Sobre un llameante pez¨®n
El mundo se desordena cada d¨ªa y la cultura todav¨ªa se desgre?a un grado m¨¢s
Hasta ahora la Historia ha decidido el destino de los seres humanos pero ha llegado el momento ¡ªdec¨ªa Marx en sus Grundisse¡ª de que los hombres tomen en sus manos la Historia y proyecten su deseable destino. Esto significar¨ªa la aut¨¦ntica liberaci¨®n de la especie o, como se dir¨ªa hoy, la propiedad intelectual de su dise?o.
Y aqu¨ª estamos. Enviamos drones para que hagan la guerra, robots para que atiendan a los ancianos y a los discapacitados, c¨¦lulas madres como remedio de todas las batallas del hospital. ?Pero qu¨¦? ?Qu¨¦ destino nos trazamos? La p¨¦rdida de las utop¨ªas, signo de una vida alegre ha terminado no s¨®lo con la ilusi¨®n de un ¡°hombre nuevo¡±, sino con el sentido de toda lucha que posea un objetivo seductor. ?La democracia? ?El comunismo? ?La socialdemocracia? ?La nueva cultura? ?La cultura¡? ?Qu¨¦ clase de cultura importante y deseable se configura sobre estas sinuosas pistas del porvenir? Ni idea.
La clave radica en ese ¡°ni¡± que los mayores atribuyen a la juventud (¡°ni-ni¡±) pero que, al cabo, es nuestra clave dominante. Ni esto ni aquello. Ni el papel ni lo digital, ni una elite ni una masa, ni un pensamiento ¨²nico ni un pensamiento sin precisi¨®n. De hecho, casi todos los fen¨®menos de la ¨¦poca reproducen a su manera la misma indeterminaci¨®n. ¡°Podemos¡± pero no queremos tanto poder. Deseamos ser ecol¨®gicos pero no soportamos el naturismo. Abominamos de la pornograf¨ªa en bruto pero la sociedad sorbe, con descarada ignominia, la delicada pornograf¨ªa infantil.
La crisis posee este peinado en rizos que enmara?a el desarrollo desde la ra¨ªz. No hay un efectivo peinado del presente como tampoco una peluquer¨ªa del futuro. El mundo se desordena cada d¨ªa y la cultura todav¨ªa se desgre?a un grado m¨¢s. Pr¨¢cticamente ya no existe un novelista de ¨¦xito que no practique la novela negra o, lo que es lo mismo, la inc¨®gnita, la intriga, la indefinici¨®n. La frase tan sabida de ¡°no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa¡± puede ensancharse hasta el espacio de nuestro tiempo en que no sabemos donde nos hallamos y ese es nuestro hogar.
No existiendo un porvenir preclaro, el presente se emborrona. No existiendo un ideal firme, el presente se debilita. ?Resultado? Un tedio que cunde desde la mesa a la cama y desde la ventana al televisor.
La literatura mantuvo el inter¨¦s de todo ello y hasta el mismo aburrimiento fue oro en el movimiento existencial. Pero ?qui¨¦n ser¨ªa capaz de leer sin hartarse unas p¨¢ginas de Faulkner o de Alain Robbe Grillet? Tiempos pasados, tiempos muertos. S¨®lo nosotros, los m¨¢s provectos, conspicuos enemigos de la muerte, continuamos tan anhelantes como enhiestos ante una cercana extinci¨®n. Generaciones con un libro perenne bajo el brazo; la frente cruzada de C¨¦sar Vallejo, el pecho colorado y mam¨ªferos insomnes de un llameante pez¨®n.
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