Teor¨ªas inciertas
Ernst J¨¹nger jam¨¢s olvid¨® la ma?ana en que aprendi¨® a hacer la lazada de sus botines
Estaba imaginando a un debutante que estudiaba las relaciones entre "pragm¨¢ticos" y "te¨®ricos" en pol¨ªtica, pero cuando he comprendido que el principiante podr¨ªa ser yo mismo, me he dado un susto tan tonto como el del flaco Stan Laurel cuando dormita y un ladr¨®n introduce la mano por el respaldo del banco y, al tener ¨¦l las manos cruzadas, confunde en su majadero ensue?o la mano del desconocido con una de las propias. Un triunvirato de manos. ?Sobraba una? He pensado en el factor Monedero, el intelectual que quer¨ªa volar. Y en medio del embrollo he elegido la via pragm¨¢tica invitando a dimitir a la mano extra?a.
Casualmente, horas m¨¢s tarde, un art¨ªculo de encargo parec¨ªa exigirme que distinguiera entre intelectuales con nulo sentido pr¨¢ctico y otros con mayor instinto pol¨ªtico. He preferido divertirme, como cuando invento teor¨ªas inciertas. Y he ido clasificando a los escritores seg¨²n la relaci¨®n de cada uno con los cordones de sus zapatos.
Al frente de los escritores con instinto pol¨ªtico, he situado a Ernst J¨¹nger, que jam¨¢s olvid¨® la ma?ana en que, con prisas por escapar de la casa de sus padres, aprendi¨® a hacer por s¨ª solo la lazada de sus botines. Podr¨ªa aquel d¨ªa haber hecho el peque?o J¨¹nger dos nudos precipitados, pero eligi¨® la opci¨®n m¨¢s complicada. Con el tiempo, esto iba a servirle para comprender que para escribir hab¨ªa que hacer lazadas, ir m¨¢s all¨¢ de los apresurados nudos, poner con cuidado un adjetivo ah¨ª e intercalar all¨¢ una frase subordinada: una empresa arriesgada, que resultaba tanto m¨¢s feliz cuanto menos el lector reparaba en ella.
A Giorgio Manganelli lo he colocado al frente de los escritores voladores, los poco pragm¨¢ticos. De su infancia s¨®lo recordaba que no sab¨ªa atarse los cordones de los zapatos y supon¨ªa que de esa incapacidad para la vida proced¨ªa su vocaci¨®n de escritor: "?No s¨¦ atarme los cordones de los zapatos? Bueno, escribir¨¦ libros".
Ahora bien, al acordarme de que Manganelli, a pesar de ser "el in¨²til de los cordones", fue tambi¨¦n toda su vida un maestro de los adjetivos bien colocados y de las frases subordinadas ¡ªun genio de las lazadas, igual que J¨¹nger¡ª, he comprendido que las de uno y otro escritor eran lecturas m¨¢s que compatibles. Es m¨¢s, he comprendido tambi¨¦n que de esa posible convivencia entre sus dos mundos distintos se desprend¨ªa que si bien tanto la vida pol¨ªtica como el campo de la escritura padec¨ªan las mismas tensiones ¡ªdesacuerdos entre "pragm¨¢ticos" y "te¨®ricos"¡ª, la violencia parec¨ªa menor en el mundo de las letras, quiz¨¢s por prevalecer ah¨ª el esp¨ªritu sobre la acci¨®n.
?O acaso no nos fascinan las teor¨ªas literarias porque a veces son verdaderas, pero s¨®lo lo son en parte, y por tanto los adversarios intelectuales de las mismas no se equivocan? Esa sinraz¨®n compartida le da a las tensiones literarias una discreta serenidad de fondo que no existe en el ¨¢mbito pol¨ªtico, donde se llevan a la pr¨¢ctica teor¨ªas inciertas que perjudican la vida de los dem¨¢s. Teor¨ªas que, encima, como las literarias, s¨®lo en parte pueden ser verdaderas.
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