¡®Un cad¨¢ver exigente¡¯
El pasado lunes, el autor argentino Guillermo Mart¨ªnez iniciaba este relato. En los d¨ªas sucesivos seis lectores lo completaron
Estaba reci¨¦n mudado y pronto hab¨ªa advertido que la alfombra ra¨ªda de la sala ocultaba un piso todav¨ªa m¨¢s dif¨ªcil de mostrar. Por eso no me sorprend¨ª tanto cuando dos hombres bajaron de un cami¨®n a mi puerta una alfombra enrollada, fuertemente atada en los extremos: supuse que hab¨ªa sido una cortes¨ªa o un remordimiento del propietario. Cuando los hombres se fueron cort¨¦ el hilo de los bordes y al desplegar la alfombra rod¨®, o deber¨ªa decir, se revel¨® a mis pies, el cuerpo de una mujer joven, desnuda, indudablemente muerta. A¨²n as¨ª, pens¨¦ con tristeza, era un cad¨¢ver exquisito.
Me dirig¨ª de impulso a la habitaci¨®n y busqu¨¦ entre las cajas a¨²n sin desocupar una s¨¢bana que puse sobre su cuerpo. Desde el sill¨®n me detuve a observar su cara y de repente algo que no hab¨ªa visto al principio se torn¨® familiar. Un inconfundible lunar en la mejilla me hizo recordar a quien por varios a?os fuera mi compa?era de clase. Miles de minutos desde un pupitre lateral estuve dedicado a estudiar el perfil de quien hoy me ve¨ªa forzado a reconocer en la forma id¨¦ntica de un l¨®bulo, un p¨®mulo redondo, una firmeza en la nariz y ese mismo lunar que fueron desde siempre m¨¢s que un deseo de adolescencia.
Sin embargo, no era del todo ella. Cada rasgo por separado coincid¨ªa con mi recuerdo pero el conjunto no pose¨ªa la armon¨ªa que recordaba en su rostro. Extend¨ª entonces la s¨¢bana de tal forma que la cubriese por completo. Abr¨ª el mueble bar y me serv¨ª una copa de ginebra. El alcohol, pese a lo que mi m¨¦dico se empe?aba en afirmar, mitigaba la ansiedad a la que propend¨ªa mi ¨¢nimo. Al segundo sorbo mi mente se aclar¨®. Moj¨¦ una esquina del embozo en el l¨ªquido y frot¨¦ el lunar. Desapareci¨®.
Apenas pude advertir lo sucedido; son¨® el timbre, una, dos veces. Tras mi sobresalto, mir¨¦ de un lado a otro buscando d¨®nde esconderla a ella, d¨®nde esconderme yo. Puse, luego, sin ruido mi copa en una mesa, y me paralic¨¦, se paraliz¨® todo a mi alrededor. Imponente, son¨® otra vez el timbre y, en el acto, escuch¨¦ que alguien habl¨®: ¨DDisculpe, se?or, ?puede o¨ªrme? Hubo un error, me reclaman la alfombra en otra direcci¨®n.
?Ahora voy!, dije. Tras un corto momento de alivio, me aterroriz¨® la idea de tener que empaquetar el cad¨¢ver. Igual no deber¨ªa haber contestado. Cuando empec¨¦ a enrollar a la chica, descubr¨ª un mensaje pintado en su espalda: un n¨²mero de tel¨¦fono. Lo anot¨¦. Amarr¨¦ bien la alfombra y la arrastr¨¦ hasta la puerta. Los repartidores la cargaron y se la llevaron. Me sent¨¦ en el sill¨®n con el tel¨¦fono en una mano y la copa en la otra. Me la beb¨ª de un solo trago, marqu¨¦ el n¨²mero y esper¨¦ respuesta.
Con cada tono se me aceleraba m¨¢s el pulso. Despu¨¦s de muchos, la llamada se cort¨®. Memoric¨¦ el n¨²mero en mi m¨®vil y busqu¨¦ el contacto reci¨¦n creado en el listado de Whatssap. Ah¨ª estaba. Respir¨¦ hondo antes de enfrentarme a la foto de perfil que ve¨ªa borrosa por la ginebra. Ampli¨¦ la imagen. Dej¨¦ de sentir el mundo a mi alrededor, s¨®lo los latidos de mi coraz¨®n retumbando en mis sienes, cuando vi, sonriendo, a la chica muerta que lleg¨® a m¨ª en una alfombra. Estaba en l¨ªnea. Escribiendo...
"Ten cuidado con lo que deseas porque lo puedes conseguir", dec¨ªa su primer mensaje. Pocos segundos despu¨¦s, el emoticono de un coraz¨®n roto. Sent¨ª una opresi¨®n en el m¨ªo, un dolor en el brazo izquierdo y un latigazo en el est¨®mago. Alguien hab¨ªa envenenado mi copa de ginebra, me mareaba y no pod¨ªa leer las letras, cada vez m¨¢s borrosas, de su ¨²ltimo mensaje: "El amor no correspondido se convierte en un cad¨¢ver muy exigente".
Los lectores coautores de este relato han sido: Alejandra Svarstad, Rub¨¦n Rey, Nora Arango, Jaime Comella, Esther G¨®mez y Eduardo Cruz.
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Cada lunes un escritor empezar¨¢ un relato que los lectores de EL PA?S pueden continuar. Ese texto a?adido se elegir¨¢ entre los enviados por los lectores y as¨ª cada d¨ªa hasta el s¨¢bado, cuando un ¨²ltimo texto cerrar¨¢ el cuento.?En la edici¨®n impresa del domingo se publicar¨¢ el relato completo, con los cr¨¦ditos respectivos de cada autor. Se trata de elaborar un relato coral, un juego literario m¨¢s conocido en el argot creativo como cad¨¢ver exquisito.
Los textos de los lectores deben tener un m¨¢ximo de 500 caracteres. Los participantes deben registrarse. Las aportaciones se recibir¨¢n hasta las 13.00 (hora peninsular espa?ola) de cada d¨ªa. Entonces, la secci¨®n de Cultura elegir¨¢ tres propuestas para que los lectores de EL PA?S voten en la web la mejor continuaci¨®n del cuento. El horario de votaciones de los lectores ser¨¢ entre las 16.00 y las 19.00 (hora peninsular espa?ola). Despu¨¦s se publicar¨¢ el p¨¢rrafo m¨¢s votado en la edici¨®n digital y volver¨¢ a comenzar el per¨ªodo de env¨ªo de propuestas.
Babelia
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