Cuentos muy breves para leer en la tumbona
El g¨¦nero vive un gran auge con nuevas antolog¨ªas y reediciones en el ¨¢mbito hispano
Hermano mayor de la greguer¨ªa, el aforismo y el grafiti, el cuento breve se impone ahora con fuerza, sobre todo en el ¨¢mbito hispano, con copiosas reediciones y antolog¨ªas. Hay quien dice que es el g¨¦nero adecuado al lector con prisas de nuestro tiempo, y especialmente id¨®neo en el verano, para la levitaci¨®n zumbona sobre la tumbona.
Previa advertencia de Ludwig Wittgenstein, ¡°la guinda puede ser lo mejor de un pastel, pero un saco de guindas no es mejor que un pastel¡±, esa tendencia es, en realidad, una redundancia, pues hasta el m¨¢s avezado de los lectores lo que finalmente retiene de sus libros predilectos son breviarios: p¨ªldoras esenciales, que luego ¨¦l mismo ampliar¨¢, en ondas expansivas, con volver a arrojar la piedra de la evocaci¨®n o la relectura.
Muchas veces basta un verso sugerente para obtener un cuento breve; para que se abran las compuertas a un ajetreo infinito, como cuando predijo el poeta Pedro Garc¨ªa Cabrera: ¡°La cocina es el sexo de la casa¡±. O para que recobre toda su vigencia narrativa una sentencia de hace siglos, como esta denuncia, ahora lamentablemente tan en boga, que hace William Blake: ¡°Y la juventud fue llevada al matadero, junto con la belleza, por un trozo de pan¡±.
Un microrrelato aut¨®nomo puede ser un aldabonazo en el interior de una novela, como esta perla de la intertextualidad endiablada de Enrique Vila-Matas: ¡°En su tr¨¢gica desesperaci¨®n, se arrancaba los pelos de su peluca¡±. Y viceversa: un cuento breve en sentido ortodoxo puede extenderse al infinito; es lo que le sucede al m¨¢s famoso de ellos, El dinosaurio, de Augusto Monterroso: ¡°Cuando despert¨®, el dinosaurio todav¨ªa segu¨ªa all¨ª¡±.
Tan c¨¦lebre y glosada ha sido esta pieza que el propio escritor guatemalteco lo dio finalmente por uno de sus textos m¨¢s largos, entre erratas recopiladas ¡ªdrag¨®n, cocodrilo, unicornio¡ª y parodias realizadas por otros autores, como ¨¦sta de Jos¨¦ Mar¨ªa Merino: ¡°Al despertar, Augusto Monterroso se hab¨ªa convertido en un dinosaurio. Te noto mala cara, le dijo Gregorio Samsa, que tambi¨¦n estaba en la cocina¡±; o esta otra, del mexicano Jaime Mu?oz Vargas: ¡°Cuando plagi¨®, el copyright todav¨ªa estaba all¨ª¡±. Aunque, sin duda, entre las numerosas apostillas a este cuento, la palma se la lleva uno que habla de una se?ora que, preguntada sobre si conoce el relato del dinosaurio de Monterroso, dice que le encanta, que ya va por la mitad...
Cuantas m¨¢s ondas cruzadas y expansivas en menor n¨²mero de palabras, m¨¢s eficaz ser¨¢ la p¨ªldora y certero el dardo. Seg¨²n Eduardo Berti, autor de Los cuentos m¨¢s breves del mundo, la palma se la lleva?Hemingway con esta dosis de seis palabras: ¡°For sale: baby shoes, never worn¡±: ¡°Vendo zapatos de beb¨¦, sin usar¡±, toda una elipsis para un relato sobre un aborto.
Cuento fant¨¢stico
Un cl¨¢sico del g¨¦nero es el cuento fant¨¢stico de Fredric Brown: ¡°El ¨²ltimo hombre sobre la tierra estaba sentado a solas en una habitaci¨®n. De repente, alguien llama a la puerta¡±.
El gusto por la paradoja es una constante del g¨¦nero breve. As¨ª el venezolano Gabriel Jim¨¦nez Em¨¢n, autor de Los 1.001 cuentos de 1 l¨ªnea, neutraliza de entrada su prop¨®sito: ¡°Quiso escribir los 1.001 cuentos de 1 l¨ªnea, pero s¨®lo le sali¨® uno¡±; y, en otro momento, apunta con finura: ¡°Aquel hombre era invisible, pero nadie se percat¨® de ello¡±.
Algunos microrrelatos
Jos¨¦ Mar¨ªa Merino, parodiando el ¨¦xito del cuento de Monterroso: ¡°Al despertar, Augusto Monterroso se hab¨ªa convertido en un dinosaurio. Te noto mala cara, le dijo Gregorio Samsa, que tambi¨¦n estaba en la cocina¡±.
Juan Jos¨¦ Arreola, sobre el amor: ¡°Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar hasta el fondo de m¨ª para encontrarte¡±.
Beatriz Mart¨ªnez, m¨¢s sobre el amor: ¡°Mi coraz¨®n te espera, es lo ¨²nico que queda de m¨ª, estoy dentro de otra. B¨²scame¡±
Ana Mar¨ªa Shua, algo m¨¢s subido de tono: ¡°Mientras Aladino duerme, su mujer frota dulcemente su l¨¢mpara maravillosa. En esas condiciones, ?qu¨¦ genio podr¨ªa resistirse?¡±
Tan c¨¢ustico y sutil con las relaciones amorosas, expresa el mexicano Juan Jos¨¦ Arreola: ¡°Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar hasta el fondo de m¨ª para encontrarte¡±; o tambi¨¦n: ¡°Soy un Ad¨¢n que sue?a con el para¨ªso, pero siempre me despierto con las costillas intactas¡±. Y su compatriota Luis Felipe Lomel¨ª completa as¨ª el triste cuento El emigrante: ¡°?Se olvida usted de algo? ¡ª?Ojal¨¢!¡±.
Una mirada singular, en ocasiones lacerante, sobre el amor ofrecen muchas autoras que cultivan el microrrelato. As¨ª, en la antolog¨ªa de Clara Obligado Por favor, sea breve, aparece este hermoso y desenga?ado Trasplante, de Beatriz Mart¨ªnez: ¡°Mi coraz¨®n te espera, es lo ¨²nico que queda de m¨ª, estoy dentro de otra. B¨²scame¡±. Y la mexicana M¨®nica Lav¨ªn ofrece esta c¨¢ustica mirada reivindicativa: ¡°Le escribi¨® tantos versos, cuentos, canciones y hasta novelas que una noche, al buscar con ardor su cuerpo tibio, no encontr¨® m¨¢s que una hoja de papel entre las s¨¢banas¡±. Y con iron¨ªa sabedora de ciertos poderes femeninos, la argentina Ana Mar¨ªa Shua expresa: ¡°Mientras Aladino duerme, su mujer frota dulcemente su l¨¢mpara maravillosa. En esas condiciones, ?qu¨¦ genio podr¨ªa resistirse?¡±.
Tambi¨¦n los poetas, dec¨ªamos, insertan en sus versos punzantes microfilmes, desde el m¨¢s tr¨¢gico Robert Lowell ¡ª¡°?Y si las luces que vemos al final del t¨²nel son los faros del tren que se nos viene encima?¡±¡ª, hasta el m¨¢s emotivo Francisco Brines, quien en La ¨²ltima costaotea: ¡°Mi madre me miraba muy fija desde el barco / en el viaje aquel de todos a la niebla (...)¡±.
En ocasiones ocurre, en fin, desmintiendo a Graci¨¢n, que lo bueno, si breve, dos veces breve.
Antonio Puente (Las Palmas de Gran Canaria, 1961) es escritor, periodista y cr¨ªtico literario.
Metacuentos
Abundan los microrrelatos que versan sobre la propia literatura. As¨ª, el argentino Marco Denevi, cuyo Parque de diversiones (1970) es uno de los cl¨¢sicos del g¨¦nero, escribe sin desperdicio: "Lo s¨¦ ¡ªdec¨ªa el escritor honrado¡ª. He escrito la mitad de lo que quer¨ªa escribir y publicado el doble de lo que deb¨ª publicar".
Y su compatriota David Lagmanovich, autor de La hormiga escritora (2004), traza este retrato insuperable del juego de equ¨ªvocos y espejos en que se basa la cosmovisi¨®n de Borges: "Era ciego y caminaba por la calle Florida con un bast¨®n blanco, apoyado en el brazo de una robusta criada, pero no era Borges".
Edmundo Valad¨¦s coloca de este modo a Homero en las grandes urbes de nuestros d¨ªas: ¡°Esas sirenas enloquecidas que a¨²llan recorriendo la ciudad en busca de Ulises¡±. Y de nuevo Denevi hace razonar a Catalina de Rusia con esta l¨®gica aplastante: ¡°Si no hubiese sido por mi cuerpo habr¨ªa sido casta¡±.
?ngel Garc¨ªa Galiano anuncia audaz: ¡°El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevar¨¦ la bebida¡±. Por su parte, el colombiano Jairo An¨ªbal Ni?o relata: ¡°Y los ratones hicieron una alianza y la serpiente de cascabel le puso el cascabel al gato¡±.
Y, con su proverbial recuperaci¨®n de la sintaxis infantil, escribe C¨¦sar Vallejo: ¡°Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar¡±.
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