La azarosa vida de un peluche
Los seis animales, nobles y santurrones, mordieron el polvo; es natural, si de toros solo ten¨ªan la apariencia
Disculpas le sean pedidas al ganadero por lo que a continuaci¨®n se cuenta. Pero atribularse no debe porque quien ha visto crecer a sus animales con preocupaci¨®n, mimo y cari?o, y ha recibido los t¨ªtulos de alquimista de la bravura o prestigioso genetista autodidacta cuando el triunfo le ha sonre¨ªdo, debe aceptar ahora una negra mancha en su prestigio. De entrada, ha cometido una grave equivocaci¨®n: ¨¦l cre¨ªa que estaba criando toros encastados, y resulta que lo que ten¨ªa en la finca eran juguetes de peluche.
Pero hasta los peluches enga?an. Se pasan cuatro a?os de buc¨®lica vida en la dehesa, bebiendo y comiendo como se?ores, compitiendo unos con otros por la primac¨ªa del grupo, dando y recibiendo le?a seg¨²n los casos, y eso s¨ª, oliendo a las vacas de lejos (nada es perfecto en esta vida); un d¨ªa los suben a un caj¨®n oscuro y, cuando ellos creen que van de vacaciones a la playa, se encuentran con la M-30 y un corral ajeno que no conocen y que los mosquea con toda raz¨®n.
Jandilla/Abell¨¢n, El Fandi, Escribano
Toros de Jandilla-Vegahermosa, muy justos de presencia, mansurrones, inv¨¢lidos y muy nobles.
Miguel Abell¨¢n: pinchazo, estocada atravesada y un descabello (silencio); media (leve petici¨®n y ovaci¨®n).
El Fandi: estocada trasera y un descabello (silencio); media (silencio).
Manuel Escribano: media estocada y un descabello (silencio); estocada (silencio).
Plaza de las Ventas. 20 de mayo. Corrida de la Prensa. Asisti¨® el Rey don Juan Carlos desde la meseta de toriles. Casi lleno.
Despu¨¦s de un d¨ªa y una noche de incertidumbre y desinformaci¨®n, salen al ruedo, dan una vuelta y comprenden que hay un error; unos se?ores con raros uniformes se empe?an en tratarlos como si fueran toros bravos, pero ellos son juguetes de peluche y no resisten la dura prueba que les obligan a pasar.
Los seis animales, nobles y santurrones, mordieron el polvo; es natural, si de toros solo ten¨ªan la apariencia. El primero, por ejemplo, con una cara muy triste, ten¨ªa un semblante mortecino, y parec¨ªa vislumbrar la otra vida ante de que le correspondiera. Con decirles que su matador empez¨® como enfermero, y cuando acab¨® ya ten¨ªa el t¨ªtulo de especialista en cuidados intensivos. El segundo se dio un batacazo al salir del caballo y qued¨® patas arriba, en posici¨®n muy deshonrosa para su supuesta categor¨ªa. El tercero era un peluche de verdad. El cuarto se salv¨® de la quema. Hizo de tripas coraz¨®n y mantuvo la verticalidad. Y los dos ¨²ltimos a duras se mantuvieron en pie.
Es evidente que as¨ª no se puede jugar al toro. Abell¨¢n esper¨® a los suyos a porta gayola, y lleg¨® a trazar redondos muy estimables ante el cuarto, que humill¨® con fijeza. El Fandi puso banderillas con facilidad y siempre a toro pasado, y simul¨® capotazos y alg¨²n muletazo sin inter¨¦s; y Escribano, afanoso con los garapullos, valiente y decidido, pero sin oponentes.
Por si fuera poco, sopl¨® el viento y volvi¨® el fr¨ªo.
En fin, que por culpa del ganadero, que crey¨® ver toros donde solo hab¨ªa peluches, los seis cuelgan a estas horas de un pincho en una c¨¢mara frigor¨ªfica, con lo bien que hubieran quedado en el mueble bar del sal¨®n. Una vida azarosa se llama eso¡
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