M¨®vil, mon amour
Nunca nadie est¨¢ del todo en ning¨²n sitio: mientras cenamos con un amigo, pensamos intermitente en otro, mientras recorremos el camino del s¨²per, deseamos otros caminos o repasamos la lista de la compra, al ver nuestra serie favorita, recordamos fragmentos del ¨²ltimo verano o pensamos en el bolso que nos gustar¨ªa comprar, cuando charlamos con el quiosquero, nos preguntamos si tal vez alg¨²n d¨ªa escribiremos sobre ¨¦l. Este ir y venir (y las docenas de conexiones que somos capaces de hacer entre lo que tenemos delante de las narices y lo que nos interesa o nos preocupa o nos asquea) es una de las caracter¨ªsticas del pensamiento, una cualidad que nos hace m¨¢s libres, que como a los superh¨¦roes, nos permite salir propulsados de un lugar y llegar en dos segundos al otro lado del mundo. La imaginaci¨®n sirve para lo mismo. Y, por mucho que les duela a los biempensantes, los m¨®viles tambi¨¦n.
Nunca he pensado merecer la atenci¨®n absoluta de nadie, en mi casa se luchaba, con ideas, con ocurrencias, con llanto a veces (aunque eso no sol¨ªa dar demasiado buen resultado: mi hermano se tuvo que abrir la cabeza tres veces con el mismo canto de armario antes de que alguien se diese cuenta de que hab¨ªa que cambiarlo) por la atenci¨®n de los dem¨¢s, no era algo concedido autom¨¢ticamente. Todav¨ªa hoy lo sigo considerando un logro, un regalo y algo que yo tampoco otorgo f¨¢cilmente. Alguna gente se queja de los m¨®viles encima de la mesa en las reuniones o en el restaurante, como si el m¨®vil, esa ventana al mundo, esa bocanada de aire fresco, esa puerta por la que escurrirse y desaparecer como el conejo de Alicia en el pa¨ªs de las maravillas, fuese el culpable de la falta de atenci¨®n, de la dispersi¨®n, como si no pudi¨¦semos atender a la vez a su apasionante diatriba y a la subasta de un vestido de Dries en Ebay Australia, como si no pudi¨¦semos escuchar sus sabias palabras mientras coqueteamos con alg¨²n desconocido en Twitter. Hasta los hombres son capaces de hacer eso. Yo he pasado cenas enteras asintiendo y mirando intensamente a los ojos de alguien mientras mentalmente repasaba la lista de los reyes godos, y sin ning¨²n m¨®vil en la mesa. Y ahora, al menos, podemos saber sin ninguna duda cuando alguien nos ama de verdad: cuando se olvida el m¨®vil en el restaurante. Eso es amor, lo dem¨¢s son monsergas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.