El arte moderno como montaje comercial
Marchantes y artistas recurren a h¨¢biles operaciones de relaciones p¨²blicas para conferir valor a la obra
Dado que, a partir de las vanguardias, los creadores, los te¨®ricos y los marchandsse dedicaron a destruir los criterios est¨¦ticos, en 1920 ya no se sab¨ªa ¡ªmerced a la inestimable colaboraci¨®n confusionista de Marcel Duchamp¡ª qu¨¦ era una obra de arte. Si no hay criterios, todo vale, y la obra de arte solo se calibra por su precio en el mercado, nada que ver con los criterios neocl¨¢sicos de Winkelmann, con los rom¨¢nticos de la emoci¨®n, ni siquiera con el estructuralismo, la sem¨¢ntica o la deconstrucci¨®n: solo el dinero y las relaciones p¨²blicas.
Cuando no hay criterios es imposible decidir qu¨¦ es y qu¨¦ no es arte, bas¨¢ndose en la obra en s¨ª. Por eso son los marchands y los propios artistas quienes confieren valor a las obras por medio de campa?as publicitarias, t¨¦cnicas de relaciones p¨²blicas u operaciones comerciales de subasta y recompra: si se expone en la galer¨ªa X, el cr¨ªtico Y dice que aquello es arte y el millonario Z lo compra a un alto precio, lo presentado es arte, aunque sea un urinario vuelto del rev¨¦s.
Los tres criterios que he enunciado para convertir cualquier cosa en obra de arte, galer¨ªa, cr¨ªtico y dinero, no tienen nada que ver con las propiedades esenciales del objeto, solo con h¨¢biles movimientos de relaciones p¨²blicas.
El taimado Damien Hirst reconoci¨® con toda candidez que su maestro no es el macabro doctor Moreau, que intenta hacer arte org¨¢nico con los cromosomas, sino el magnate de las relaciones p¨²blicas Saatchi. En vez de criterios est¨¦ticos, lo que hay es un entramado de galeristas, exposiciones y museos por medio del cual se otorgan prestigios, se sostienen famas, se fomentan carreras y se alzan precios, sea lo que sea lo que se vende: tanto da un urinario al rev¨¦s, que una tela en blanco, que una vaca en formol.
Por fortuna, todo esto no quiere decir que el arte se haya terminado o que no nazcan artistas, quiere decir que las siete artes tradicionales han agotado sus ciclos creativos y ser¨¢ necesario que surjan el octavo, noveno o d¨¦cimo, cada uno basado en un soporte material nuevo, como la cinta fotogr¨¢fica lo fue para el cine. Incluso el cine, que fue el arte del siglo XX, est¨¢ en el periodo manierista de su ciclo: Spielberg es Veronese, no Rafael.
Las artes nuevas surgir¨¢n de soportes desarrollados con la tecnolog¨ªa at¨®mica, gen¨¦tica, bioqu¨ªmica, digital y espacial. El pincel podr¨ªa ser un haz de electrones, neutrones o rayos gamma. La escultura se podr¨ªa basar inquietantemente en ingenier¨ªa gen¨¦tica por manipulaci¨®n de c¨®digos de prote¨ªnas. El ordenador se podr¨¢ conectar directamente al cerebro para inculcarle un curso universitario o pasar la noche con Marilyn Monroe de puertas adentro; las puertas de la percepci¨®n a que se refer¨ªa Huxley.
Los instrumentos art¨ªsticos los dar¨¢ la ciencia, los temas que profundamente interesan a la sociedad en cada ¨¦poca los intuir¨¢ y expresar¨¢ el arte. Ha terminado el ciclo de unos, pero aparecer¨¢n otros nuevos. Acaso poner color sobre tela se convierte en venerable artesan¨ªa, como escribir novelas, filmar pel¨ªculas o cincelar estatuas, pero nuevas formas de arte surgir¨¢n por cada una que agote su ciclo. La ciencia proporcionar¨¢ los nuevos medios e instrumentos, el artista se har¨¢ cient¨ªfico y el cient¨ªfico artista, para realizar el sue?o de Leonardo: competir con la naturaleza en la creaci¨®n de obras excelsas.
Luis Racionero acaba de publicar Los tiburones del arte (Stella Maris).
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