Refugio
?No estaremos cegando la luz con nuestros electr¨®nicos ojos sin p¨¢rpados? ?No ser¨¢ el arte el ¨²ltimo refugio de la luz?
?Caminar por el color? O sea: ?caminar por la luz? ?Esa s¨ª que es una bella met¨¢fora, pero que adem¨¢s tiene una profunda enjundia! Para Georges Didi-Huberman, en su libro El hombre que andaba en el color (Abada), dedicado a la obra del artista estadounidense James Turrell (Los ?ngeles, 1943), quien camina por entre el color lo ha de hacer necesariamente por el desierto, ese oc¨¦ano amarillo, como Mois¨¦s por el Sina¨ª conduciendo a su pueblo hacia la tierra prometida. En medio de esa cegadora luz, donde el pueblo elegido se convirti¨® en una min¨²scula mancha negra de hormigas, Mois¨¦s, por fin, encontr¨® un gu¨ªa y un guion, al mismo Yahv¨¦-Dios. Esta formidable f¨¢bula es narrada en el ?xodo y, desde luego, no ha perdido actualidad, aunque el relato haya sido circunstancialmente transformado.
?Qu¨¦ tiene que ver todo esto con el arte y, en concreto, con la obra inmaterial de James Turrell, que merece ser as¨ª calificada puesto que se centra en medir los efectos perceptibles de la luz, sea natural o artificial? El secularizado hombre de nuestra ¨¦poca parece haber abandonado los reveladores desiertos, como no sea para edificar en medio de ellos opacas urbes, y ha transformado los antiguos templos que cobijaban lo sagrado en profanas galer¨ªas de arte, pero no ha dejado de estar imantado por la luz, la energ¨ªa, de la que lo que llamamos materia no es sino su excrecencia, de proporciones rid¨ªculas. En 1951, Albert Einstein afirm¨®: ¡°Cincuenta a?os de reflexi¨®n no me han bastado para responder a la pregunta ¡®?qu¨¦ son los cuantos de luz?¡¯. Claro que hoy cualquier pillastre cree conocer la respuesta, pero se enga?a¡±. Casi 10 a?os despu¨¦s de la tajante afirmaci¨®n de Einstein, en 1960, el historiador alem¨¢n Hans Sedlmayr public¨® un art¨ªculo, ahora traducido a nuestro idioma con el t¨ªtulo La luz en sus manifestaciones art¨ªsticas (Lampreave), donde se quejaba de lo poco que se hab¨ªa estudiado monogr¨¢ficamente hasta entonces el papel y el uso de la luz en el arte.
Y aunque muy poco sabemos todav¨ªa de la luz desde cualquier punto de vista, es bueno ser conscientes de su crucial importancia c¨®smica y no desaprovechar ese extraordinario observatorio para la cuesti¨®n que es el arte, cada una de cuyas manifestaciones ha sido pensada como hogar de la luz. Esta posibilidad, llevada hasta el extremo, ha sido, nunca mejor dicho, el faro de toda la trayectoria de Turrell, el cual no solo ha usado la luz como mera iluminaci¨®n de los objetos, sino afront¨¢ndola por s¨ª misma, por el ¡°espesor¡± de su realidad f¨ªsica, como ¡°portadora de su propia revelaci¨®n¡±, lo cual explica que, en 1977, aprovechando un cr¨¢ter de un volc¨¢n extinguido en el desierto de Arizona, el Roden Crater, construyese all¨ª una especie de observatorio de la luz, donde se tiene en cuenta el entorno estelar y el atmosf¨¦rico. Porque, como escribi¨® el f¨ªsico Arthur Zajonc en Atrapando la luz. Historia de la luz y de la mente (1993), el libro m¨¢s hermoso y completo que he le¨ªdo sobre este apasionante asunto, ¡°adem¨¢s de la luz exterior y el ojo, la vista requiere una luz interior cuyo resplandor complementa la exterior y transforma la sensaci¨®n pura en una percepci¨®n dotada de sentido. La luz de la mente debe conjugarse con la de la naturaleza para suscitar un mundo¡±. Pero ?acaso nuestro publicitario y pirot¨¦cnico mundo actual est¨¢ preparado para apreciar la hondura de la luz, la de su revelaci¨®n? ?No estaremos cegando la luz con nuestros electr¨®nicos ojos sin p¨¢rpados? ?No ser¨¢ el arte el ¨²ltimo refugio de la luz?
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