El incre¨ªble superh¨¦roe menguante

En las p¨¢ginas finales de El hombre menguante,la sobrecogedora novela de Richard Matheson que Jack Arnold convirti¨® en uno de los cl¨¢sicos imperecederos del cine de ciencia-ficci¨®n de los 50, su protagonista, Scott Carey, se adentraba en el infinito horizonte de posibilidades de lo inmensamente peque?o.

Con Ant-Man, Marvel Studios tambi¨¦n parece responder a una reflexi¨®n parecida ¡ª¡°Hab¨ªa mucho que hacer y mucho en qu¨¦ pensar¡±¡ª al plantearse que quiz¨¢ hay vida m¨¢s all¨¢ del blockbuster cada vez m¨¢s hiperb¨®lico.

La pel¨ªcula, que incluye una pulla auto-ir¨®nica (y, sobre todo, inofensiva) a los excesos de la reciente Vengadores: la era de Ultr¨®n, tiene su mayor fortaleza en la exploraci¨®n de un nuevo imaginario para sus momentos de acci¨®n:la primera miniaturizaci¨®n del h¨¦roe, con su paso por una pista de baile y por la superficie de un vinilo recorrido por una aguja letal, y las escenas en que ¨¦ste comanda a su legi¨®n aliada de hormigas rompen con una mec¨¢nica que empezaba a ser reiterativa.

La lucha sobre un tren el¨¦ctrico en el cl¨ªmax final, con su constante contrapunto entre lo ¨¦pico y lo c¨®mico a trav¨¦s de abruptos saltos en el punto de vista, es un afortunado recital de esa inyecci¨®n de ingenio y originalidad que empezaba a necesitar el g¨¦nero. Proyecto de gestaci¨®n abrupta ¡ªcon despido de director original incluido¡ª, Ant-Man no se atreve a pulsar a fondo el acelerador de la comedia.

Como el resto de pel¨ªculas de la escuder¨ªa, esta tambi¨¦n se dirige a consumidores m¨¢s atentos a la coherencia narrativa del Universo Marvel que a una libertad de trazo que estaba presente en los tebeos, no aqu¨ª.

En el cine Marvel, el estilo no tiene cabida.