De c¨®mo Peggy Guggenheim viol¨® a Samuel Beckett
Su coleccionismo sexual era parejo a su pasi¨®n por el arte que la hizo famosa
Cuando a Peggy Guggenheim le preguntaban cu¨¢ntos maridos hab¨ªa tenido, contestaba: ¡°?M¨ªos o de las otras?¡±. Ni ella misma lo sab¨ªa. Laurence Vail, John Holms, Garman, Max Ernst, Pollock, todos ricos, locos o suicidas. Su coleccionismo sexual era parejo a su pasi¨®n por el arte, que le vino de su familia de magnates jud¨ªo ¡ªalemanes. Su t¨ªo-abuelo Solomon hab¨ªa fundado el MoMA de Nueva York; su padre Benjamin muri¨® en el Titanic, llevando en su equipaje un boceto de Las Se?oritas de Avignonen cuya compa?¨ªa se fue al fondo del mar. Prefiri¨® morir de esmoquin a ponerse una de aquellas horribles chaquetas salvavidas. Naufragar de esmoquin, con un puro Davidoff en la boca, es un lujo al alcance de muy pocos, sobre todo si te hundes en el abismo con un Picasso bajo el brazo. Su hija Peggy comenz¨® a coleccionar maridos y amantes antes que obras de arte. Uno de los ejemplares que pas¨® por su cama fue el escritor Samuel Beckett, a quien hab¨ªa conocido en 1937 en Par¨ªs, la noche despu¨¦s del d¨ªa de Navidad durante una cena en Fouquet, invitados por James Joyce.
Era un joven de 30 a?os, alto y desgarbado, de ojos verdes que nunca te miraban directamente. Su aspecto exterior no le importaba nada porque vest¨ªa muy mal con ropa francesa que le ven¨ªa estrecha; hablaba poco, pero nunca dec¨ªa estupideces; parec¨ªa estar siempre pensando en algo muy importante. As¨ª recordaba Peggy Guggenheim a Samuel Beckett, calmada con el tiempo su tormentosa relaci¨®n. Hasta entonces, ella devoraba a los hombres seg¨²n el m¨¦todo de usar y tirar, sobre todo a los pintores que pasaban por su galer¨ªa, la Guggenheim Jeune, que hab¨ªa montado en Londres, asesorada por Marcel Duchamp, Jean Cocteau y el cr¨ªtico Herbert Read, quienes la animaron a invertir su herencia de un mill¨®n de d¨®lares en pintura de vanguardia, que ni entend¨ªa ni le gustaba. Peggy viv¨ªa entre Londres y Par¨ªs flotando en una riqueza al servicio de sus caprichos amorosos. En Par¨ªs, se encontr¨® con este joven irland¨¦s silencioso, un tipo duro de verdad, con cara de cuchillo, cort¨¦s y al mismo tiempo muy antip¨¢tico.
Dama y tigresa
Peggy Guggenheim (Nueva York, 1898 - Padua, 1979, coleccionista y mecenas de arte, tuvo tantos amantes que ni ella recordaba el n¨²mero. Uno de ellos fue el Nobel Samuel Beckett al que no logr¨® retener en su cama.
Asesorada por Marcel Duchamp, Jean Cocteau y el cr¨ªtico Herbert Read invirti¨® su herencia de un mill¨®n de d¨®lares en pintura de vanguardia.
Con los primeros vientos de la II Guerra Mundial se propuso comprar un cuadro cada d¨ªa y adquiri¨® piezas de Picasso, Braque, Matisse o Mir¨® a precios irrisorios.
Despu¨¦s de aquella cena de Navidad en Fouquet, que Joyce hab¨ªa ofrecido a su familia y amigos, Beckett pidi¨® a Peggy que le permitiera acompa?arla a casa. Durante el camino la cogi¨® del brazo sin hablar, dio por hecho que pod¨ªa subir a su apartamento y all¨ª sin expresar directamente sus intenciones le dijo que se echara a su lado en el sof¨¢. ¡°A los pocos minutos est¨¢bamos en la cama de la que ya no nos levantamos hasta la noche del d¨ªa siguiente¡± ¡ªconfiesa ella en sus memorias. A la hora de despedirse, Beckett fue parco en palabras. Le dijo simplemente gracias. ¡°?Te gusto? ?Me quieres?¡±¡ª le pregunt¨® Peggy de forma ritual desde la cama. Beckett se limit¨® a negar con la cabeza y desapareci¨® dejando a la tigresa a la vez humillada, sorprendida y excitada. Tiempo despu¨¦s, una noche, se encontraron por azar en un paso de peatones del boulevard de Montparnasse. Se fueron directamente a un apartamento que les prest¨® una amiga y pasaron doce d¨ªas encerrados. Beckett solo bajaba a la calle a comprar comida y champ¨¢n. ¡°De los trece meses que estuve enamorada de ¨¦l recuerdo aquellos d¨ªas con gran emoci¨®n. Ambos est¨¢bamos excitados intelectualmente. Volv¨ª a sentirme libre para decir o pensar lo que sent¨ªa¡±.
Era realmente una aventura porque Beckett desaparec¨ªa y su regreso sol¨ªa ser imprevisible. Lo ¨²nico seguro era que siempre regresaba borracho y como movi¨¦ndose en un sue?o. Peggy por primera vez se sent¨ªa insegura, dominada, lo que no dejaba de ser una experiencia nueva muy excitante. En cierta ocasi¨®n, despu¨¦s de diez d¨ªas de encierro, Beckett aprovech¨® una salida de su amante para meter en la cama a una amiga suya de Dubl¨ªn. Para detener la furia de Peggy se limit¨® a decir que no hab¨ªa sido capaz de echarla cuando se meti¨® en su cama y que hacer el amor sin estar enamorado era como tomar caf¨¦ sin co?ac. ¡ª¡°?Soy yo tu co?ac?¡±¡ª le pregunt¨® Peggy antes de echarlo de casa. Fue al salir a la calle cuando un loco le dio una pu?alada entre las costillas que le tuvo al borde de la muerte.
Enloquecida de pasi¨®n, Peggy anduvo busc¨¢ndole por todos los hospitales hasta que Nora, la mujer de Joyce, le dijo d¨®nde estaba. Le llev¨® unas flores con una nota en que le juraba su amor y que se lo perdonaba todo. Helen Joyce, la mujer de Giorgio, el hijo del escritor, le sugiri¨® que la ¨²nica forma de romper esa neurosis era que lo violara. Una noche lo acompa?¨® a casa y la tigresa se abati¨® sobre ¨¦l. Beckett, preso del p¨¢nico, logr¨® zafarse de sus brazos y huy¨® dej¨¢ndola sola en su propio apartamento. Ya no volvieron a verse.
Cuando se agitaron los primeros vientos de guerra, lejos de ponerse a salvo como otros jud¨ªos ricos, Peggy que hab¨ªa cerrado su galer¨ªa de Londres, comenz¨® a acaparar pintura de vanguardia en Par¨ªs. Se hab¨ªa propuesto comprar un cuadro al d¨ªa, puesto que todos los artistas estaban a su alcance, Picasso, Matisse, Braque, Mir¨®, Dal¨ª, a precios irrisorios debido a la inseguridad del momento. Finalizada la guerra, Peggy Guggenheim abri¨® en Manhattan la galer¨ªa Art of this Century, germen del expresionismo abstracto con De Kooning, Pollock, Rotko, Motherwell, que ella impuls¨®. De hecho, ese trasvase de la vanguardia hist¨®rica desde Par¨ªs a Manhattan fue el bot¨ªn de guerra que se llevaron los norteamericanos. Peggy Guggenheim fue una pieza clave en ese bot¨ªn, que despu¨¦s se conocer¨ªa como la Escuela de Nueva York. Pero la ¨²nica pieza que no pudo comprar fue aquel tipo desgarbado, con cara de cuchillo, un tal Samuel Beckett, un artista que no ten¨ªa precio.
Babelia
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