La religi¨®n llama a mi puerta
Dada la enorme competencia de la Iglesia cat¨®lica en aquel abarrotado hipermercado espiritual americano, han de currarse m¨¢s los ritos
Hace tiempo que estoy convencido de la virtualidad de los dos asuntos que Wittgenstein coloca jer¨¢rquica, apod¨ªctica y cr¨ªpticamente en el famos¨ªsimo ¨ªncipit de la obra con la que crey¨® haber resuelto todos los problemas filos¨®ficos. A saber: ¡°1. El mundo es todo lo que es el caso¡±; y ¡°1.1. El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas¡±. He vuelto a leer las contundentes afirmaciones ojeando la interesant¨ªsima Gu¨ªa de lectura del Tractatus de Wittgenstein, de Michael Morris, que acaba de publicar C¨¢tedra y cuya completa lectura (con l¨¢piz y papel) tendr¨¦ que posponer ¡ª?ay!¡ª a alguna convalecencia futura, con la esperanza de que entonces me ayude a entender lo que no pude en mi primer contacto con el Tractatus de mis a?os de estudiante, cuando algunos acudimos a ¨¦l (utilizando la meritoria, pero imperfecta traducci¨®n de Tierno Galv¨¢n) como a una especie de oasis l¨®gico en lo que consider¨¢bamos con sonora ignorancia desierto aristot¨¦lico-tomista. En todo caso, sigo convencido de que las cosas cuentan poco por s¨ª mismas, constantemente superadas por la vehemencia de los hechos. Por razones que ahora no vienen al caso, tuve que asistir en una iglesia estadounidense a una misa para una feligres¨ªa mexicana de escasos recursos econ¨®micos: entre los parroquianos no se ve¨ªan personas con porte desahogado, y los que luc¨ªan prendas con logos de Ralph Lauren, Tommy Hilfiger o Michael Kors las hab¨ªan adquirido en esos outlets que venden a precios irrisorios los excedentes de producci¨®n de pret¨¦ritas temporadas y permiten a los pobres (y a los turistas) la ilusi¨®n de que en la metr¨®poli del imperio (en la que las palabras que m¨¢s se escuchan siguen siendo money y dollar) todo el mundo goza de las mismas oportunidades. El cura, tambi¨¦n mexicano, daba muestras de conocer muy bien a sus feligreses: apoyaba su homil¨ªa en chistes muy celebrados (sobre todo cuando mencionaba a Donald Trump, quiz¨¢s el m¨¢s est¨²pido de todos los millonarios metidos en pol¨ªtica, y conste que son muchos) y parec¨ªa hacer gala de una extraordinaria empat¨ªa. Nada que ver, por cierto, con los, a menudo, irritantes sermones que he escuchado en diversas ceremonias a las que ¡ª?oh, funerales!, ?oh, bautizos!, ?oh, matrimonios!¡ª he tenido que asistir en parroquias espa?olas. Se ve que all¨ª se lo tienen que currar m¨¢s, dada la enorme competencia de la Iglesia cat¨®lica en aquel abarrotado hipermercado espiritual (al que pronto acudir¨¢ el papa Francisco con af¨¢n de recuperar las estanter¨ªas perdidas). De la pl¨¢tica del antedicho mos¨¦n me sorprendieron varias cosas, y de modo especial la utilizaci¨®n de un castellano eclesi¨¢stico que sonaba a nuevo: el cura conjug¨®, por ejemplo, varios tiempos del verbo arrutinarse, tan expresivo y poco usado en el castellano que hablamos y leemos en Espa?a. O invent¨®, con libertad casi angl¨®fona, varios verbos a partir de sustantivos a los que los espa?oles, menos creativos con el idioma ¡ªo quiz¨¢s s¨®lo m¨¢s lentos¡ª, sacamos poco partido. Total, que me agradaron tanto ambiente y texto que no digo yo que no termine un d¨ªa abrazando una versi¨®n desrutinada de la religi¨®n que me ense?aron de ni?o y me esforc¨¦ en desaprender despu¨¦s. Todo por est¨¦tica, claro (apoyado en la relectura de san Juan de la Cruz o de Gerard Manley Hopkins), y al menos hasta que triunfe la muy extendida consigna (en las iglesias cat¨®licas norteamericanas) a favor de la beatificaci¨®n de G. K. Chesterton, el genial autor, entre otras cosas, de esa fant¨¢stica par¨¢bola del mundo (y de los pol¨ªticos) que es El hombre que fue Jueves, publicada al a?o siguiente de que lo fuera la estupenda El agente secreto (1907), en la que Conrad habl¨® tambi¨¦n de los anarquistas, con tono y alcance muy diferentes.
Bruder
Recibo v¨ªa guasa, un procedimiento que ha relegado la veraniega tarjeta postal a polvorienta pieza de anticuario, una foto de la placa de la Promenade Dora Bruder, un modesto espacio impostado en el atiborrado callejero de Par¨ªs con el que el Ayuntamiento de la ciudad ha decidido conmemorar la vida y el martirio de la que Patrick Modiano har¨ªa protagonista de una de sus mejores novelas (Dora Bruder, 1997; Seix Barral). La le¨ª por vez primera tarde, y gracias a la cari?osa insistencia de Antonio Mu?oz Molina (por aquel entonces todav¨ªa nos recomend¨¢bamos libros, entre otras cosas); y la he vuelto a leer en los ¨²ltimos d¨ªas de agosto, fascinado por el recuerdo estremecido de aquella lectura. De Modiano me hab¨ªan gustado mucho otras novelas: por ejemplo, Calle de las tiendas oscuras, Los bulevares perif¨¦ricos o Domingos de agosto (todas recuperadas, retraducidas o republicadas por Anagrama, un sello que se interes¨® por el autor tard¨ªamente, aunque despu¨¦s lo haya hecho con aut¨¦ntico entusiasmo), pero ninguna me supuso el impacto de esa novela-no-novela sobre el horror y el sufrimiento de la joven jud¨ªa Dora Bruder, una de las muchas v¨ªctimas de aquel 1941, con Francia sumida en el horror de la ocupaci¨®n y la verg¨¹enza de la colaboraci¨®n y la denuncia. Si les apetece visitarla, la promenade se encuentra en el distrito XVIII ¡ªque fue el barrio donde transcurri¨® la breve existencia de Dora¡ª, muy cerca del metro de Porte de Clignancourt, y entre las calles del fil¨®sofo (y antes alquimista) Leibniz y el general Belliard, defensor del barrio en la batalla de Par¨ªs contra la coalici¨®n antinapole¨®nica (1814).
Chirbes
Un buen amigo me entrega a mi vuelta el dossier Chirbes: lo componen recortes y fotocopias de obituarios, oraciones f¨²nebres, epitafios literarios y dem¨¢s literatura en honor postrimero de uno de los m¨¢s importantes novelistas espa?oles contempor¨¢neos (aunque ¨¦l no quiso cre¨¦rselo). Rafa ¡ªa¨²n se me hace extra?o llamarle Rafael¡ª se habr¨¢ regocijado con retranca al comprobar, desde la poblada nada en que se encuentra, lo abundante de su lista de baile p¨®stuma. En los epitafios ha habido de todo, como en botica: desde toneladas de dignidad hasta vanidosos protagonismos espurios que incitan al sonrojo. Tambi¨¦n oportunismo: como esa definici¨®n de su libro Par¨ªs-Austerlitz (arrinconado durante dos d¨¦cadas y reescrito en los ¨²ltimos meses) como ¡°novela de amor homosexual¡±, lo que se me antoja reclamo un punto morboso. Lo ¨²ltimo que he le¨ªdo sobre Chirbes es esa sabatina en la que el heterodoxo oficial de la cultura espa?ola elogia al muerto y a su literatura, al tiempo que, al esbozar su biograf¨ªa, confunde a un ministro con su hermano y a una escritora acad¨¦mica con la suya, y aprovecha para pontificar a su modo sobre los buenos y los malos. En fin: que todo el mundo sabe mucho de Chirbes, todo el mundo habl¨® con ¨¦l unos d¨ªas antes de su muerte y todo el mundo conserva la mar de correos del que se fue sin tiempo para despedirse. Estos d¨ªas he recordado la que supongo su ¨²ltima obra completa: una estupenda, salvaje y vitri¨®lica carta abierta que nos ley¨® por tel¨¦fono a algunos amigos y que se propon¨ªa leer en p¨²blico el d¨ªa de la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Narrativa, que hab¨ªa aceptado en un a?o en que se puso de moda renunciar a los premios patrocinados por el Ministerio de Cultura. Si nadie la publica, de buena se han librado Wert y sus chicos.
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