Rosa Novell, all¨¢ arriba
De Rosa Novell dec¨ªan que era altiva y dif¨ªcil, y tambi¨¦n fr¨¢gil. Yo siempre la conoc¨ª c¨¢lida, luminosa, riente. Y, s¨ª, extremadamente fr¨¢gil, ultrasensible
![Rosa Novell, en su camerino del Romea en 2014.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/I7OGEVRB2UJSFNDQTXGIXE4YFE.jpg?auth=cf3350f7c7181618362536b3f4bda52ab352aab1372a4d105539bca30f12c145&width=414)
En comedia, Rosa Novell ten¨ªa la gracia elegante de Conchita Montes y la malicia moderna de Annette Bening. La recuerdo brillant¨ªsima, con una mezcla de ligereza e iron¨ªa amarga en La marquesa Rosalinda, de Valle, que mont¨® Alfredo Arias; y en las funciones de Garc¨ªa Vald¨¦s, la graciosa e inquietante adivina de El viaje, de V¨¢zquez Montalb¨¢n, y, con un encanto estelar, en Restauraci¨®n, de Mendoza, danzando en la fina maroma del bulevar. Fue a finales de los ochenta, en el Romea, cuando ya hab¨ªa hecho mucho teatro.
De aquel escenario me vuelve tambi¨¦n su gran dibujo tr¨¢gico de Romy Schneider, en la pieza escrita y dirigida por Belbel: bastaba verla apoyar un dedo en la embocadura, echarse hacia atr¨¢s el cabello, murmurar con su fascinante voz rauca, para creer en la pantera austr¨ªaca. De Rosa Novell dec¨ªan que era altiva y dif¨ªcil, y tambi¨¦n fr¨¢gil, capaz de romper a llorar porque los claveles de una funci¨®n eran blancos en vez de rojos. Yo siempre la conoc¨ª c¨¢lida, luminosa, riente. Y, s¨ª, extremadamente fr¨¢gil, ultrasensible.
En 1996, ech¨® a volar, muy alto, en De pueblo en pueblo, enorme texto de Handke y enorme puesta de Oll¨¦, en el Mercat: ella era Nova, la maga que buscaba ¡°la m¨²sica del mundo reconstituido¡±, el que se ofrece a los ojos y al coraz¨®n cuando se entra de nuevo ¡°en el r¨ªo de la tierna lentitud¡±, un impresionante mon¨®logo de 25 minutos que interpretaba como una Titania perdida, con la exacta modulaci¨®n de dolor y rabia, de fuerza y vulnerabilidad.
Pienso en Rosa Novell y pienso en sus grandes, resplandecientes mon¨®logos. Hab¨ªa sido la Winnie de D¨ªas felices en 1984, a las ¨®rdenes de Sanchis Sinisterra, y en 2000 escal¨® dos cumbres sucesivas. De nuevo con Garc¨ªa Vald¨¦s fue la inolvidable se?ora Zittel, lo mejor de Plaza de los h¨¦roes, de Thomas Bernhard, una mayordoma que, mientras selecciona y plancha las prendas del fallecido profesor Schuster, evoca las vidas del amo y de su familia, y la Viena de posguerra. Y fue luego Molly Bloom guiada por Lourdes Barba, poniendo los puntos y las comas y la risa y el llanto en el torrente de Joyce, con el cabello revuelto y las medias ca¨ªdas, insomne, vulgar y sublime, tejiendo y destejiendo el manto de su vida, habl¨¢ndonos, mientras Leopold ronca, de trenes perdidos, de amantes pasados y presentes, de la muerte de su hijo y del recuerdo de su primer novio endureci¨¦ndose en un pa?uelo que durante meses guard¨® bajo la almohada para aspirar su olor.
Winnie, Zittel, Molly, tres mujeres enterradas vivas, luchando por salir adelante, a las que hay que sumar, para ligar el p¨®quer, diez a?os m¨¢s tarde, a la ¡°mujer justa¡± de S¨¢ndor M¨¢rai, adaptaci¨®n firmada por Mendoza y puesta en pie por Bernu¨¦s, donde ella trazaba el perfil de una alta dama que encuentra en la cartera de su esposo una misteriosa, inequ¨ªvoca cinta violeta. Magistral Novell, atrapando al espectador desde el comienzo de cada relato, sumergi¨¦ndole en el clima y el tempo, gui¨¢ndole por los picos y pozos de la cordillera emotiva.
Fue Winnie, Zittel, Molly, tres mujeres luchando por salir adelante
En esa d¨¦cada hubo m¨¢s funciones memorables, por supuesto. La recuerdo gracios¨ªsima, sulf¨²rica y m¨¢s brit¨¢nica que nunca, en Casa y jard¨ªn, aquella doble joya de Alan Ayckbourn que mont¨® Madico en Reus, y me vuelven destellos de sus trabajos con Lavaudant en el TNC y el Grec: la Volumnia de Coriolano, llenando de emoci¨®n su discurso final; la Yocasta de Edipo, con aquel grito m¨¢s bien colocado que un ¡°Ol¨¦¡± flamenco, y el soberbio control gestual de la Arsino¨¦ de El mis¨¢ntropo, que respond¨ªa, muda, a la andanada de Celim¨¨ne con pasmados alzamientos de ceja, cabeza levemente ladeada, manos que intentaban aletear. Recuerdo tambi¨¦n sus estupendas direcciones de Moli¨¨re (Las mujeres sabias), Guimer¨¤ (Maria Rosa), Brossa (Olga sola), Beckett (Fin de partida), Mendoza (Graves cuestiones) y Pinter (Viejos tiempos).
Se me escap¨® Los mensajeros no llegar¨¢n nunca (2012), de Biel Mesquida, donde simultaneaba por ¨²ltima vez la actuaci¨®n (en el rol de Clitemnestra) y la direcci¨®n. Me quedan dos preciosos recuerdos de su ¨²ltima ¨¦poca. En el primero es Agnes, la suma sacerdotisa de Delicado equilibrio, de Albee: a las ¨®rdenes de Mario Gas, en el Mercat, lanza sus dif¨ªciles parlamentos en clave de alt¨ªsima comedia, como si trazara arabescos de humo, pero sin frivolizar en ning¨²n momento a su personaje. En el segundo es Nin¨ª, la vieja nodriza de Henrik en La ¨²ltima cita, la versi¨®n que Christopher Hampton hizo de la novela de S¨¢ndor M¨¢rai y que dirigi¨®, en catal¨¢n, Abel Folk, en el Romea.
Una muchacha conduce a Rosa Novell hasta el centro del escenario. Contemplo su cuerpo, fr¨¢gil y lleno de coraje. El pelo muy corto, blanco. Los pasos lentos. Escucho su evocaci¨®n de la Polonaise Fantasie, la pieza que tocaban Henrik y su madre. Escucho la misma voz, c¨¢lida, elegante, flexible, con poso. Y, aunque cueste de creer, sus ojos ciegos siguen brillando. As¨ª la recuerdo. All¨¢ arriba. En lo alto.
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