Impresionistas: qu¨¦ pesados
Los museos programan sin parar a los artistas de este movimiento: gustan a rabiar y no plantean ning¨²n conflicto
Un domingo de Navidad ¡ªy con mi man¨ªa de que el regalo de este a?o iba a ser tiempo, para uno mismo y para las personas queridas¡ª llev¨¦ a unos amigos m¨¦dicos al Museo del Prado a hacer un tour por ¡°las grandes obras¡±. Para intentar programar la visita con eficacia, me fui el d¨ªa antes con la idea de buscar caminos alternativos para evitar los gent¨ªos del domingo de vacaciones. Qu¨¦ barbaridad. El museo estaba a rebosar ese fin de semana, incluso m¨¢s que los d¨ªas de diario: era imposible transitar por las salas repletas de grupos asi¨¢ticos ¡ªcon mascarilla incluida¡ª o de personas solas o en pareja mirando atentas las obras a trav¨¦s de las cabezas. Mis sentimientos eran enfrentados, como pueden imaginar: por una parte, alegr¨ªa de la popularidad de nuestro mejor museo en la ciudad y, por la otra, incomodidad al tener que compartir el privilegio de mirar con ¡°las masas¡± ¡ªs¨ª, ya s¨¦ que est¨¢ fatal, lo siento. Mil perdones, pero nos pasa a todos, incluso cuando somos turistas¡ª.
Como hab¨ªa tant¨ªsima gente, decid¨ª incluir las ¡°salas rom¨¢nicas¡± ¡ªpor alguna oscura raz¨®n las menos populares aunque bell¨ªsimas¡ª y all¨ª disfrut¨¦ un instante de cierta calma antigua, la que exigen ¡ªo exig¨ªan¡ª la contemplaci¨®n de las obras de arte y las plegarias. Algunas personas iban entrando y saliendo r¨¢pidas de la capilla, como si el Dios representado mirando el mundo desde la altura no mereciera un momento de reflexi¨®n ¡ªlo contrario de los museos rusos, donde la gente reza a los iconos bizantinos expuestos¡ª.
Continu¨¦ el recorrido, en orden cronol¨®gico, y al llegar a La familia de Carlos IV, de Goya, cre¨ª que me desmayaba: la sala era como la estaci¨®n de metro de Sol en hora punta. No se pod¨ªa atravesar. Luego, caminando hacia el XIX, despu¨¦s de haber visto obras delicadas y espectaculares de Fra Angelico, Van der Weyden, El jard¨ªn de las delicias o Pablillos de Vel¨¢zquez, escuch¨¦ de pronto a un hombre que apelaba a su hijo al pasar cerca de los ni?os en la playa de Sorolla: ¡°Mira, uno de los grandes¡±.
La cosa chirri¨® en mi o¨ªdo, con todos mis respetos hacia Sorolla, claro, porque en ese contexto de cuadros extraordinarios, era casi un insulto citar a un pintor hasta cierto punto secundario ¡ªinteresante, pero secundario¡ª como ¡°uno de los grandes¡±. Entonces me vino a la cabeza algo que trato de olvidar para no hacerme mala sangre: la para m¨ª inmerecida popularidad de los impresionistas. Y no es f¨¢cil olvidarlo, dado que los museos y las salas de exposici¨®n programan sin parar a los artistas de este movimiento ¡ªque ahora con ¡°el a?o Van Gogh¡± van a estar m¨¢s presentes si cabe¡ª, esperando, supongo, que muchos padres lleven a sus hijos a ver a estos ¡°grandes¡± que gustan a rabiar porque no plantean ning¨²n conflicto. Son c¨®modos de ver ¡ªpese a los colores del propio Van Gogh o Gauguin¡ª, hablan de cosas corrientes ¡ªque si la playa, que si unos ni?os, que si un baile, que si un caf¨¦¡¡ª y, sobre todo, como se programan sin tregua tratando de alcanzar grandes colas, son muy familiares ¡ªy ya se sabe que a menudo se prefiere reconocer a conocer¡ª. ?Por qu¨¦ si no por su fama iba Dal¨ª a congregar ese n¨²mero enorme de visitantes, siendo como es un pintor complej¨ªsimo en sus interpretaciones?
Se me ocurre que igual conven¨ªa empezar a programar otras vanguardias que no fueran el impresionismo y el surrealismo. Igual el cubismo, que se ve poco. Seguro que despu¨¦s de haber hecho cien exposiciones mundiales en un a?o le encantaba a todo el mundo, incluso no siendo los cubistas figurativos y playeros como los pesados de los impresionistas. Uf.
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