M¨¢rtires
La imagen del artista atormentado que se inmola pod¨ªa calar hondo en?el?subconsciente judeocristiano
Europa recupera, poquito a poco, el p¨¢nico. Era una sensaci¨®n casi olvidada en nuestros hogares, pero hoy en d¨ªa cualquier ciudadano comunitario reconoce al instante su sabor. Al menos en el Sur. En eso nos vamos pareciendo a ?frica. Lo dem¨¢s tambi¨¦n vendr¨¢, aunque no creo que lleguemos hasta el fondo. No somos lo suficientemente resistentes. Por no hablar de nobleza o humildad, atributos que tambi¨¦n olvidamos en alguna parte de nuestra historia reciente.
A falta de mayores cat¨¢strofes, a los europeos nos entra el p¨¢nico al entrar en una sucursal bancaria. Es el mismo miedo que siente un yonqui cuando le toca hacer la compra. Co?o, los poblados. Ya dec¨ªa yo que me recordaba a algo. Al entrar, temes por tu dinero, y al salir, por la droga. Por eso hay d¨ªas en los que te la metes all¨ª mismo, bajo una lluvia de pedradas. Hoy en d¨ªa, ese pavor est¨¢ al alcance de todos. Solicite una hipoteca y sabr¨¢ lo que es caminar por el lado salvaje. Sin drogarse ni nada.
Sin embargo, en el mundillo del rock and roll hubo un tiempo en el que colocarse era preceptivo. La autodestrucci¨®n fue el concepto que aliment¨® al mito. La vida al l¨ªmite, el filo de la navaja¡ En realidad, lo que buscaban los j¨®venes no era otra cosa que buenas canciones y sensaciones fuertes, pero la imagen del artista atormentado que se inmola ante un p¨²blico extasiado pod¨ªa calar hondo en el subconsciente judeocristiano.
Managers y cazatalentos no tardaron en captar la idea. El componente festivo de los conciertos de rock fue extirpado, y sobre su cicatriz se recre¨® la eterna liturgia ritual del sacrificio. De ah¨ª al sacramento s¨®lo hab¨ªa un peque?o paso. Muchos j¨®venes talentosos con el ego hipertrofiado y propenso a la tragedia se prestaron gustosamente a escenificar la suya sobre los escenarios de medio mundo.
Religi¨®n, el negocio perfecto. El p¨²blico olvid¨® sus bailes para dedicarse en cuerpo y alma a adorar a sus m¨¢rtires, cuya recompensa en la otra vida ser¨ªa entrar a formar parte del santoral. El pante¨®n del rock, la gloria eterna. A¨²n no hace un lustro desde que Amy Winehouse, de cuyo talento cab¨ªa esperar grandes alegr¨ªas, pas¨® a formar parte del muy triste club de los 27.
Ojal¨¢ que sea la ¨²ltima. Que no nos vengan con m¨¢s m¨¢rtires. Lo que sucede con los m¨²sicos es que tienden por naturaleza al exceso y a veces se les va la mano. Eso es todo. Por lo dem¨¢s, lo ¨²nico que pretenden es hacer canciones chulas y divertirse por ah¨ª. Afortunadamente, el rock and roll tiene sus saltarines pies sobre este mundo. Carece de vocaci¨®n religiosa. No sirve para eso. Entre otras cosas, porque el ¨²nico infierno que contempla es el del aburrimiento. Naci¨® para ser disfrutado, no para meter miedo. Para eso ya tenemos los bancos, las empresas de telefon¨ªa y a nuestros representantes pol¨ªticos. Estamos hartos de todos ellos. Asfixiados. Necesitamos arte, necesitamos disfrutar. Ni liturgias ni ortodoxias: ?Queremos canciones!
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