Houellebecq, escritor
Las cr¨ªticas que recibe el narrador por parte de sectores de la izquierda y la derecha parten de un mismo error: el de confundirle con sus personajes y transformar en tesis las hip¨®tesis
![Michel Houellebecq, en Madrid, el mes de agosto pasado.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/4FBJY76MAIW75KZ2JO5R34BX6Y.jpg?auth=1ca11d3e23e4d3f53a37d4c57a49b191696f68050fa3f38c637e31acdfcdb274&width=414)
El disparate de izquierdas. Houellebecq es un cerdo. Un facha. Un enemigo del g¨¦nero humano y de sus derechos. Un antimoderno. Un tipo que cree en la extinci¨®n de las luces y se regocija en ella. Un islam¨®fobo incurable que, por a?adidura, se niega a ver en la islamofobia una forma de racismo. Un Zemmour chic. Un Finkielkraut artista. Odioso hasta en su forma de decir, por ejemplo, ¡°los¡± musulmanes. Temible, a su vez, el revoltijo que hace entre buenos y malos, entre obscurantistas e ilustrados, entre los que creen en el cielo y los que creen en el infierno, entre los que creen a secas y los que ya no creen. Y criminal, esta intriga en la que vemos a los adoradores de un Cor¨¢n finalmente ¡°menos tonto¡± de lo que proclamaba el Houellebecq de hace diez a?os pateando de impaciencia a las puertas del poder y esperando a la primera crisis pol¨ªtica para adelantarse a sus gemelos del Frente Nacional. Por no hablar de las mujeres. O, m¨¢s bien, de su odio, de su p¨¢nico hacia las mujeres, reducidas a proveedoras de placeres breves, furtivos, preferiblemente no compartidos y s¨®rdidos. Su novela no es una novela, es un panfleto. Y este panfleto es un regalo inesperado para los peores identitarios, que ven validados sus temas, sus obsesiones, sus fobias. ?Suicidio franc¨¦s? No. Suicidio de un escritor franc¨¦s, un enfant terrible de las letras, un provocador redomado, pero que ahora, con esta novela hortera que toma a Huysmans como reh¨¦n y a Robert Redeker como aval de mala conducta, parece haber cometido el desliz de m¨¢s. Adi¨®s, Houellebecq.
El disparate de izquierdas. Houellebecq es un cerdo. Un facha. Un enemigo del g¨¦nero humano y de sus derechos. Un antimoderno
El disparate de derechas. Houellebecq es un h¨¦roe. Un palad¨ªn. Llama a las cosas por su nombre y pone en los nombres la carga de odio y justa venganza que les corresponde. Dice en voz alta lo que los buenos franceses piensan para sus adentros pero, hasta ahora, no se atrev¨ªan a decir por no ser pol¨ªticamente correcto. Es un valiente y un profeta. Es el primer novelista que se atreve a hacer literatura de esa ¡°gran sustituci¨®n¡± que algunos anuncian hasta desga?itarse, pero ¨¦l describe con una precisi¨®n quir¨²rgica y tr¨¢gica. Es el primero que acepta ver lo que los biempensantes se niegan a ver porque les costar¨ªa sus ilusiones progresistas, sus cuentos de hadas antirracistas que, como es sabido, no son sino la otra cara de una barbarie soterrada que ahora, en este ejercicio de simulaci¨®n, sale a la luz. Describir lo que ¨¦l describe, a saber, la lucha a muerte entre la Rep¨²blica y el islam, entre los franceses de pura cepa y los que lo son sobre y por el papel, ?no es la sagrada tarea que eluden nuestros viles literatos? Ah, qu¨¦ placer ver definitivamente ridiculizados a nuestros pat¨¦ticos y buenrollistas defensores de los derechos humanos. Qu¨¦ divertido, el retrato del grotesco Bayrou, dispuesto a todas las alianzas y palinodias, e incluso a la conversi¨®n, para obtener por fin su sonajero presidencial. Y qu¨¦ precisi¨®n en el trazo cuando prev¨¦ los fulgurantes progresos del Picsou Magazine en la Universidad Par¨ªs-Diderot, del centro comercial Super-Passy en la sede de la DRCI, de una ¡°Eurabia¡± a la que los tontos ¨²tiles del islamismo le han abonado el terreno. Soumission es la revancha de Renaud Camus. Es el gran retorno del C¨¦line censurado por los biempensantes. Es la novela que habr¨ªa podido escribir Philippe Muray si hubiera sabido desprenderse de sus ¨²ltimos escr¨²pulos humanistas. ?Un s¨ªntoma? No. Una conclusi¨®n. La estrepitosa muerte de ese pensamiento ¨²nico que viene siendo la mordaza de las ¨¦lites francesas desde hace cincuenta a?os. Gracias, Houellebecq.
El disparate de derechas. Houellebecq es un h¨¦roe. Un palad¨ªn. Llama a las cosas por su nombre y pone en los nombres la carga de odio y justa venganza que les corresponde
Conociendo un poco al autor y teniendo sobre los unos y los otros la ligera pero nada despreciable ventaja de haber escrito con ¨¦l un libro (Enemigos p¨²blicos) en el que contrast¨¢bamos nuestras respectivas visiones del mundo, no creo equivocarme al afirmar que ambos bandos cometen el mismo error, por otra parte com¨²n trat¨¢ndose de un escritor, y que no es otro que confundirlo con sus personajes, atribuirle los puntos de vista de estos y transformar en tesis las hip¨®tesis, las ficciones, las situaciones que el autor pone en escena. Para decirlo claramente, ?alguien cree de verdad que esa izquierda espectral que, como suger¨ªa recientemente un charlat¨¢n disfrazado de socialista, espera salvar el pellejo abandonando a Israel en beneficio de una ¡°comunidad¡± m¨¢s rentable en t¨¦rminos electorales es una invenci¨®n de Michel Houellebecq? ?Tan impensable es la perspectiva de una UMP que se deja tentar en un 85% por una alianza con el Frente Nacional? ?Y no les dice nada esa Francia enmohecida, rancia, sin aliento, poblada por zombis pol¨ªticos que ven en el fascismo, sea cual sea, el fantasmal pero ¨²ltimo intento de resucitar a una naci¨®n muerta? Una novela es una invenci¨®n, no una realidad. O, m¨¢s exactamente, la realidad no es el producto de la novela, sino su premisa, el material que debe tratar y cuyas virtualidades despliega, concentra o acelera. En otras palabras, Soumission es una f¨¢bula. Un cuento cruel y mordaz. Una s¨¢tira cuya desmesura y mala fe solo se ven igualados por la manera en que se justifica en tal o cual episodio de la m¨¢s rabiosa actualidad: el Club Med comprado por los chinos, Qatar hasta en la sopa o esas naves fantasmas que se pasean ante nuestras costas y de las que tanto nos gustar¨ªa no haber o¨ªdo hablar nunca. No comprender todo esto es no comprender nada sobre la econom¨ªa de ese extra?o territorio que es la novela y en el que, como dec¨ªa Milan Kundera, todo juicio moral queda en suspenso. Y si es completamente absurdo identificar a Houellebecq con su Des Esseintes de Chinatown, la mayor¨ªa de los que lo hacen, lo quieran o no, son personajes de su novela.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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