¡®El share y la separata¡¯ (5): ¡®El largo pelo en la nariz¡¯
Eduardo Ladr¨®n de Guevara, guionista de 'Cu¨¦ntame c¨®mo pas¨®', contin¨²a su relato. Hoy, el protagonista se asusta al recibir la llamada de un actor
Apago el ordenador y me coloco el gorro de lana. Ya est¨¢, me marcho, ma?ana ser¨¢ otro d¨ªa. Y cuando voy a abrir la puerta para salir, oigo el timbre del tel¨¦fono. ?Joder, no hay nada que me moleste m¨¢s que las llamadas a deshora! A ver qui¨¦n es, y aunque dudo si descolgar o hacerme el sordo, acabo cogiendo el auricular.
-?D¨ªgame!
-?Puedes bajar un momento a mi camerino? -me dice la estrella-. Tengo que hablar contigo.
-S¨ª, claro, ya bajo -y despoj¨¢ndome del gorro y del abrigo, salgo temi¨¦ndome lo peor, que haya decidido hacer unos cambios en el guion. Ya me veo escribiendo otra separata. ?La leche con las separatas!
Cuando entro en su camerino, que huele a s¨¢ndalo, ya s¨¦ que las cosas van a ir mal. La estrella me recibe con una glacial mueca de bienvenida, sentado en su mecedora de color caoba, envuelto en un sahumerio de nicotina.
-?Qu¨¦, c¨®mo va todo? -me dice, subray¨¢ndolo con una sonrisa que no barrunta nada bueno. Ya no me f¨ªo ni de Dios. Algo trama.
-Si¨¦ntate -y con un gesto cordial me invita a tomar asiento frente a ¨¦l, lo que hago con la mosca tras la oreja. Tambi¨¦n la mantis religiosa parece amable cuando empieza a copular con el macho, pero en cuanto el gilipollas se descuida se lo empieza a comer.
Tomo asiento y espero a ver qu¨¦ pasa. Que hable ¨¦l primero. Lo mismo me ha llamado para decirme que le haga unos cambios en el texto, o que suprima otro personaje. Cualquiera sabe.
Pero no habla. Ni una palabra. Silencio total. Y la nevada arrecia. Es una tupida cortina de nieve que planea en remolinos neg¨¢ndose a posarse en el suelo. La estrella aspira el humo del cigarrillo que tarda tanto en expulsarlo que uno piensa que se lo va a quedar dentro para siempre. Vuelve a dar una calada sin prestarme atenci¨®n, pero yo s¨ª lo hago, primero con disimulo y enseguida mir¨¢ndole fijamente. Ah¨ª est¨¢, meci¨¦ndose lentamente, con el cigarrillo a medio consumir en la mano izquierda, que mantiene la ceniza, sorprendentemente obstinada en vencer la ley de la gravedad.
Sigo mir¨¢ndole, ahora ya con descaro, pero decidido a mantener la boca cerrada. Ya hablar¨¢ ¨¦l. Y por fin, despu¨¦s de unos segundos que se hacen eternos, clava sus ojos en los m¨ªos. Las miradas de ambos de entrecruzan. Y entonces, me dice:
-He le¨ªdo la escaleta que has escrito -y la coge con gesto desmayado, diciendo en un tono neutro que no presagia nada bueno-. No das con la tecla.
-?Ah, no?
-No -dice con desd¨¦n, lanzando las dos p¨¢ginas lejos de s¨ª.
Le observo en silencio, y por vez primera me doy cuenta de que un pelo le asoma por la nariz, pero no es un pelo normal, es un largo filamento que tiembla: al inhalar aire desaparece en la fosa nasal para aparecer de nuevo al aspirar.
Babelia
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