La escultura insatisfecha
La ¡®rep¨²blica¡¯ de Juan Luis Moraza busca cuestionar la pasividad del espectador
Desde la muerte de Jorge Oteiza, hace ya m¨¢s de una d¨¦cada, el panorama del arte vasco ha dejado caer su velo para dar mayor visibilidad a una gran cantidad de escultores competentes, muchos con una idiosincrasia propia, pero tal vez s¨®lo uno ha sido capaz de autoafirmarse m¨¢s all¨¢ de su influencia. El trabajo de Juan Luis Moraza (Vitoria, 1960) es a la vez culminaci¨®n y transgresi¨®n de un tipo de escultura que hunde sus ra¨ªces en el formalismo moderno, que asignaba al acto creativo la misi¨®n de desmontar la realidad y volverla a construir para, mediante su extra?amiento, poner en marcha nuestra conciencia fenom¨¦nica que permite descifrarla y encontrar, quiz¨¢s, un misterio. Pero es tambi¨¦n tradici¨®n, lo que explica la cualidad en algunas de sus creaciones de los caracteres propios de la estatuaria antigua. A este binomio se a?ade su voluntad experimental, que se traduce en un proyecto calculado y riguroso, al modo de los an¨¢lisis estructurales de la ciencia o la ling¨¹¨ªstica, un laboratorio donde el espectador puede establecer curiosas analog¨ªas a la hora de explicar sus indagaciones formales, mostrar una verdad, pero una verdad de algo que, al fin, est¨¢ oculto y que a la vez es portador de todas las significaciones.
El Museo Reina Sof¨ªa es ahora el passe-partout de otro museo: una colecci¨®n propia cuyo fin y principio es el propio artista. La rep¨²blica de Moraza es un museo irrepresentable, hiperrepresentado, pero sobre todo presentativo, donde el mito es invenci¨®n y proyecci¨®n. La exposici¨®n no es una retrospectiva al uso. El artista ha agrupado trabajos entremezclando piezas de d¨¦cadas anteriores con otras m¨¢s recientes y las ha organizado en sistemas complejos ¡ªRepercusiones, Implejidades y Software¡ª que denomina ¡°situaciones¡±. As¨ª, las obras forman un todo que no puede ser desperdigado ni concluso, a la manera de una escultura insatisfecha (por utilizar la expresi¨®n oteiciana), una m¨¢quina deseante enmarcada en una cuarta dimensi¨®n que busca cuestionar permanentemente la pasividad del espectador.
Moraza destituye la instituci¨®n, reduce el museo a una hoja de mano susceptible de ser le¨ªda y ¡°participada¡± a trav¨¦s de s¨ªmbolos/monumentos que en las salas aparecen como articulaciones de objetos, l¨ªneas y curvas: tacones de zapatos de diferentes medidas y modelos, trozos de marcos, urnas electorales que contienen urnas (haciendo imposible el voto), juegos de cama y manteles serigrafiados con textos legales, herramientas y reglas de medici¨®n, moldes de cr¨¢neos, figuritas y juguetes se muestran revertidos, torsionados, colocados dentro de vitrinas o sobre pedestales y espejos. Las obras son definiciones espaciales de aspectos sociales, culturales, monumentales; y, cuando no, tienen que ver con el cuerpo, la psique, la intimidad. El artista las fusiona en una topolog¨ªa representacional, de dentro afuera y de fuera adentro, como una banda de moebius.
Los dispositivos de exhibici¨®n se muestran como elementos neutrales o metonimias: una bandera sin ondear que es tambi¨¦n una pintura abstracta; destornilladores y hachas que son una extensi¨®n de nuestras extremidades, duras funcionalmente, blandas y fr¨¢giles en su uso; un clavo y una aguja acostados sobre la pared en toda su apariencia antropom¨®rfica. Son espacios y aconteceres que apelan a la l¨®gica de la celebraci¨®n ¡ªy advertencia¡ª de la rep¨²blica contempor¨¢nea, en la que cada individuo debe representarse a s¨ª mismo y responsabilizarse de su propio destino.
Una muestra, en fin, concienzuda y muy exigente, ejemplo del reconocimiento de Moraza como constructor de una obra donde est¨¦tica, ontolog¨ªa y deseo se identifican.
rep¨²blica. Juan Luis Moraza. Museo Reina Sof¨ªa. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 2 de marzo.
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