Los tiranos en la mesa
Un libro analiza los gustos culinarios y las man¨ªas gastron¨®micas de d¨¦spotas de todo el mundo
Los gustos culinarios de los dictadores ponen en evidencia sus excesos y su compleja relaci¨®n con la comida. Las cenas que Stalin manten¨ªa en su dacha con los principales dirigentes sovi¨¦ticos duraban seis horas e inclu¨ªan juegos que siempre acababan con los comensales ¡ªtodos los que no eran Stalin¡ª humillados. Mussolini, quien odiaba la pasta, ten¨ªa un desinter¨¦s por los alimentos muy poco italiano; sol¨ªa tomar una ensalada hecha a base de ajos crudos ali?ados con aceite y lim¨®n. Y Sadam Hussein se pon¨ªa metaf¨®rico al comer olivas: dec¨ªa que escup¨ªa el hueso igual que alg¨²n d¨ªa escupir¨ªa a los israel¨ªes de Oriente Medio. Al mandatario iraqu¨ª le preparaban la comida cada d¨ªa de forma simult¨¢nea en sus 12 residencias, porque no se sab¨ªa en cu¨¢l de ellas se presentar¨ªa.
Leyendo el libro Dictator¡¯s Dinners. A Bad Taste Guide to Entertaining Tyrants (Gilgamesh Publishing) se aprende todo eso y m¨¢s. La obra incluye una treintena de recetas con los platos preferidos de cada d¨¦spota, por si a alguien le apetece cocinar en casa un cusc¨²s con carne de camello a lo Muamar Gadafi una ensalada de pescado estilo Pol Pot, o el pich¨®n relleno de lengua y pistachos que hac¨ªa perder el sentido a Hitler. Este, por cierto, no era un vegetariano tan estricto como se piensa a veces, si bien com¨ªa poca carne por influencia de Richard Wagner,, quien sosten¨ªa que el buen pueblo alem¨¢n jam¨¢s habr¨ªa sido omn¨ªvoro de no ser por la influencia jud¨ªa.
Francisco Franco: merluza y bocadillos de delf¨ªn
En Dictator's dinners, atribuyen a Francisco Franco una actitud "mortalmente seria" hacia la comida y subrayan su obsesi¨®n por la caza y la pesca. Algo que le separaba de sus cong¨¦neres fascistas Hitler y Mussolini ya que, al contrario que estos dos, Franco cre¨ªa que el vegetarianismo era una tendencia peligrosamente socialista.
La cocina en El Pardo era espa?ol¨ªsima y burguesa, como demostraron los men¨²s mecanografiados que vieron la luz el a?o pasado y que supervisaba Carmen Polo. A Franco le gustaba la ternera, el cocido, la sopa al cuarto de hora, que se hace con merluza, almejas y mejillones, y los huevos a la Aurora, rellenos y cubiertos con bechamel. Nada de aquello pasaba por las mesas de la mayor parte de los espa?oles durante los duros a?os de la posguerra. Entonces, a Franco le pareci¨® una genuina buena idea la ocurrencia de Jos¨¦ Luis Arrese, que despu¨¦s ser¨ªa ministro de Vivienda, de dar ¡°bocadillos de carne de delf¨ªn¡± a los pobres para paliar la hambruna, seg¨²n se recoge en su correspondencia con Serrano Su?er.
Aun hoy est¨¢ bastante extendida la probable leyenda urbana de que se debe a Franco la costumbre de servir paella los jueves en los restaurantes de men¨². Se dice que ese era el d¨ªa de la semana en que el dictador se plantaba en los restaurantes de Madrid sin avisar y entraba en c¨®lera si no ten¨ªan arroz.
Victoria Clark y Melissa Scott, dos veteranas periodistas brit¨¢nicas que han trabajado como corresponsales en lugares donde los dictadores campaban a sus anchas como Irak o Rumania, decidieron durante una sobremesa escribir el libro. ¡°Est¨¢bamos hablando de cuestiones de actualidad internacional. La idea se nos present¨® y decidimos ponernos a ella de inmediato¡±, dicen. El volumen, publicado hace unos meses en Reino Unido, ha sido traducido a varios idiomas (al castellano, de momento, no) y ahora sus autoras preparan una secuela que se editar¨¢ en oto?o, dedicada a las ¨²ltimas cenas de varios personajes ilustres.
De su excursi¨®n a la despensa de 26 jefes de Estado ya muertos o retirados ¡ªni?Fidel Castro ni el et¨ªope Mengistu Haile Mariam, que tambi¨¦n salen en el libro, se encuentran ya nominalmente el poder¡ª se puede decir que la historia da la raz¨®n a esa moderna frase que asegura que ¡°eres lo que comes¡±. Y que pocas cosas explican tanto a una persona como lo que pone en su plato en la intimidad de su casa, o de su palacio presidencial.
Entre la selecci¨®n, hay un pu?ado de dictadores asc¨¦ticos, como Antonio de Oliveira Salazar. . Soltero recalcitrante ¡ªno hab¨ªa m¨¢s esposa que Portugal, sosten¨ªa¡ª y ahorrador, desayunaba caf¨¦ de cebada y una tostada a palo seco y su plato preferido eran las sardinas a la brasa con frijoles, una timid¨ªsima revancha contra la pobreza que sufri¨® en la infancia, cuando ten¨ªa que compartir un solo boquer¨®n con sus hermanas.
El arroz de Mao Zedong se recolectaba en una granja especial para su consumo
Mussolini tambi¨¦n entra en el campo de los austeros. Si bien hizo de la producci¨®n de trigo un emblema de la Italia fascista y hasta lleg¨® a escribir un poema al pan ¡ª¡°orgullo del trabajador, poema del sacrificio¡±¡ª, rechazaba la carne y el vino como muestra de estoicismo. ¡°Ten¨ªa problemas de est¨®mago y no pod¨ªa permitirse ser autoindulgente, pero lo que le gustaba era esa idea del macho que sabe negarse los placeres¡±, defienden las autoras.
Las mejores viandas
El plato preferido de Salazar
Son la excepci¨®n. La mayor¨ªa de dictadores us¨® su ilimitado dominio para procurarse las mejores viandas. Clark lo achaca a que ¡°muchos de ellos ven¨ªan de or¨ªgenes humildes y al llegar al poder estuvieron encantados de poderse dar estos lujos. Por fin pod¨ªan tomar champ¨¢n para desayunar, como hac¨ªa el congole?o Mobutu Sese Seko, o bistecs, como Ceaucescu. Al yugoslavo Tito tambi¨¦n le encantaban la comida y el oropel. ?l era, de alguna manera, el comunista glamuroso¡±.
Aunque es conocida la afici¨®n por el buen comer del cubano Fidel Castro, que tiene opiniones muy precisas sobre c¨®mo hay que cocinar la langosta ¡ª11 minutos al horno o seis minutos si se hace a la brasa en un espeto, para ali?ar despu¨¦s con mantequilla, ajo y lim¨®n¡ª y en su d¨ªa dilapid¨® millones de pesos en sus intentos de producir whisky y foie gras en Cuba, Clark no duda en conceder el dudoso t¨ªtulo honor¨ªfico de ¡°tirano m¨¢s aficionado a la gastronom¨ªa¡± a Kim Jong-Il. El mandatario norcoreano enviaba a su chef por todo el mundo para que le consiguiera caviar iran¨ª, mangos tailandeses, salchichas danesas y unos pasteles de arroz japoneses especiados con artemisa que pod¨ªan costar hasta 100 euros la unidad. El Querido l¨ªder empleaba a un chef s¨®lo para hacerle el sushi. Jenki Fujimoto cont¨® en un libro en el que revelaba los excesos de su exjefe que a ¨¦ste le gustaba comerse el pescado ¡°tan fresco que a¨²n boqueaba y mov¨ªa la cola¡±.
De Kim Jong-Il se dec¨ªa tambi¨¦n que era el cliente m¨¢s importante del co?ac Hennessy. Ten¨ªa almacenadas botellas por valor de m¨¢s de 700.000 euros que atesoraba en su multimillonaria bodega.
Aunque quiz¨¢ su mayor extravagancia era obligar a varias decenas de mujeres a seleccionar cada grano de arroz que inger¨ªa, para que todos fuesen del mismo tama?o y del mismo color. Despu¨¦s, se lo cocinaban sobre fuego vivo utilizando s¨®lo le?a de un tipo de ¨¢rboles espec¨ªficos, que crecen en las proximidades de la frontera con China. Otro dictador asi¨¢tico, Mao Zedong, compart¨ªa esa obsesi¨®n. Su arroz se recolectaba en una granja especial para su consumo, regada por el mismo manantial que hab¨ªa prove¨ªdo a la antigua corte imperial.
Temor al veneno
?Las autoras se han aplicado en la investigaci¨®n de los detalles dom¨¦sticos de cada dictador, pero admiten que con algunos resulta dif¨ªcil separar la realidad de la leyenda. Ellos mismos se cuidaron bien de propagar mitos sobre sus h¨¢bitos alimenticios que les hicieran parecer aun m¨¢s temibles. De ah¨ª las dudas en torno al supuesto canibalismo del general ugand¨¦s Idi Amin y de Jean Bedel Bokassa, el dictador que se autocoron¨® emperador de la actual Rep¨²blica Centroafricana en una ceremonia inspirada en la de Napole¨®n. ¡°Ambos han sido exonerados de comer carne humana, y en el caso de Bokassa hubo incluso un juicio en el que llamaron a testificar a su cocinero, pero a la vez es perfectamente posible que lo hicieran. Y si no, es una buena t¨¢ctica hac¨¦rselo creer a sus enemigos, para hacerles temblar¡±, comenta Clark.
A la autora le llama tambi¨¦n la atenci¨®n encontrarse con leyendas similares en distintos pa¨ªses: ¡°A menudo, al buscar informaci¨®n sobre los dictadores latinoamericanos, se asegura que beb¨ªan sangre de reci¨¦n nacidos para mantenerse j¨®venes. Se dec¨ªa del dominicano Trujillo y del paraguayo Stroessner¡±.
Para casi todos los mandatarios, la comida era su mayor placer y, a la vez, su principal fuente de ansiedad, pues tem¨ªan morir envenenados. Controlaban de forma obsesiva lo que com¨ªan y muchos ten¨ªan en n¨®mina a varios probadores de alimentos. En una ocasi¨®n, Uday, el sanguinario hijo de Sadam Hussein, golpe¨® a uno de ellos hasta matarlo y su padre le castig¨® con una paliza y varias semanas en la c¨¢rcel. Y a continuaci¨®n, seguramente, se fue a degustar una carpa a la brasa. Untada con pasta de tamarindo y su poquito de c¨²rcuma.
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