Todo por nuestro bien
En ¡®El invernadero¡¯, dirigido por Mario Gas en La Abad¨ªa, Pinter da la palabra a los verdugos y deja a sus v¨ªctimas en un inquietante fuera de campo
Hablan de la instituci¨®n donde trabajan como si de una casa de reposo se tratase, pero a juzgar por el desapego que sienten por los internos, parece que se trata m¨¢s bien de un campo de concentraci¨®n. En El invernadero (1958), Harold Pinter da la palabra a los verdugos y deja a sus v¨ªctimas en un inquietante fuera de campo: ni las vemos ni las o¨ªmos, salvo a Lamb, empleado servil que corre a colocarse la soga al cuello encantado. En el estreno en Espa?a en castellano de esta comedia negra fundacional del teatro del absurdo, que pas¨® en 2004 injustamente inadvertido por la condici¨®n econ¨®mica modesta de Ultramarinos de Lucas, la compa?¨ªa castellanomanchega le imprimi¨® una atm¨®sfera expresionista centroeuropea asfixiante, como la que envuelve a la judicatura en El proceso (Kafka) o a la administraci¨®n p¨²blica en El comunicado (Havel).
EL INVERNADERO
Autor: Harold Pinter. Traducci¨®n: Eduardo Mendoza. Int¨¦rpretes: Gonzalo de Castro, Trist¨¢n Ulloa¡ Direcci¨®n: Mario Gas. Teatro de La Abad¨ªa. Madrid, hasta el 29 de marzo.
Este pinter inaugural, en el que el autor brit¨¢nico no hab¨ªa definido a¨²n su po¨¦tica, tiene el hechizo de lo que est¨¢ en flor y transmite un desasosiego abismal. El montaje estrenado en La Abad¨ªa resulta menos opresivo y tiene un aire m¨¢s occidental y contempor¨¢neo que el otro, aunque su escenograf¨ªa y vestuario evoquen los albores de los a?os sesenta. El montaje de Mario Gas le coge el pulso al texto hacia la mitad, en la divertida pantomima del whisky, pero ya antes, en las escenas en las que Lamb se va perfilando como v¨ªctima, aparece n¨ªtidamente definido el ambiente amenazador que debiera asomar el colmillo desde la primera escena. Trist¨¢n Ulloa perfila a la perfecci¨®n la m¨¢scara imperturbable de Gibbs, cuya sonrisa perenne corta la respiraci¨®n. Carlos Martos hace de Lamb una alegor¨ªa exacta del apocamiento y la sumisi¨®n. Gonzalo de Castro comienza demasiado arriba, pero le imprime a Roote una estupefacci¨®n genuina e Isabelle Stoffel le presta a Cutts un peligro sexual entreverado de fr¨ªo polar. Jorge Us¨®n debiera interiorizar y filtrar el cinismo extremo de Lush.
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