Los dioses paganos de ¡®Sticky Fingers¡¯
Los Rolling Stones desempolvan su archivo con la reedici¨®n de su disco m¨¢s popular al que suman descartes
?Por qu¨¦ los Rolling Stones siguen pareciendo relevantes a su edad? Por una visi¨®n del negocio que les hizo transmutarse en una marca, un logotipo de carnosos labios rojos, ungidos en leyenda de rebeld¨ªa y hedonismo. Aquella chulesca y un tanto depravada mitolog¨ªa, amortizada con creces en corporaci¨®n multimillonaria, se sustenta en una ristra de canciones feroces o arrastradas, guirnalda de grandes ¨¦xitos que fue penetrando a consecutivas generaciones por su frescura y arrebato, su acento en el roll adem¨¢s del rock y, muy especialmente, por una rejuvenecedora ausencia de sentimentalismo. Sus rocanrolesprimaban el descaro; las baladas nunca lloriquearon. Esa actitud glamurosa y desafiante, exuda un sentido de la aventura que el rock perdi¨® hace mucho. Ellos, hoy franquicia de s¨ª mismos, tambi¨¦n.
?La raz¨®n? Hay una fina l¨ªnea entre esa primigenia voluntad transgresora, la convicci¨®n de que una canci¨®n no debe apartar la vista ante la realidad por insatisfactoria o controvertida que se manifieste, y la megaloman¨ªa que les ha mantenido creativamente en piloto autom¨¢tico durante d¨¦cadas. Empiezan a cruzar ese ecuador cuando en 1971 se ven liberados del sello que les hab¨ªa lanzado en 1963, Decca, y publican quiz¨¢s su ¨¢lbum m¨¢s popular, Sticky Fingers. Una victoria amarga: el tibur¨®n que les ha representado en la finalizaci¨®n del abusivo contrato acaba qued¨¢ndose con los derechos de todo su material. Aquella patra?a de Allen Klein abri¨® los ojos al Mick Jagger empresario e inici¨® el proceso que le ha hecho un lince de las finanzas.
La desaparici¨®n del fundador Brian Jones, fallecido en 1969, exig¨ªa una nueva concentraci¨®n musical. El sustituto, Mick Taylor adquiere presencia central, dotando al nutritivo repertorio apilado para Sticky Fingers de un nuevo filo, vigorosamente rasposo, estilosamente fluido. Brown Sugar o Bitch palpitan todav¨ªa como rijosos pedruscos, las baladas Wild Horses y Dead Flowers resuenan a country ap¨¢trida. En su conjunto, el ¨¢lbum arrojaba al oyente la juvenil obsesi¨®n por la Norteam¨¦rica m¨ªtica de unos chicos londinenses de posguerra cuyo cantante imita desvergonzado el acento sure?o. Es un canto a una tierra imaginada ¡ªirreal pero palpable¡ª mientras giraban viejos discos de blues. Buscando la savia original, visitaron unos estudios de Alabama, Muscle Shoals, para empaparse de la autenticidad que all¨ª se coc¨ªa. Fue un breve bautismo, pues el montante del ¨¢lbum se registrar¨ªa en Inglaterra.
Hasta el ¨²ltimo surco, Sticky Fingers desprende esa mezcla de crudeza y elegancia, dominio y relajo, que jam¨¢s volver¨ªan a alcanzar; el siguiente, Exile on Main St. (1972), tendr¨¢ un halo legendario, pero aqu¨ª suenan m¨¢s centrados. En el exultante rhythm and blues de Sway y la inmersi¨®n latina You Can't Hear Me Knocking; el ominoso intermedio instrumental de la desgarrada Sister Morphine y la evanescencia de Moonlight Mile. Muestras de una exuberante, imp¨¢vida humanidad, en la que la vida del artista en la carretera conduce al hast¨ªo, al exceso con sustancias y alcohol, y esa ansiedad sexual siempre acuciante, animal. Si lo que ha conservado rozagantes estas canciones es la supresi¨®n emocional fruto del abotargamiento y el ego¨ªsmo, quiz¨¢s la eternidad de Sticky Fingers, certificada cima del rock generalista, se deba a un inesperado equilibrio que, por momentos, deja auscultar el p¨¢lpito de un coraz¨®n, canallesco pero humano.
Puro sonido Stones, una cima del rock
?xito y poder. El ¨¢lbum caus¨® sensaci¨®n: fue n¨²mero 1 en Estados Unidos y Europa. Con los Beatles disueltos, se estrenaban los setenta con los Stones inaugurando su propio sello discogr¨¢fico, Rolling Stones Records, y convirti¨¦ndose en el grupo m¨¢s poderoso del planeta.
Mick Taylor y c¨ªa. Fue el primer trabajo sin Brian Jones, fundador del grupo, que fue sustituido por un gran guitarrista como Mick Taylor. Pero el nuevo sonido Stone, el m¨¢s reconocible de su carrera, tambi¨¦n se debe al ¨®rgano de Billy Preston o el saxo de Bobby Keys.
Rock desali?ado y fanfarr¨®n, imp¨²dico y escabroso, pura genitalidad, es lo que vend¨ªan. Desde la misma portada, creada por Andy Warhol, aquel tronco viril cuyos tejanos troquelaban una funcional cremallera. Al bajarse, la ropa interior apenas camuflaba el vistoso atributo del modelo. No pas¨® la censura espa?ola, pero s¨ª burl¨® su inopia: el dise?o alternativo que propusieron desde Londres, una lata de melaza de la que brotan unos dedos pringosos, en referencia al t¨ªtulo, resultaba m¨¢s soez que la jugada pop-art. Ning¨²n censor capt¨® aquel eufemismo gr¨¢fico, restituido en la m¨¢s lujosa versi¨®n 2015 de Sticky Fingers. Otra bien surtida operaci¨®n con formatos para todos los bolsillos; la estrategia de la industria discogr¨¢fica para mu?ir un legado hist¨®rico expoliado por la omn¨ªvora realidad digital
Celosos de sus archivos, en esta ocasi¨®n Jagger y Richards desentierran algunas legendarias migajas. Una gustosa toma de Brown Sugar con Eric Clapton y Al Kooper a la guitarra ¡ªdesechada por Jagger, que insisti¨® en regrabarla¡ª, una versi¨®n ac¨²stica de Wild Horses, y otros tres esbozos de aquellas sesiones. Hay tambi¨¦n cortes en vivo, de un concierto de presentaci¨®n que finaliza con Honky Tonk Women, ¨²ltimo single entregado a Decca. En estos destellos documentales, el lascivo pavoneo de un juvenil Jagger, en Live with Me o una plet¨®rica Midnight Rambler, supura verdad. Suenan todav¨ªa ver¨ªdicos, sudorosos como el mejor rock, dioses paganos en construcci¨®n.
Babelia
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