Uno de los nuestros
Nietzsche, protagonista de un nuevo tomo de ¡®Descubrir la filosof¨ªa¡¯, hizo saltar nuestra forma de entender el mundo
La onda expansiva del pensamiento de Nietzsche alcanza de lleno hasta nuestros d¨ªas. De las tres figuras definidas en su momento por Paul Ricoeur como pensadores de la sospecha (el propio Nietzsche, junto con Marx y Freud) es el autor de As¨ª habl¨® Zaratustra el que con mayor fuerza sigue presente en el pensamiento actual. Tal presencia va m¨¢s all¨¢ de su indiscutible condici¨®n de cl¨¢sico. Textos cl¨¢sicos, dec¨ªa Italo Calvino, son aquellos que nunca terminan de decir lo que tienen que decir. Pero ese rasgo, ¨²til para explicar en general la vigencia de un autor, no basta para dar cuenta de la espec¨ªfica actualidad de Nietzsche, de la poderosa capacidad de impugnaci¨®n que poseen sus ideas.
En una primera aproximaci¨®n de urgencia, podr¨ªamos definir el conjunto de la obra nietzscheana como un formidable artefacto destinado a hacer saltar por los aires nuestra manera de entender el mundo y de entendernos a nosotros mismos. No se trata de una voladura simple, sino extremadamente compleja, en la que el fil¨®sofo opera como un minucioso artificiero que colocara las cargas en los puntos m¨¢s sensibles del edificio que pretende demoler. Y es en el marco de esta intenci¨®n global en la que deben leerse sus m¨¢s importantes aportaciones te¨®ricas.
Tal ser¨ªa el caso, por ejemplo, de su cr¨ªtica del lenguaje y del concepto de verdad. Sostener, como hace en su escrito Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral, que lo que llamamos verdad no es m¨¢s que un conjunto de met¨¢foras de las que habr¨ªamos olvidado el origen, hace temblar los cimientos mismos de nuestra concepci¨®n del mundo. Pensemos en la necesidad ineludible que tiene la ciencia de alguna variante de dicha noci¨®n. Y pensemos, a continuaci¨®n, en el lugar central que ocupa lo cient¨ªfico, entendido como garante de nuestro comercio efectivo con la realidad, en el imaginario colectivo de nuestro tiempo.
La fuerza de su pensamiento es el amor por la vida tal como la so?¨®
Parecidas consideraciones cabr¨ªa plantear respecto a otra de sus afirmaciones m¨¢s c¨¦lebres, la referida a la muerte de Dios, en la que, de nuevo, es la entera visi¨®n heredada acerca de nosotros mismos la que queda cuestionada de manera irreversible. Al levantar acta de defunci¨®n de la idea divina, Nietzsche va m¨¢s all¨¢ del gesto cr¨ªtico ilustrado (del sapere aude kantiano) que invitaba al g¨¦nero humano a ingresar en su mayor¨ªa de edad abandonando toda forma de superstici¨®n, para mostrarse precisamente como el m¨¢s radical cr¨ªtico... de la Ilustraci¨®n misma.
Nietzsche percibe con claridad aquello que los ilustrados nunca terminaron de pensar bien, acaso porque no alcanzaron a calibrar su importancia. De ah¨ª que hoy en d¨ªa, en nuestras sociedades postmodernas, resulte muy frecuente el hecho de que muchas personas compatibilicen la afirmaci¨®n, perfectamente ilustrada (por agn¨®stica), seg¨²n la cual no tiene caso debatir acerca de la existencia de Dios, con la afirmaci¨®n de la presencia en ellas de un sentimiento religioso ¨ªntimo, inefable, que renuncia a toda justificaci¨®n argumentativa, pero que ha terminado por constituirse en la pr¨¢ctica en el ¨²ltimo refugio de la vieja trascendencia.
Nietzsche, en cambio, nos enfrenta a la necesidad de explicar por qu¨¦ el hombre se ha aferrado durante siglos a la creencia en esas nadas para dotar de sentido a su existencia. He aqu¨ª su respuesta: no es un problema, en el fondo, de ideas, sino de modelos de vida. Por una parte, est¨¢ el modelo de inspiraci¨®n cristiana, que (m¨¢s all¨¢ de camale¨®nicas mutaciones) promueve una actitud resignada, regida por los valores de la bondad, la perfecci¨®n y la humildad. Por otra, una vida concebida como dolor, lucha, destrucci¨®n, crueldad, incertidumbre y error, pero tambi¨¦n como orgullo, salud, alegr¨ªa y sexo. Una vida completa frente a una vida mutilada. Elijan ustedes, viene a decirnos Nietzsche. ?l ya lo hizo, y de manera inequ¨ªvoca. Por eso se puede sostener, a modo de s¨ªntesis final, que la fuerza que mueve todo su pensamiento es el amor incondicional por la vida tal como fue capaz de so?arla.
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