El ¨²nico argumento
El recital del cantante en La Zarzuela demuestra que conserva la belleza de su timbre
Si se otorgaran premios a los programas de concierto mejor concebidos de esta temporada madrile?a que ahora agoniza, uno de ellos tendr¨ªa que ser, sin duda, para el de este recital de Matthias Goerne que ha cerrado una nueva edici¨®n del Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela. Para muestra, un bot¨®n: la primera canci¨®n, de un joven Alban Berg, se abre con el verso ?Dormir, dormir, nada m¨¢s que dormir!, mientras que la ¨²ltima, de un Dmitri Shostak¨®vich ya herido de muerte, concluye con la pregunta ¡°?Por qu¨¦ despertarme?¡±. Entre medias, y sabiamente desordenados, Liederde Schubert, modelo de Brahms y ¨¦ste, a su vez, espejo del primer Berg. Como corolario, canciones de Hugo Wolf y Shostak¨®vich con un nexo com¨²n: tomar como inspiraci¨®n poemas y sonetos de Miguel ?ngel, el artista renacentista. Y todo el conjunto sobrevolado de principio a fin por una sombra que anuda y da sentido a todo el programa: la cercan¨ªa, el presentimiento o la certidumbre de la muerte.
Otro gran acierto de Goerne fue plantear el recital como un solo bloque unitario de algo m¨¢s de una hora, sin aplausos, un reto tremendamente exigente para ¨¦l, porque la m¨²sica no da respiro y demanda a los int¨¦rpretes m¨¢xima concentraci¨®n, pero que redobla as¨ª su potencia expresiva para los oyentes.
Aunque m¨¢s moderado que otras veces en ademanes y aspavientos, el cantante alem¨¢n no sabe lo que es el hieratismo: a veces dibuja las melod¨ªas en el aire, otras las danza levemente o parece divisarlas a lo lejos, y en no pocas ocasiones las anticipa, como en el segundo de los Cuatro cantos serios de Brahms, cuyo verso inicial (Me gir¨¦ y vi a todos los que padecen injusticias bajo el sol) vino precedido de un s¨²bito movimiento de su cuello antes de observar fijamente al p¨²blico y empezar a cantar. En lo vocal, su voz ha perdido parte de la contundencia de anta?o y su menor fiato le obliga a partir frases en puntos en que ser¨ªa preferible no hacerlo, pero a cambio conserva la belleza de su timbre y la facilidad de su falsete, que le hizo asemejarse casi a un contratenor al referirse a los ¡°poderes celestiales¡± al final de la primera estrofa de la segunda de las tres Canciones del Arpista. Compositor (Schubert) y poeta (Goethe) regresar¨ªan luego en An den Mond, ofrecida fuera de programa.
El punto m¨¢s alto se alcanz¨® quiz¨¢s en Oh, muerte, qu¨¦ amarga eres, de Brahms, en la que la modulaci¨®n al modo mayor, cuando el amargor de la muerte desaparece y hace exclamar ¡°?qu¨¦ bien haces al necesitado que es d¨¦bil y viejo!¡±, son¨® casi como una transfiguraci¨®n. Apoyado en el piano impecable y detallista de Alexander Schmalcz, Goerne consigui¨® incluso que nos olvid¨¢ramos del terrible calor y que, tambi¨¦n ¨¦l, nos pareciera f¨²til y accidental en comparaci¨®n con aquello que nos ense?¨® el verso memorable de Jaime Gil de Biedma: Envejecer, morir, es el ¨²nico argumento de la obra.
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