San Quijote
No puede ser y adem¨¢s es imposible que una obra, sea de literatura, de arquitectura, de pintura o de corte y confecci¨®n, guste absolutamente a todo el mundo. Lo importante de esta coincidencia universal no ser¨ªa ya la obra sino su fen¨®meno. No ser¨ªa el autor de la cosa lo primero sino esa monstruosa consecuencia sobre su especie. Y este es el caso del Quijote. Caso eximio, supremo, trascendental. Quiz¨¢s, ni Dios en varias de sus versiones consiguiera mayor adhesi¨®n.
La admiraci¨®n por El Quijote traspasa, en fin, los l¨ªmites de lo art¨ªstico para convertirse en una m¨ªstica. Una m¨ªstica, adem¨¢s, que al no comprenderla bien, aumenta su luz. Una devoci¨®n tan un¨ªsona se aviene mal con la naturaleza de una obra humana aunque, en efecto, el contagio de la admiraci¨®n, evoca a los milagros que realizan las v¨ªrgenes sobre un ¨¢rbol en terrenos del mundo rural.
Ruralidad, habilidad, genialidad, oscuridad se combinan para ofrecer unas veces diversi¨®n y otras enrevesamiento. Pero esto no importar¨¢. Tanto lo que se entiende, pero, sobre todo, lo que no se entiende, sea el hip¨¦rbaton o el l¨¦xico contribuyen a la magnificaci¨®n de la obra. No entender El Quijote es signo capital de su grandeza y acaso Trapiello le ha hecho las pascuas con su vertido al castellano actual.
De otra parte, confesar no haber le¨ªdo El Quijote conduce a declararse en falta y no se diga ya de quien habi¨¦ndolo intentado proclama su aburrimiento. El que desiste de ese camino de perfecci¨®n bordea lo indigno. No obstante, como miles de millones de seres humanos no han le¨ªdo El Quijote, no podr¨¢ juzgarse tanto por su lectura efectiva como por su adhesi¨®n incondicional. Lo mismo pasa con la Biblia. Para hallarse en gracia basta fiarse de lo que all¨ª se dice. Los yihadismos, los nazismos, los fanatismos poseen esta extraordinaria condici¨®n. Los fieles son ternes por contagio y adeptos por miedo a disentir de la Gran Verdad.
De hecho, El Quijote tiene ya mucho menos inter¨¦s como literatura que como psicolog¨ªa de masas. No aceptar su inmarcesible valor a lo largo de 400 a?os es ser un ateo o ciego por castigo del Creador, puesto que Cervantes no es un escritor absoluto por bueno que sea, sino una excelsa figura del santoral. De este modo se buscaron sus restos como reliquias en el altar y todos los a?os, el 23 de abril, fecha de su muerte, se entonan los p¨¢rrafos de su texto por una selecta grey de intelectuales que se comportan como quienes ante el atril de las iglesias, leen fragmentos del Evangelio, palabra de Dios. ?Basta ya? Ya basta. Pero ?c¨®mo negar el pan y la sal, el estipendio y la beater¨ªa a honestos ex¨¦getas entusiasmados con su patr¨®n?
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