El hermano de An¨ªbal pierde la cabeza
Metauro, 207 a. de C., los romanos destruyen el ej¨¦rcito cartagin¨¦s enviado a Italia a reforzar a su gran caudillo
Cannas y Zama son m¨¢s famosas, pero Metauro, ?ah!, Metauro tiene algo especial. A la hora de elegir una batalla de las Guerras P¨²nicas ¡ªlas tres, tan brutales, que enfrentaron a los cartagineses y los romanos durante m¨¢s de un siglo y de las que Roma sali¨® como la correosa y despiadada potencia que dominar¨ªa buena parte del mundo durante quinientos a?os¡ª posiblemente muchos se inclinar¨¢n por las dos primeras, la gran victoria de An¨ªbal, que se explica en todas las academias militares, y su Waterloo, la derrota definitiva en la llanura africana de Zama ante el capaz Escipi¨®n, pese a los 80 elefantes del cartagin¨¦s. Sin embargo, yo me quedo con Metauro, no porque fuera una batalla decisiva, que a su manera tambi¨¦n lo fue, sino porque desde ella nos llega desde tan antiguo un momento de rara autenticidad, un dramatismo que atraviesa la niebla de los siglos para pulsar una cuerda muy emotiva. Me refiero, claro, al episodio de la cabeza de Asdr¨²bal.
El ataque de los elefantes procura una ventaja inicial a los cartagineses pero les lastra la borrachera de sus galos
Los romanos decapitaron el cuerpo del general cartagin¨¦s ca¨ªdo en la batalla y en un ejercicio de calculada crueldad hicieron llegar su cabeza ¡ªla tradici¨®n quiere que lanzada con una catapulta¡ª a manos de An¨ªbal, su hermano mayor. Ese momento, inmortalizado por Lord Byron y Tiepolo, en que el gran l¨ªder cartagin¨¦s reconoce el querido rostro familiar en el vapuleado y sanguinolento resto (?hay que ver c¨®mo queda una cabeza lanzada en catapulta!) es de los que ponen, adem¨¢s de la piel de gallina, verdad en las amarillentas p¨¢ginas de la Historia. Desde ni?o, para m¨ª, Metauro es indisociable de esa relaci¨®n fraternal m¨¢s a¨²n porque mi hermano mayor y yo jug¨¢bamos en los a?os sesenta a un juego de tablero sobre esa batalla (Rojas y Malaret SA, 1961, 325 pesetas) que inclu¨ªa bonitos soldados de pl¨¢stico romanos y cartagineses (?¨¦stos con elefantes!). Siempre tem¨ª que acab¨¢ramos nuestra relaci¨®n como An¨ªbal y Asdr¨²bal, sin saber qu¨¦ papel me aterrorizaba m¨¢s. Los a?os han pasado y ahora mi hermano ni me habla, pero aquello de Metauro me sigue conmoviendo como a otros les conmueven de su infancia Bambi o Pinocho.
Vayamos a la batalla. Asdr¨²bal llega al r¨ªo Metauro, entre R¨ªmini y Ancona, y a su destino tras protagonizar con su ej¨¦rcito una epopeya como la de su hermano (aunque como estratega no estaba a su altura): sale de Hispania, cruza los Pirineos y luego los Alpes y entra en la pen¨ªnsula it¨¢lica. El objetivo es unir el ej¨¦rcito que trae al de An¨ªbal que ¡ªtras quedarse ad portas¡ª lleva diez a?os en territorio enemigo y aunque contin¨²a invicto no logra progresos, y juntos asestar el golpe definitivo a la odiada Roma. Los romanos son pavorosamente conscientes del riesgo: otro hijo de Am¨ªlcar se les mete en casa como una zorra en el gallinero. Lo fundamental es impedir que ambos contingentes (Asdr¨²bal desciende desde el norte por la costa este, An¨ªbal est¨¢ en el sur) lleguen a reunirse. Aqu¨ª intervienen dos de esos factores impredecibles que hacen tan interesante la historia militar. Los romanos interceptan a los correos (dos n¨²midas y cuatro galos) que env¨ªa Asdr¨²bal a An¨ªbal y descubren que el primero propone reunirse en Umbr¨ªa. El segundo factor es que uno de los dos c¨®nsules romanos del momento, Claudio Ner¨®n, es un tipo osado y con iniciativa y decide realizar una inesperada y arriesgad¨ªsima maniobra. A ¨¦l le corresponde tener controlado a An¨ªbal, pero toma la cr¨ºmede sus legiones, 6.000 soldados y mil jinetes y se lanza a la carrera, en una marcha ligera, sin pertrechos, a unirse con el ej¨¦rcito de su colega Marco Livio Salin¨¢tor en el norte. Asdr¨²bal reh¨²ye el enfrentamiento. Pero se pierde tratando de hallar un vado para cruzar el Metauro de noche, los gu¨ªas le abandonan y se encuentra al d¨ªa siguiente en la peor posici¨®n para librar batalla, frente a un enemigo superior que le ha alcanzado y de espaldas al r¨ªo.
El general p¨²nico elige morir junto a sus soldados con la espada en la mano. Polibio elogia su valor
El cartagin¨¦s, con su heterog¨¦nea hueste ¡ªla cl¨¢sica mezcla p¨²nica de africanos, hispanos y otros aliados¡ª lastrada por la monumental borrachera que arrastraba su contingente de galos, lanz¨® su ataque con los elefantes (10 seg¨²n Polibio, 15 seg¨²n Apiano) al frente que le procuraron una ventaja inicial, aunque luego se volvieron hacia sus propias filas y sus mismos cornacas hubieron de matarlos con el clavo y el martillo que llevaban para el caso. La lucha fue muy dura y ning¨²n bando se impon¨ªa hasta que Claudio Ner¨®n ¡ªde nuevo ¨¦l¡ª encontr¨® la forma de flanquear a los cartagineses, cay¨® sobre su retaguardia y entonces su ala derecha y su centro se hundieron.
Viendo la batalla perdida, Asdr¨²bal eligi¨® morir con sus hombres. Polibio le rinde un homenaje ins¨®lito: ¡°Asdr¨²bal, que siempre hab¨ªa sido un hombre valiente lo fue tambi¨¦n en aquel su ¨²ltimo momento, al terminar su vida con las armas en la mano¡±. Murieron 10.000 cartagineses por dos mil romanos. Claudio Ner¨®n regres¨® a toda velocidad al sur antes de que An¨ªbal pudiera aprovecharse de su ausencia y entonces hizo lanzar la ajada cabeza del hermano al campamento del cartagin¨¦s. M¨¢s all¨¢ de las consideraciones militares, el golpe para An¨ªbal fue brutal. No es que ¨¦l no hubiera librado una guerra cruel pero el infame gesto del c¨®nsul le demostr¨® hasta qu¨¦ grado de inquina pod¨ªan llegar los romanos. ¡°Roma ser¨¢ la due?a del mundo¡±, vaticin¨®. As¨ª fue, y tras el choque con ella del esplendor de Cartago no han quedado m¨¢s que algunas monedas, la sombra de sus generales en las p¨¢ginas del enemigo y un pu?ado de viejas historias.
Los leones de Cartago
An¨ªbal, el var¨®n primog¨¦nito, y Asdr¨²bal, eran hijos de Am¨ªlcar Barca el Rayo,el gran general cartagin¨¦s. Adem¨¢s de An¨ªbal y Asdr¨²bal, Am¨ªlcar ten¨ªa otro hijo, el benjam¨ªn, Mag¨®n, muerto, en 205 a. C., al ir tambi¨¦n a ayudar a su hermano mayor (en dos fases: herido de un lanzazo en el muslo y luego ahogado al hundirse el barco que lo transportaba). Am¨ªlcar estaba muy orgulloso de los tres y seg¨²n Valerio M¨¢ximo al contemplarlos jugar de ni?os habr¨ªa exclamado: "?He aqu¨ª los j¨®venes leones que he criado para la ruina de Roma!". No pudo ser.
Am¨ªlcar hab¨ªa tenido previamente tres hijas de destinos tampoco nada desde?ables. La mayor se cas¨® con el sufete y almirante Bom¨ªlcar, la segunda con otro Asdr¨²bal, llamado el Hermoso y que fue tambi¨¦n un gran comandante, aunque los romanos hicieron correr con malevolencia que el yerno y el suegro se entend¨ªan m¨¢s all¨¢ de lo militar. La tercera hija le asegur¨® a su padre el apoyo de la caballer¨ªa n¨²mida en la guerra contra los mercenarios al desposarse con el caudillo Naravas: es la chica que ha pasado a la posteridad como Salamb¨® merced a la imaginaci¨®n de Flaubert.
Babelia
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