Truenos, ninfas y agua sucia
La temible Tierra bald¨ªa, de T. S. Eliot, vuelve a vivir en la versi¨®n de Andreu Jaume
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Cuando se limpia con arte una obra de arte, como cuando limpiaron la Capilla Sixtina, aparece una obra nueva para quienes viven en ese momento. La antigua, la que el tiempo ensuci¨®, tiembla un momento en la nostalgia de los ancianos, pero est¨¢ irremisiblemente muerta. El mismo efecto se produce cuando una traducci¨®n art¨ªstica resucita una obra avejentada por la edad y el comercio. Esa impresi¨®n he tenido tras la lectura de la emocionante traducci¨®n que ha editado Lumen. La temible Tierra bald¨ªa, de T. S. Eliot, vuelve a vivir en la versi¨®n de Andreu Jaume.
En este poema, sin duda una de las cimas del siglo XX, el poeta ingl¨¦s quiso cantar (pero es un lamento) a su sociedad como si ¨¦sta fuera un s¨®lido conjunto a la manera g¨®tica, s¨®lo que arruinado y disperso. El puente de Londres, el agobio sexual de algunos empleados, la asfixia de Flebas y otros cuadros se exponen en un fresco que, a la manera de Lorenzetti en Siena, quiere representar una ciudad ordenada y armoniosa. Sin embargo, est¨¢ condenada. Una Ley corrompida es incapaz ya de sostener la vida en com¨²n de los desdichados ciudadanos. El ¨¢rbol parece robusto, pero est¨¢ agusanado.
La sociedad que canta (que lamenta) Eliot es la sociedad democr¨¢tica
Algo de fresco medieval refleja el poema, pero sin la alegr¨ªa y la esperanza de las sociedades antiguas, cuando un destino externo (un camino de espinas hacia la salvaci¨®n) reun¨ªa todas las angustias en un solo haz de palabras celestes. Los condenados, tribu apartada, se agitaban tambi¨¦n, pero su baile funesto, contorsionado, serv¨ªa s¨®lo para resaltar la alegr¨ªa de los cr¨®talos y panderos que conduc¨ªan el baile de las muchachas en el Palacio P¨²blico de Siena.
Por el contrario, en la ciudad descrita por La tierra bald¨ªa no hay diferencia entre condenados y salvados. La democracia ha destruido la posibilidad de distinguir entre el brote f¨¦rtil y el ciza?ero. La sociedad que canta (que lamenta) Eliot es la sociedad democr¨¢tica y el r¨ªo T¨¢mesis baja repleto de basura humana y municipal.
Eliot refinar¨¢ su fresco del tiempo moderno en los Cuartetos (aqu¨ª est¨¢ a¨²n en estado salvaje), pero el concepto es claro. Como Benjamin, el poeta cree que el pasado (la Historia) no es sino un conjunto de ruinas del presente, seleccionadas como espect¨¢culo para votantes. En cada ruina brilla una luminosidad que nos remite a otro pasado, ¨¦ste ya inaccesible, so?ado, como la luz de las estrellas muertas. Es lo propio de una sociedad bald¨ªa, que ya no produce, que s¨®lo conserva, como esos aglomerados comunistas o islamistas donde nada nace, pero conservan el sue?o de una salvaci¨®n y un para¨ªso divinos, al precio de un sufrimiento tan inmenso como ro?oso. Tierras bald¨ªas. Tambi¨¦n las nuestras.
La traducci¨®n de Andreu Jaume, admirable, nos permite regresar a este poema, uno de los ¨²ltimos en los que el poeta a¨²n pod¨ªa remitirse a la trascendencia, en un espa?ol sin sonajero, de una sobria elegancia. Su pr¨®logo, un ensayo sobre el poema que permite pensar que no se ha agotado la gran tradici¨®n cr¨ªtica de los a?os cincuenta del siglo pasado, es imprescindible antes o despu¨¦s de la lectura.
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