.
Esta es una declaraci¨®n de gratitud: a los veintitantos a?os uno terminaba de leer Si te dicen que ca¨ª o La verdad sobre el caso Savolta en un estado de sobrecogimiento y admiraci¨®n, resuelto insensatamente a convertirse en novelista.
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