El enigma de los flamencos
En la pintura flamenca hay historias contadas sin tregua, que se superponen en cada gesto, en cada pliegue
Cuesta descubrir las piernas de ?caro que apenas sobresalen a un lado del cuadro, mientras el campesino sigue arando sin reparar en la zambullida y un pastor se ha detenido en sus tareas y mira al cielo embelesado por la maravilla en medio de los quehaceres cotidianos, del mundo que sigue girando displicente. Aparece el prodigio: un joven cayendo del cielo. El cuadro La ca¨ªda de Icaro de Brueghel, de mediados del siglo XVI, mantiene una potencia inmensa en medio de la minuciosidad miniaturista: detalles sobre detalles que no hacen sino enfatizar la enorme complejidad narrativa de la pieza.
Esas historias contadas sin tregua en la pintura flamenca, que se superponen en cada gesto, en cada pliegue, debieron ser las que fascinaron al poeta W.H. Auden cuando durante su visita a Bruselas en diciembre de 1938 escrib¨ªa Mus¨¦e des Beaux-Arts a partir del citado cuadro: ¡°Acerca del dolor jam¨¢s se equivocaron/los Antiguos Maestros. Y qu¨¦ bien entendieron/ su funci¨®n en el mundo. C¨®mo llega mientras alguno cena o abre la ventana o nada m¨¢s camina sin objeto".
Quiz¨¢s sea verdad que s¨®lo cierto tipo de pintura es capaz de despertar unas reflexiones tan precisas a prop¨®sito del dolor como las de Auden, llamando la atenci¨®n sobre esa exactitud po¨¦tica tan especial de la pintura flamenca de los siglo XV y XVI que quiz¨¢s resulta para algunos m¨¢s atractiva que la italiana, a pesar de que la pintura renacentista italiana se privilegia por el discurso de autoridad como la gran protagonista de los cambios en el gusto moderno.
Quiz¨¢s sea verdad que s¨®lo cierto tipo de pintura es capaz de despertar unas reflexiones tan precisas sobre el dolor
Es en Italia donde se inventa la perspectiva que gobierna Occidente, incluso cuando con la llegada de las vanguardias se trata de desbaratar. Y es en Italia donde van apareciendo los primeros temas profanos, s¨ªntoma de la nueva clase en acenso, la burgues¨ªa. Italia es el Renacimiento, el primer pa¨ªs capaz de romper con los modelos gotizantes: el resto de pa¨ªses llega m¨¢s tarde, se dec¨ªa en las historiograf¨ªas m¨¢s tradicionales, en parte porque ve¨ªan todo lo relacionado con la Edad Media como una cuesti¨®n a evitar. Sin embargo, las cosas son muy diferentes en este momento. Hoy se sabe que no ajustarse al modelo italiano no significa haber llegado tarde: es tan s¨®lo haber elegido otro camino.
Quiz¨¢s el cambio de paradigma ha propiciado una cada vez m¨¢s ferviente admiraci¨®n hacia ese fabuloso tiempo suspendido que potencian los pintores flamencos y sus construcciones espaciales siempre enigm¨¢ticas frente a lo previsible de las propuestas italianas, pulcras y poco dadas a las sorpresas. As¨ª, cuando en cada visita nos recibe a la izquierda de la sala de los flamencos del Museo del Prado El descendimiento de Rogier van der Weyden, ejecutado a mediados del siglo XV, nos atrapa sin miramientos con ese espacio claustrof¨®bico en el cual las figuras se calzan con una destreza y una audacia impensada y los pliegues dictan sentencia y a cada paso y en cada gesto se cuenta una historia enmarcada en el gran relato de la muerte de Cristo, aunque hable de narraciones que van desde las clases sociales epitomizadas por el lujoso manto, hasta el dolor el cual supieron tanto los Antiguos Maestros.
Es un dolor que se refleja de forma directa en la verosimilitud de los fluidos ¨Cl¨¢grimas y sangre, pintadas de esa forma tan especial del artista, avanzando sin haber secado a¨²n la pintura- y en el gesto de los cuerpos de las mujeres, esenciales en sus relatos, que desfallecen entre el espacio constre?ido, las rodillas dobladas, incapaces de sostenerse en pie. Otra veces, como en el imponente Calvario ¨Cque contrasta con las arquitecturas cuidadas de algunas de sus obras y que se puede ver en la exposici¨®n del Prado-, el espacio inmenso y el relato se concentran en el dolor de los exiguos personajes. Y el dolor se hace drama rojo estridente y poderoso.
Van der Weyden es el maestro de la exactitud, quiz¨¢s por su naturaleza de hombre culto y buen conocedor de las matem¨¢ticas y la geometr¨ªa, nacido en el seno de una familia de or¨ªgenes nobles por parte de la madre y de un pr¨®spero fabricante de cuchillos. Siguiendo la tradici¨®n de la pintura flamenca de la ¨¦poca, convierte el mundo de los detalles materiales ¨Cdesde telas hasta vegetaciones o arcos- en una especie de imponderable, un juego diab¨®lico de puntualizaciones que tambi¨¦n hablan de una clase en ascenso, la de los profesionales que estiman las cosas del mundo. Son los objetos que se convierten en consumo en los bodegones flamencos del XVII, como los de Clara Peeters, tambi¨¦n en al Prado y cuya colecci¨®n de arte flamenco ocupa uno de los lugares preeminentes, en parte debido a las fascinaci¨®n que dicho arte ejerci¨® en Felipe II, gran amante del propio van de Weyden.
Son tambi¨¦n los objetos como culto a los gremios de la parte derecha del Retablo de Merode de Robert Campin, donde la vida de San Jos¨¦ acaba por ser el punto de partida para reflejar un fabuloso cat¨¢logo de herramientas. Y son los objetos del Matrimonio Arnolfini de Van Eyck - con esa ventana que se abre al mundo, tan cl¨¢sica entre los flamencos-, las zapatillas y las naranjas, s¨ªmbolos de las posteriores opulencias. O ese espejo que refleja al pintor como testigo y que tanto influye en Las Meninas en su paso por la corte espa?ola, espejo que habla del lujo de quien puede poseerlo, de cierta burgues¨ªa tan moderna como la de las ciudades imaginadas de los renacentistas italianos. Es un encuentro repentino entre lo sacro y lo profano, el mundo inmaterial y el material ¨Cocurre en la Virgen del Canciller Rolin, del mismo Jan van Eyck. Es el enigma imbatible de los pintores flamencos con sus juegos de telas, de pliegues, de arcos, de paisajes, de gentes, de colores, de dolor sobrehumano y posesiones terrenales¡ que se pueden admirar generosamente en el Museo del Prado, aunque no s¨®lo paseando por la conmovedora muestra de Rogier van der Weyden, sino en las salas de la colecci¨®n permanente, entre los azules de Patinir y los espect¨¢culos de El Bosco.
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