¡®El s¨ªndrome¡¯ (3): ¡®El olvido¡¯
Helena Medina, guionista en series como 'El reencuentro', 'Sara', '23F: el d¨ªa m¨¢s dif¨ªcil del Rey', 'Operaci¨®n Jaque' y 'Ni?os robados' contin¨²a esta semana su relato de verano
Los tres pisos que le separaban del cuerpo de la azafata hac¨ªan que la imagen que contemplaba apoyado en la barandilla le pareciera el plano cenital de una pel¨ªcula m¨¢s que la escabechina que realmente era: aun as¨ª, reaccion¨®. Comprendi¨® que huir dejando el cuerpo a la vista de cualquier empleado que transitara por la escalera no era sensato, que ten¨ªa que deshacerse de ¨¦l para que cuando indefectiblemente lo encontraran, su vuelo ya hubiera salido. Baj¨® corriendo. La sangre brotaba de la cabeza abierta y empez¨® a pensar que aunque consiguiera ocultar el cuerpo la sangre inundar¨ªa todo, empezar¨ªa a correr escalera abajo como un r¨ªo desbocado y se colar¨ªa por debajo de las puertas, inundando las salas de espera, las tiendas de Duty Free; y que entonces sonar¨ªan las alarmas y se impedir¨ªa la salida de los vuelos hasta dar con el culpable. Pero la suerte, que tan pocas veces en su vida hab¨ªa estado de su lado, le hab¨ªa preparado una min¨²scula habitaci¨®n justo en ese rellano, cuya puerta se abri¨® con solo girar el pomo. Dentro hab¨ªa una fregona rota y unos trapos sucios que delataban su desuso. Antes de que la sangre llegara a los escalones arrastr¨® a la azafata hasta su interior (hubo que doblar grotescamente el cuerpo porque era m¨¢s largo que las paredes); empuj¨® con la fregona el charco de sangre hasta dentro y puso los trapos en la parte baja de la puerta para que no se escapara por la rendija. En el rellano solo qued¨® una leve sombra anaranjada que pod¨ªa perfectamente ser el resto de un v¨®mito fregado sin profesionalidad.
Solo entonces se dio cuenta de que estaba sudando como jam¨¢s hab¨ªa sudado. Que ten¨ªa la chaqueta empapada, los pantalones mojados como si se hubiera meado en ellos. De camino al lavabo recogi¨® su malet¨ªn y la botella de vodka; ante el espejo se lav¨® y trat¨® de secar un poco sus ropas con el secador de aire, que result¨® menos in¨²til para la ropa que para las manos. Pero un macabro olor persist¨ªa y lo alteraba, un hedor que penetraba el as¨¦ptico aire del no-lugar, donde por no existir no existen los olores, ni la luz del sol, ni nada que apele m¨ªnimamente a cualquiera de los cinco sentidos. ¡°Excepto los aromas embotellados del Duty Free¡±, atin¨® a pensar. Minutos despu¨¦s, en la secci¨®n de Eaux de Toilette pour Homme, se echaba chorros de colonia con la misma desesperaci¨®n con la que Lady Macbeth se frotaba las manos. Se sobresalt¨® cuando una dependienta de uniforme parecido al de las azafatas le pregunt¨® qu¨¦ buscaba exactamente, si un aroma fresco y c¨ªtrico o un aroma profundo, de maderas orientales y s¨¢ndalo, por ejemplo, y ¨¦l dijo que cualquier aroma que le quitara a uno el olor a muerte. Entonces ella, tras un instante de perplejidad, le pregunt¨® si era poeta. Eso le halag¨® de tal forma que respondi¨® que s¨ª, y ella mir¨® su reloj y le dijo que acababa su turno a la hora en punto, y que pod¨ªan tomarse una copa y charlar.
Esperando a la dependienta en la mesa de un falso caf¨¦ parisino empez¨® a sentir que se le iban borrando los ¨²ltimos restos de desasosiego y nerviosismo; poco a poco fue recuperando la placentera sensaci¨®n que le produc¨ªa el estar pasajeramente muerto, y la tranquilidad que proporciona el saber que las acciones de los muertos, de haberlas, jam¨¢s han tenido ninguna consecuencia. Cuando la dependienta lleg¨® y, sin siquiera sentarse, le gui?¨® el ojo y le dijo que la siguiera, celebr¨® para sus adentros que el no-lugar le brindara la oportunidad de seguir con su plan despu¨¦s de un absurdo contratiempo.
Babelia
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