Lesley Gore, una voz aterciopelada que se enfrent¨® al dilema femenino
La cantante estadounidense fallece debido a un c¨¢ncer C¨¦lebre en los sesenta, public¨® su ¨²ltimo disco en 2005
Algunos m¨²sicos explican mejor el ADN de un pa¨ªs que todos los tratados escritos y por escribir. Algunas canciones influyen m¨¢s en la psicolog¨ªa de una sociedad que cualquier proclama pol¨ªtica. Con su timbre aterciopelado y su est¨¦tica impoluta de eterna adolescente, Lesley Gore, fallecida este lunes a causa de un c¨¢ncer en Nueva York a los 68 a?os, no s¨®lo fue una cantante sobresaliente de la ¨¦poca m¨¢s brillante del pop norteamericano sino que, a partir de sus propios dilemas internos, se erigi¨® como un icono femenino de sus tiempos, los trascendentales a?os sesenta.
Nacida en el barrio neoyorquino de Brooklyn, aunque criada en Nueva Jersey, Gore alcanz¨® el n¨²mero uno de las listas de ¨¦xitos en 1963 con It¡¯s my party, cuando apenas ten¨ªa 16 a?os y compaginaba su carrera de cantante con los deberes del instituto. El productor Quincy Jones, un gigante de la m¨²sica norteamericana, que por entonces trabajaba codo con codo con Frank Sinatra y m¨¢s tarde lo hizo con Michael Jackson, la descubri¨® para Mercury Records. Con su cara de ni?a buena y su llamativo pelo rubio, esplendorosamente cepillado, aquella chica inocente puso voz e imagen a una canci¨®n ¨¦pica. De un d¨ªa para otro, It¡¯s my party se convirti¨® en un himno juvenil, cuando los j¨®venes, a diferencia de sus padres, disfrutaban de cierta independencia econ¨®mica y moral para tener sus lugares de recreo en una sociedad estadounidense que ya glorificaba sin aspavientos el ocio.
La canci¨®n no s¨®lo hizo famosa a Gore, sino que se introdujo en la realidad estadounidense de los primeros sesenta. It¡¯s my party, radiada hasta la saciedad de costa a costa, contaba en primera persona el sentimiento de una chica que ve¨ªa c¨®mo otra le robaba el novio en una fiesta. Con esos metales efusivos, que creaban el ambiente id¨®neo de lo que pod¨ªa ser una t¨ªpica juerga de instituto, y su voz dulcemente tristona, la composici¨®n captaba toda la angustia adolescente del rechazo amoroso. Pero, como las mejores obras de Phil Spector, la pareja Leiber & Stoller o la factor¨ªa Brill Building, que en esos a?os llenaron de joyas los diales estadounidenses, era un artefacto pop de primer¨ªsima categor¨ªa, tanto que sus primeros versos -¡°It¡¯s my party and I'll cry if I want to (Es mi fiesta y llorar¨¦ si quiero)- se han incrustado en la psicolog¨ªa de varias generaciones y todav¨ªa se dicen como una broma caprichosa de querer salirse uno con la suya (como en Espa?a m¨¢s o menos sucede desde mediados de los noventa al decirse la c¨¦lebre frase ¡°es mi Scattergories y me lo llevo¡±, que hizo famosa un anuncio de televisi¨®n). Su gran ¨¦xito oblig¨® a Gore a grabar una segunda parte de su trama sentimental llamada Judy¡¯s turn to cry, que tambi¨¦n tuvo muy buena acogida y en la que su protagonista, orgullosa y feliz, recuperaba al novio tras ponerle celoso besando a otro chico.
En el fondo, estas dos estupendas composiciones incidieron a¨²n m¨¢s en el estereotipo de la chica de entonces, sirviente y abnegada, que s¨®lo anhelaba un chico con el que casarse, pese a que Gore se declar¨® lesbiana hace unos a?os. Eran cantos al ideal de ¨¢ngel del hogar, tan arraigado durante toda la era Eisenhower, entre principios de los cincuenta hasta la llegada de los sesenta, per¨ªodo en el que a las escolares se les recetaba la lectura de Mujercitas en su itinerario educativo e instructivo. Pero Gore, hija de su tiempo, termin¨® por enfrentarse a su propio dilema, que, desde su posici¨®n de estrella, convirti¨® en el dilema de toda una generaci¨®n que defendi¨® los derechos de las mujeres en una sociedad machista.
En un tiempo de agitaciones por la conquista de los derechos de los afroamericanos y de otras minor¨ªas, fue John F. Kennedy quien, a principios de los sesenta, hizo del papel social de la mujer un tema clave de la agenda pol¨ªtica. Y Gore, a la que la gran mayor¨ªa de las adolescentes del pa¨ªs rend¨ªan pleites¨ªa, se subi¨® a ese carro. En 1964, la cantante, lejos de ser una agitadora feminista, cambi¨® radicalmente el discurso con su siguiente ¨¦xito: You don¡¯t own me. ¡°Soy libre y quiero amar libremente, para vivir mi vida del modo que yo quiero¡±, rezaba una de las estrofas m¨¢s c¨¦lebres de la canci¨®n. De nuevo en la parte alta de las listas de ¨¦xitos estadounidenses, Gore se introduc¨ªa con su pop luminoso y melanc¨®lico en la psicolog¨ªa generacional m¨¢s que cualquier teor¨ªa o consigna, como sucedi¨® en otros momentos de la historia con Bob Dylan, The Beatles, James Brown o The Sex Pistols. Una canci¨®n, que apenas superaba los dos minutos y se grab¨® en unos d¨ªas, hizo tanto, o m¨¢s, por la transformar la mentalidad femenina, como los cientos de p¨¢ginas del ¨¦xito literario de entonces M¨ªstica de la feminidad, que Betty Friedan tard¨® en escribir cinco a?os.
Gore, que trabaj¨® con productores y compositores de primer nivel que dieron lo mejor de s¨ª mismos para Frank Sinatra, Four Seasons o Antonio Carlos Jobim, lleg¨® a participar en el hist¨®rico espect¨¢culo T.A.M.I. Show de 1964 en Santa M¨®nica, junto a pesos pesados de la m¨²sica popular de todos los tiempos como Chuck Berry, James Brown, Marvin Gaye, The Rolling Stones o The Beach Boys. Al igual que tantos grandes compositores y cantantes de la edad dorada del pop estadounidense de los primeros sesenta, sus canciones ya anticiparon esa independencia emocional tan crucial para la construcci¨®n de la sociedad de los sesenta, que luego terminar¨ªa por ser un terremoto hist¨®rico con la llegada de la Invasi¨®n Brit¨¢nica, encabezada por The Beatles, The Rolling Stones y The Animals.
Lleg¨® a dar el salto a la televisi¨®n para participar en la serie de Batman y compuso parte de la banda sonora del musical cinematogr¨¢fico Fama mientras sus canciones, que resistieron la sacudida del rock de los sesenta en las listas de ¨¦xitos, no dejaron de ser versionadas por todo tipo de m¨²sicos e incluidas en varios anuncios, pel¨ªculas y series de televisi¨®n. De hecho, la magn¨ªfica Sunshine, lollipops and rainbows' cierra uno de los mejores cap¨ªtulos de la segunda temporada de Mad men, la atractiva y notable serie de ¨¦poca en la que, tanto o m¨¢s que los l¨ªos de faldas y la crisis existencial de Don Draper, se despliegan con elegancia los dilemas y las luchas cotidianas a las que se enfrentaban las mujeres en los sesenta. Gore, que nunca abandon¨® los estudios y se licenci¨® en Literatura Inglesa y Estadounidense pese al brutal ¨¦xito como cantante, puso su trascendente grano de arena e hizo de ese dilema una bella y contagiosa m¨²sica para la posteridad.
Babelia
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