Catedral
Aprendemos que el delito puede ser piadoso y cotidiano, que puede estar te?ido casi de un aura de bricolaje, que no es necesaria la planificaci¨®n ni la audacia

Result¨® visualmente chocante que la operaci¨®n policial contra los abogados de presos etarras se ilustrara con las monedas requisadas en colectas. La idea de que ese dinero de simpatizantes se escapaba al control del fisco, y por tanto incurr¨ªa en delito punible, habr¨¢ puesto en guardia a las suscripciones populares, las recogidas de hucha postulante y hasta el cepillo de las iglesias, porque no parece que casi nadie declare con precisi¨®n y rigor esas actividades. Los v¨ªdeos del ladr¨®n del C¨®dice Calixtino en Santiago de Compostela apuntan en esa direcci¨®n. El hecho de que una de las c¨¢maras de vigilancia inutilizadas en los despachos de la catedral siguiera grabando gracias a un mecanismo autom¨¢tico, nos ha regalado una vez m¨¢s datos contundentes para continuar nuestra cruzada contra el prestigio del crimen. Porque en este sonado asunto tampoco hay inteligencia milim¨¦trica y audacia sofisticada, sino bolsas de pl¨¢stico, zafiedad e indicios de chapucer¨ªa.
Mucho habr¨ªa de ser el dinero descontrolado para que un electricista de confianza abriera con tal naturalidad la caja fuerte y se llevara al bolsillo fajos de billetes que anotaba puntualmente en un diario que ha servido a los investigadores como mapa de cabecera. Los pellizcos, que llegaron a sumar m¨¢s de dos millones de euros y que pudieron ser blanqueados para el mundo civil, quedaban adem¨¢s registrados en esa contabilidad casera que todo criminal tiene que llevar al d¨ªa, no vaya a ser que se le despisten los escondites, las cifras, y se le confundan los delitos. Ah¨ª se anotaba con precisi¨®n hasta los rosarios y las misas que serv¨ªan, quiz¨¢, para purificar la culpa. Nadie notaba esas desapariciones de divisas, por lo cual hasta el enfado personal que le llev¨® a robar el valioso C¨®dice no levant¨® sospechas entre los eclesi¨¢sticos.
Aprendemos que el delito puede ser piadoso y cotidiano, que puede estar te?ido casi de un aura de bricolaje, que no es necesaria la planificaci¨®n ni la audacia, que a menudo el saqueo es una rutina dom¨¦stica. De nuevo Espa?a se ve retratada mejor en la novela picaresca y en la tragicomedia grotesca que en g¨¦neros de mejor reputaci¨®n y sabor escandinavo. Lo que empez¨® como un misterio en la catedral termina como una farsa. Salvo que el fisco diga lo contrario.
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