Diagn¨®stico urgente del arte contempor¨¢neo
Hay una fiebre en subastas y ferias, y un desplazamiento de los epicentros creativos.
"Soy un artista serio¡±. Con estas palabras sellaba Santiago Sierra su carta a la entonces ministra de Cultura, ?ngeles Gonz¨¢lez-Sinde, en la que renunciaba al Premio Nacional de Artes Pl¨¢sticas 2010. ¡°Los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, por ejemplo, a un empleado del mes. Mi sentido com¨²n me obliga a rechazar un premio que instrumentaliza en beneficio del Estado el prestigio del premiado¡±.
?Sentido com¨²n, artista serio? ?Hubo alguna vez alg¨²n artista que no intentara apu?alar a quien le acusara de crear su obra bajo un c¨®digo simb¨®lico compartido? ?Es posible encontrar un poso de buen sentido en la taza de desayuno cubierta con piel de gacela de Meret Oppenheim? ?Qu¨¦ narrativa l¨®gica hay en los cuatro esp¨¢rragos de Manet? ?Y en su D¨¦jeuner? ?Fue cabal el acto de colocar unos bigotes a la Mona Lisa? ?Qu¨¦ hicieron Rimbaud, Breton y Tzara sino atentar contra el principio de identidad? ?No fue Leonardo un provocador ¨®ptico? Y finalmente, ?acaso Antoni Muntadas, Esther Ferrer, Luis Gordillo y la mayor¨ªa de artistas premiados con el Nacional fueron ejemplares trabajadores del Estado o serviles compa?eros de orla del supermercado cultural?
Desde Goya, la mayor¨ªa de las grandes obras de arte tienen la cualidad de una farsa, pero ninguna ha llegado al grado de triste carcajada como la acci¨®n de colocar la carta de renuncia de un premio dentro de un marco dorado y colgarla en el stand de una galer¨ªa. Ocurri¨® pocas semanas despu¨¦s de il gran refiuto de Sierra, en la feria Arco. El artista puso a la venta su famosa misiva en la galer¨ªa Prometeo Gallery (s¨ª, s¨ª, el que rob¨® el fuego a los dioses) por 30.000 euros, exactamente el monto del premio. Sierra hab¨ªa preferido cobrar su recompensa por la caja b, como un B¨¢rcenas cualquiera. Otro motivo por el que el Estado espa?ol pudo haber querido ¡°instrumentalizar su prestigio¡± tiene que ver con sus performances, donde muestra su preocupaci¨®n por los ¡°sujetos deshumanizados y explotados por las clases de control¡±. Sierra suele pagar (el salario m¨ªnimo) a individuos que se dejan tatuar, sodomizar o enterrar en la arena; registra las acciones en v¨ªdeo y fotograf¨ªas y las vende en galer¨ªas (los ¡°actores¡± no cobran derechos de imagen). En su ¨²ltimo trabajo transform¨® una galer¨ªa de arte neoyorquina en un redil (The Flock) donde una decena de ovejas comieron y copularon durante un mes. Cuenta el artista que su obra es un homenaje al filme de Bu?uel El ¨¢ngel exterminador.
Sierra es uno de los artistas espa?oles m¨¢s internacionales, los coleccionistas pagan por sus ocurrencias bastante m¨¢s que por otros autores menos ¡°serios¡±, como Isidoro Valc¨¢rcel Medina, Juan Usl¨¦ o ?ngela de la Cruz. El artista madrile?o es un testimonio de nuestro tiempo, de lo que en ¨¦l hay de cinismo, antihumanidad y perversi¨®n. Si la obra de Picasso es la historia de c¨®mo reacciona un creador contra su realidad a trav¨¦s de la iron¨ªa, el escepticismo, la alegr¨ªa, el honor del ser humano y el erotismo, cualidades que se convierten en desenfrenada rebeli¨®n contra un orden y una l¨®gica, el trabajo de Sierra es el de un testigo de cargo implicado en el proceso cada vez mayor de suprematismo financiero, cuadrado blanco sobre fondo negro transformado en una vanitas: La imposibilidad f¨ªsica de la muerte en la mente de algo vivo, conocida como el tibur¨®n de Damien Hirst. Hay muchas, pero esta es una parte del arte contempor¨¢neo de lo m¨¢s peliaguda, por lo que tiene de revancha del capitalismo sobre la posmodernidad y la recuperaci¨®n de sus cruces de artes y disciplinas.
El arte se refiere al deseo, s¨ª, pero ?qui¨¦n es el sujeto de ese deseo? ?No ser¨¢ un nuevo narciso camuflado entre espect¨¢culos y desmesuras versallescas? Ese hipersujeto tambi¨¦n se esconde en trabajos hechos con t¨¦cnicas pasadas de moda ¡ªlas diapositivas de James Coleman, las arcaicas animaciones de William Kentridge (en la tradici¨®n del dibujo sat¨ªrico de Daumier, Hogarth, Grosz), las instalaciones f¨ªlmicas de Stan Douglas (el cine utilizado como un archivo privilegiado del pasado)¡ª. Aquellos ¡°momentos perdidos¡± en la historia del arte son recuperados como medios que ponen en cuesti¨®n su r¨¢pida obsolescencia como producto de consumo, d¨¢ndose la circunstancia de que aparecen de nuevo sumergidos en las din¨¢micas de la bienalizaci¨®n y la gerhyficaci¨®n de sus usos. Y lo que antes ¡ªen el caso de William Kentridge¡ª era un teatrillo de marionetas o una sencilla pel¨ªcula con dibujos hechos a mano, acaba siendo una costos¨ªsima instalaci¨®n de proporciones gigantescas. Su obra m¨¢s espectacular, The Refusal of Time, que firm¨® para la Documenta XIII (2012), se articulaba a partir de cinco canales de v¨ªdeo, esculturas, m¨²sica y danza. Una obra de arte total. De manera parecida, las fotograf¨ªas casuales de Wolfgang Tillmans o los delicados dibujos de Tacita Dean han acabado ahogados entre las paredes del cubo blanco de la Fundaci¨®n Vuitton, la nueva notre dame parisiense encargada por el empresario y coleccionista Bernard Arnault al arquitecto Frank O. Gehry.
Nunca el arte hab¨ªa sido tan popular, aceptado y rentable. Es el triunfo del capitalismo art¨ªstico
Con la planetarizaci¨®n del arte y la multiplicaci¨®n de sus productos dentro de la industria del entretenimiento, el museo ya es la instituci¨®n que mejor representa la metr¨®polis. Se han borrado las barreras entre arte, negocio y lujo, de manera que donde antes hab¨ªa una escultura de Richard Serra hoy podr¨ªa acontecer una subasta de coches. Ocurri¨® hace dos semanas en el Grand Palais de Par¨ªs. Bajo sus espl¨¦ndidas cubiertas acristaladas, la casa de subastas Bonhams organiz¨® una puja de veh¨ªculos cl¨¢sicos. El evento concentr¨® a m¨¢s de 200 millonarios de todo el mundo, pero s¨®lo un postor consigui¨® llevarse un flamante Aston Martin (1.750.000 euros) con la avidez de un coleccionista de gauguins.
Nunca el arte hab¨ªa sido tan popular, aceptado y rentable. Nunca tantos artistas ¡°profesionales¡± de tantos lugares del planeta hab¨ªan sido famosos tan r¨¢pidamente, ni tantos profesionales hab¨ªan trabajado en materias relacionadas con la pl¨¢stica contempor¨¢nea. Y nunca antes la cr¨ªtica hab¨ªa sido tan ninguneada. Es el triunfo de lo que Gilles Lipovetsky y Jean Serroy llaman el capitalismo art¨ªstico (La estetizaci¨®n del mundo. Anagrama, 2015). Visto as¨ª, no es de extra?ar que a un artista ya no le interese el reconocimiento de un jurado y en su lugar prefiera aprender c¨®mo maridar arte y dinero, est¨¦tica y promoci¨®n. As¨ª es el dios salvaje del arte, venerado por ¨¢ngeles y escualos.
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