Jos¨¦ Luis Alvite, columnista en blanco y negro
Invent¨® el Savoy, un bar a su medida que depar¨® m¨¢s de 2.000 cr¨®nicas
Algunas columnas de Jos¨¦ Luis Alvite (Santiago de Compostela 1949-2015) eran nost¨¢lgicas y descarnadas. Otras, descarnadas y nost¨¢lgicas. En todas habitaba una oscuridad cegadora. La fuerza de sus met¨¢foras, que se encadenaban hasta convertir la pieza en un OK Corral, te obligaban a apartar la vista cada poco, mientras te dec¨ªas, con un gesto, ¡°pero qu¨¦ cabronazo¡±. Alvite escrib¨ªa en blanco y negro, regresando a Chandler. Hab¨ªa adoptado esa tonalidad en sus d¨ªas de periodista de sucesos en El Correo Gallego, en los setenta. Empezar¨ªa desde tan abajo, que le gustaba decir que su primer encargo de redacci¨®n fue ¡°salir a buscar agua en un botijo para un compa?ero de la rotativa¡±. Rara vez llegaba antes de las diez de la noche al peri¨®dico. Los jefes se desesperaban, mientras ¨¦l tomaba asiento, se serv¨ªa una copa y la cr¨®nica desfilaba en silencio, con los brazos en alto, como si la apuntase con una pistola.
Las ma?anas se le iban en un trabajo anodino y vulgar: durante treinta a?os fue empleado de una caja de ahorros. Las tardes eran para el periodismo. Por las noches trataba de sacar la cabeza a flote cerca de alguna barra. De vez en cuando soltaba una cabezada, as¨ª fuese dentro del coche, para no dar que hablar. ¡°Mi trabajo en Caixa Galicia me obligaba a madrugar sin haber dormido¡±, confiesa en una entrevista. Estos peque?os des¨®rdenes, o tristezas, lo hac¨ªan muy feliz. Y escrib¨ªan su biograf¨ªa en poco espacio. ¡°Lo mejor de mi curr¨ªculo es la grapa¡±, se?ala en Historias del Savoy. La vida dislocada y errante le calmaba los nervios. Dec¨ªa que le hubiese gustado ser ni?o hu¨¦rfano, ¡°vivir en un hospicio y pasar de familia en familia¡±. A la postre, esa existencia ca¨®tica determin¨® las atm¨®sferas de sus columnas, primero en La Voz de Galicia y Diario 16, y despu¨¦s en Faro de Vigo, La Raz¨®n y Onda Cero. Con sus frases pod¨ªas fabricar una cerilla para encender un cigarro. Si no ten¨ªas tabaco, tambi¨¦n te surt¨ªa la columna, a menudo atravesada por alguno de esos perdedores que, cuando alcanzaban su sue?o, mor¨ªan dentro de ¨¦l.
Entre noche y noche, invent¨® el Savoy, un bar a su medida ¡ªgenialidad t¨¢ctica¡ª que depar¨® m¨¢s de dos mil cr¨®nicas. Pocas ficciones literarias le resisten el pulso en nuestra prensa. Son c¨¦lebres sus entrevistas imaginarias con Scott Fitzgerald, Bogart o Jesucristo. Hitler le neg¨® que aspirase a imperar sobre Europa. ¡°Lo cierto es que mi aut¨¦ntico sue?o era ser profesor de gimnasia del III Reich¡±.
Una escalera que baja, un guardarropa, una barra llena de n¨¢ufragos, una pista de baile, un piano de cola y una puerta de atr¨¢s que daba a un callej¨®n: eso era el Savoy. Tal vez el escenario de sus mejores columnas, no necesitadas tanto de la actualidad como de un desenga?o amoroso de toda la vida o un error garrafal. Alg¨²n d¨ªa le preguntaron por qu¨¦ no escrib¨ªa una novela, como si solo consistiese en empezar una columna y detenerse un poco m¨¢s lejos. La idea misma le aburr¨ªa. Adem¨¢s, sus columnas estaban cargadas muchas veces con todo lo que una novela puede necesitar.
Nieto e hijo de periodistas, posey¨® una de las voces m¨¢s particulares del columnismo espa?ol. El toc-toc-toc que levantaba su estilo se distingu¨ªa a leguas, casi sin leerlo. Te ganaba su actitud, ese modo de declarar, ambiciosamente, que siempre quiso ser ¡°un tipo sin aspiraciones¡±, y con el tiempo, y sin demasiada suerte, ¡°labrarse un pasado¡±. Su flirteo con la tristeza te hac¨ªa re¨ªr por dentro, muy serio. Cuando las cosas se pusieron feas de verdad, trist¨ªsimas, y apareci¨® el c¨¢ncer, sigui¨® pensando que en la vida le salieron bien ¡°unas cuantas cosas que hice mal¡±. El s¨¢bado pasado, enterrado en el cementerio de Boisaca, se qued¨® muy cerca de Valle-Incl¨¢n.
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