13 rue del Percebe cultural
Azkuna Zentroa de Bilbao celebra el ¨²ltimo a?o del festival 3, 2, 1 dedicado a la performance
En el s¨®tano se amontonan ocho salas de cine. En el atrio, ahora ocupado por una instalaci¨®n en forma de gigantesco globo ocular, comparten espacio los juegos de los ni?os, las lecturas de sus padres, los restaurantes. En un bloque hay salas de ensayo; en el otro, una mediateca; en el ¨²ltimo, un gimnasio. La Alh¨®ndiga de Bilbao (rebautizada como Azkuna Zentroa) es un h¨ªbrido. ¡°Su propia estructura ya condiciona la actividad¡±, admite Fernando P¨¦rez, responsable de programaci¨®n. El Festival 3, 2, 1 celebra desde ayer y hasta el 30 de mayo esa naturaleza bastarda mezclando performance, teatro y danza en un marmitako llamado ¡°nuevas formas esc¨¦nicas¡±.
La nave de producci¨®n vinatera, recuperada por el arquitecto Philippe Starck, es un hormiguero. Un 13 Rue del Percebe cultural. La comunidad de vecinos, heterog¨¦nea pero bien avenida, son los artistas del 3, 2, 1, aunque no por mucho tiempo. Este ser¨¢ el tercer y ¨²ltimo a?o del ciclo, que ya ven¨ªa con fecha de caducidad: ¡°No quer¨ªamos ir sumando ediciones y restando presupuesto. Es algo vivo, con nacimiento, desarrollo y muerte¡±. El ¨¦xito de asistencia (la ¨²ltima edici¨®n reuni¨® a 4.500 personas) pronostica, sin embargo, un m¨¢s all¨¢. ¡°Quiz¨¢s se transforme en algo nuevo¡±, aventura P¨¦rez. ¡°Como si fuera una cuenta atr¨¢s¡±.
La portera es la fot¨®grafa Elssie Ansareo, que ha elaborado un ¨¢lbum familiar del festival. Sus tomas, protagonizadas por 100 artistas y espectadores, mezclan grandes momentos de la cita con recreaciones de hitos de la historia del arte. ¡°?C¨®mo se ha conseguido esto? Con un equipo capaz, creativo, al que se le deja serlo¡±, dice, rodeada de sus homenajes a Sophie Calle o a Marina Abramovic. Con 90.000 euros de presupuesto se han organizado 18 obras y talleres. ¡°No s¨¦ c¨®mo nosotros s¨ª hemos resistido, cuando hay tantos que han desaparecido. S¨ª sabemos que, como servicio p¨²blico, tenemos que incidir en lo que no es f¨¢cil de difundir¡±, subraya P¨¦rez.
Ah¨ª, tras unas espesas cortinas oscuras vive el vecino del s¨®tano, el m¨²sico Lloren? Barber. Ha preparado un ¨ªntimo fest¨ªn musical para 25 comensales. Crea ¡°una lluvia de arm¨®nicos¡± agitando dos platillos. Hace sonar unas ¡°alas de enfermo¡± (radiograf¨ªas). Golpea 16 oxidadas tapas de caldera hasta arrancarles gemidos de campana. ¡°La m¨²sica no es de composici¨®n, sino de lugar¡±, apunta. ?l lo comparte con ¡°el vecino holand¨¦s¡±, una grabaci¨®n del videoartista P¨¦ Okx que hace sonar La Pasi¨®n de J. S Bach usando un cristal como amplificador.
En el bajo derecha vive la core¨®grafa T?nia Carvalho, demasiado t¨ªmida para salir al rellano mientras prepara su espect¨¢culo 27 ossos. En el primero, las creadoras vascas Alaitz Arenzana y Mar¨ªa Ibarretxe (el d¨²o Sra. Polaroiska) transforman un espacio de ensayo en un extra?o congreso cient¨ªfico, Lur away, en el que los espectadores aprender¨¢n seis ense?anzas pr¨¢cticas para la vida, desde c¨®mo evitar un ahogamiento f¨ªsico a uno emocional. ?Su disciplina? ¡°El l¨ªmite entre lo f¨ªlmico y lo esc¨¦nico¡±. Algo tan heterog¨¦neo como el espacio que habitan.
Algo m¨¢s all¨¢, Rosa Casado y Mike Brooks se empe?an en metamorfosear una habitaci¨®n vac¨ªa en una casa de campo en Gales. Y solo con sonidos (el canto de los p¨¢jaros, ni?os jugando), reproducidos en 40 peque?as grabadoras. Lo explica ella: ¡°Con pocos elementos, das otra dimensi¨®n al espacio. Va sobre c¨®mo las cosas pueden ser diferentes, o mejores. Es magia¡±. Sus palabras resuenan en la sala di¨¢fana. El uso hace al espacio. La Alh¨®ndiga lo sabe.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.