Moncho y el tiempo del pensamiento m¨¢gico
La ¨²ltima vez que vi a Moncho Alpuente fue en Segovia, en un festival Hay; hab¨ªa en ¨¦l, todav¨ªa entonces, la demanda noble de un hombre bueno
Era un hombre saludable, en el sentido menos cl¨ªnico posible, pues no se cuid¨® nunca; en realidad, no se cuid¨® nunca de nada. Era pol¨ªticamente incorrecto por activa y por pasiva, con las cosas de comer y con las cosas de beber, y con las cosas que decir.
Aqu¨ª, en EL PA?S (versi¨®n radio y versi¨®n papel), dio curso a esa torrentera de ideas que ten¨ªa hablando y de la que tambi¨¦n disfrutaba escribiendo. Su anarqu¨ªa natural hall¨® acomodo en los espacios burgueses, pero nunca moj¨® su pluma, o su verbo, en fuentes distintas a las de esa disconformidad sat¨ªrica que lo convirti¨® en uno de los genios del humor nacional.
Como dijo Fernando Delgado, con el que colabor¨® en A vivir que son dos d¨ªas, era un hombre humilde; dicho hoy, cuando por tres de pipas ya eres el rey del mambo, y adem¨¢s lo dices, esa apelaci¨®n a la humildad no dice s¨®lo de Moncho sino de aquel tiempo en el que ¨¦l ejerci¨® prensa, radio, teatro y vida cotidiana.
En aquel tiempo m¨¢gico en que casi todas las cosas estaban recibiendo nombres nuevos, Moncho Alpuente nos ayud¨® a re¨ªrnos mientras nos desped¨ªamos de Franco. Lo hizo como si estuviera siempre jugando; su ingenio era un regalo para los otros; cuando ¨¦l hizo gloria de sus ocurrencias a¨²n mandaban menos los managers o los agentes que la calle; y en la calle (la calle eran los bares, sobre todo) se hizo Moncho Alpuente, riendo, ayudando a re¨ªr, mandando en las reuniones con su buen humor, sus ojos fuera de las ¨®rbitas, su risa de cazalla y su nobleza de campesino urbano.
Su escritura, que en EL PA?S conoci¨® momentos muy brillantes cuando tuvo en sus manos el inolvidable El Pa¨ªs imaginario, era vibrante y veloz, como el verbo con el que se asisti¨® en los d¨ªas y en las madrugadas en las que desgast¨®, generosamente, su voz libre.
Ese concepto de humildad que le adjudica Fernando Delgado es un rasgo de Moncho, pero tambi¨¦n de aquel entonces; luego vinieron, para sustituir a aquel tiempo de pensamiento m¨¢gico y callejero, grandes corporaciones que intentaron, con ¨¦xito muchas veces, convertir el ingenio en parte del comercio, y aquellos reverendos, wyomings y monchos se quedaron como leyendas de la alegr¨ªa nocturna de una ciudad que se hizo movida y luego comercio.
Lo cierto es que ninguno de ellos dejaron de ser quienes fueron, como si fueran el metro iridiado al que habr¨ªa de acudir para saber de veras qu¨¦ fue aquel estruendo que ahora se mira como una reliquia. Reverendo, como Moncho, ya no est¨¢, pero ah¨ª est¨¢ Wyoming, de Wyoming en la tele y en los fines de semana en que sigue subi¨¦ndose a una furgoneta para decir aqu¨ª estoy y soy aquel que sigue siendo.
La ¨²ltima vez que vi a Moncho Alpuente fue en Segovia, en un festival Hay; hab¨ªa en ¨¦l, todav¨ªa entonces, a pesar de la buena y de la mala vida que nos asisti¨® a todos en aquellas madrugadas movidas de nuestra juventud, la demanda noble de un hombre bueno: ¨¦l quer¨ªa ser luz y quedarse, seguir actuando, escribiendo y hablando; hablar era uno de sus regalos, el que ¨¦l hac¨ªa y el que le hac¨ªan; escucharle era asistir de nuevo a la torrentera sat¨ªrica e ingeniosa con la que habitaba, de su risa y de su ingenio, las redacciones de los ochenta y de los noventa. Su asignatura era Madrid, se la sab¨ªa de memoria, pero en aquellos momentos llevaba ya rato en Segovia, era all¨ª una especie de alcalde progresista (o de jefe progresista de la oposici¨®n) enamorado del paisaje y de la vida, y de la gente que lo rodeaba. Eran las tres de la tarde, la ansiedad de irse nos pose¨ªa a todos, pero all¨ª segu¨ªa Moncho, queriendo hablar y hablando, abrazando la vida con la ansiedad risue?a que siempre lo mantuvo a la altura entusiasmada de un ni?o que no quiere que los amigos se vayan de su casa.
Hay algo m¨¢s que quiero decir, porque ahora no est¨¢ de moda decirlo, ni serlo: Moncho Alpuente era una persona bien educada. A veces la buena educaci¨®n resulta emocionante, y a mi me gusta recordarlo as¨ª, bien educado y sarc¨¢stico, un tipo formidable que nos ayud¨® a re¨ªr cuando a¨²n no sab¨ªamos exactamente de qu¨¦ ten¨ªamos que re¨ªrnos.
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