Una vida pensando
En sus clases recordaba a sus alumnos que "dentro de todo s¨ª hay un peque?o no, y dentro de todo no hay un peque?o s¨ª¡±
A don Emilio Lled¨® (sus alumnos lo seguimos llamando don Emilio) le surgen alegr¨ªas por todas partes; en primer lugar, las nietas: lo llaman Nonno, se alegran de sus ¨¦xitos y se burlan de ¨¦l; es un abuelo consentido y un padre feliz: del ¨¦xito de sus hijos, y tambi¨¦n de lo que hacen sus amigos. Su mente est¨¢ poblada de nombres propios a los que guarda gratitud, por su presencia o por su magisterio. Montse, su mujer, a la que perdi¨® muy pronto, est¨¢ en la primera l¨ªnea de esos afectos. Su emoci¨®n es amistosa siempre: no ofrece, ni en su esencia ni en su apariencia, un gramo de frivolidad.
Est¨¢ comprometido con la vida y con la historia que ha vivido; de modo que sigue siendo, en un lugar muy visible de la memoria, el ni?o que se someti¨® a las ense?anzas de don Francisco, en la escuela de Vic¨¢lvaro, en la Rep¨²blica, con la misma pasi¨®n agradecida que a las que luego tuvo de Gadamer, cuando era flaco como un ¨¢rbol y se fue a Alemania a saber de la vida.
Esta presencia suya en Alemania, en los a?os 50, fue decisiva en su vida y en su moral: estudiar no era s¨®lo para aprender sino para vivir. En aquel tiempo aqu¨ª se viv¨ªa la secuela humeante y empobrecedora de la guerra incivil, y all¨ª vio que en la distancia que hay entre el maestro y el disc¨ªpulo resid¨ªa la felicidad de combinar amistad y aprendizaje.
Con esa ense?anza en su alma se volvi¨® a Espa?a, a Valladolid, a La Laguna, a Barcelona, a Madrid, y en todas partes ha ido dejando hermosa memoria de esa hermandad entre la amistad y el aprendizaje. Los que estudiamos con ¨¦l sabemos de los efectos de ese maridaje feliz: nunca nos dej¨® solos, nunca dej¨® de interesarse por lo que viv¨ªan los otros y por lo que a los otros le acontec¨ªan. Esta vida de maestro le depar¨® una actitud que no es habitual a ciertas edades, probablemente desde que uno se hace adulto: Lled¨® no tiene ni envidia ni resentimiento, no habla de lo que sufri¨® en la guerra (con sus padres) con otro ¨¢nimo que el de hacerse a la mar de los abrazos entre los diversos y los diferentes.
Esa tolerancia incluye una intolerancia: no es l¨ªcito arrojar las verdades como pu?os para reproducir en este pa¨ªs triste (o entristecido) lo que se siente como verdad absoluta. A ¨¦l no le gusta que le recordemos esa frase que es tesitura de una vida pensando y que nos dec¨ªa desde el estrado: ¡°dentro de todo s¨ª hay un peque?o no, y dentro de todo no hay un peque?o s¨ª¡±. ¡°?Parece que es lo ¨²nico que he dicho!¡±. A ¨¦l no le gusta, pero es equivalente a esa otra que escribi¨® su Albert Camus en el frontispicio de su manera de vivir: ¡°El sol que rein¨® sobre mi infancia me priv¨® de todo resentimiento¡±.
?l pudo haber sido avaricioso y contrariado, pero en su esencia no est¨¢n esos defectos que la gente asume como grumos malditos: nos ha ense?ado a pensar y por tanto a vivir pensando. Es un maestro feliz, al que ahora le caen encima tantas alegr¨ªas. Hoy, una m¨¢s, en Asturias. Pero los que lo conocen saben positivamente que el primer recuerdo habr¨¢ sido, ante este otro agasajo de la vida, la risa de su nietas y la risa siempre presente de la abuela Montse de sus nietas.
Babelia
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