Milagro
Doy por supuesto que el enfangamiento y el trinque entre los que controlan la pomada es colectivo, que la b¨²squeda de Di¨®genes ser¨ªa tan interminable como improductiva
Estoy seguro de que si Di¨®genes y su farol se hubieran topado conmigo en la noche oscura, e incluso a plena luz, le habr¨ªa bastado con una desde?osa mirada para saber que deb¨ªa continuar su c¨ªnico camino en busca de ese milagro llamado un hombre honesto. Igualmente, deducir¨ªa que pertenec¨ªa a la raza de los pringados, que si no estaba corrompido no era por falta de ganas sino de oportunidades, ya que jam¨¢s hab¨ªa dispuesto de poder y la impunidad que proporciona, ni hab¨ªa tenido acceso a la caja p¨²blica, ni pose¨ªa nada s¨®lido que mereciera ser comprado por el gansterismo institucionalizado o el presuntamente fuera de la ley.
Teniendo un concepto tan dudoso sobre mi honradez, mi debilidad ante las tentaciones, la seguridad de que casi todo dios tiene un precio, doy por supuesto que el enfangamiento y el trinque entre los que controlan la pomada es colectivo, que la b¨²squeda de Di¨®genes ser¨ªa tan interminable como improductiva.
Pero, alguna ins¨®lita vez, pasan cosas muy raras. Y bonitas. Se supone que los 75 concienciados ciudadanos a los que les fueron entregadas esas prodigiosas tarjetitas negras que multiplicaban los panes y los peces a cualquier hora del d¨ªa o de la madrugada, todos ellos conoc¨ªan a lo largo de su pudiente existencia las cosas m¨¢gicas, lujosas o necesarias que proporciona el dinero (y si alguno de ellos ven¨ªa de pobre cuna, ay los sindicalistas, los izquierdistas unidos, los del partido socialista, obrero y espa?ol...., aprendieron a toda hostia el arte de gastar la pasta ajena), pero debieron de pensar que un suplemento sin l¨ªmite ni reglas, ilegal, especialmente repulsivo en tiempos salvajes para los d¨¦biles, era un merecido obsequio divino. A cambio solo hab¨ªa que asentir a todo lo que saliera de la sabia boquita del boss.
Pero he aqu¨ª que entre los 75 hombres de honor, hubo tres con alguna tara psicol¨®gica, o que habitaban el limbo, o que cre¨ªan en eso tan prescindible de la legalidad, que no usaron la llavecita de sus sue?os. Uno de ellos, Francisco Verd¨², se neg¨® escandalizado a utilizar la tarjeta black porque iba contra la praxis bancaria. Ni idea de que es eso y en todo caso mosqueo a que los bancos posean praxis. Y alucinas al encontrar en ese universo a gente que no son h¨¦roes, sino que se limitan a actuar como personas decentes.
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