J. R. Moehringer: ¡°Pod¨ªa escapar de los miedos a trav¨¦s del bar¡±
El escritor y periodista relata una infancia cruda en ¡®El bar de las grandes esperanzas¡¯
Si la Il¨ªada, am¨¦n de poema ¨¦pico sobre el regreso a casa, se entiende como un tratado sobre ¡°la armadura de hojalata de la virilidad¡± y algunos bares como un sistema de rituales inici¨¢ticos para andar por el mundo, la suma de ambos da el mejor manual de instrucciones para la vida: literatura y sabidur¨ªa popular. ¡°Los dos rezumaban verdades atemporales sobre los hombres¡±, as¨ª lo vivi¨®, sinti¨® y escribi¨® J. R. Moehringer (Nueva York, 1964), chico de las fotocopias en The New York Times, periodista brillante de Los ?ngeles Times y premio Pulitzer de Periodismo (2000). Comprensible si se sabe de su infancia: su padre abandon¨® a su mujer cuando ¨¦l ten¨ªa siete meses y los dej¨® en la miseria sin pensi¨®n alguna, abocados a vivir en la desvencijada casa del zarrapastroso abuelo, la ¡°Casa Mierda¡± (12 personas, almac¨¦n de diversos fracasos matrimoniales de sus hijas), y a ¨¦l buscando por el dial la voz de su progenitor, violento y alcoh¨®lico dj y locutor, en una deriva emocional que le deposit¨® en el bar del barrio, el Dickens. Ese periplo y las vidas de aquellos clientes conforman El bar de las grandes esperanzas(Duomo), sensible y fluida autobiograf¨ªa con pespuntes novelescos que ahora llega a Espa?a.
El libro ¡ªde 2005¡ª lo ley¨® en su d¨ªa el tenista Andr¨¦ Agassi, que comprensiblemente decidi¨® escoger a Moehringer como amanuense para sus celebradas memorias Open (Duomo), consideradas por la cr¨ªtica como una de las mejores del ¨¢mbito deportivo, desprendiendo la misma musicalidad intimista y agridulce que esa extra?a b¨²squeda en un bar del suced¨¢neo de un padre. ¡°Le intent¨¦ encontrar antes en otros sitios, desde debajo del sof¨¢ hasta en los New York Mets, pasando por mi abuelo, la radio¡ Pero con nada o nadie me sent¨ªa yo, cre¨ªa estar en una obra de teatro mala donde nadie se sabe el di¨¢logo; por eliminaci¨®n llegu¨¦ a ese bar y o¨ªr hablar a todos aquellos hombres era lo que sent¨ª que necesitaba¡±.
En esa particular escuela aprendi¨® dos cosas: que a lo que hay que temer m¨¢s en la vida es a la desilusi¨®n y que el miedo es lo que, para bien o para mal, nos mueve. ¡°Mi ni?ez fue, b¨¢sicamente, miedo, siempre estaba ansioso: por mi madre, por el dinero, por poder estudiar en Yale¡ Pero con ellos me sent¨ªa seguro: era como en el filme Platoon, un batall¨®n de soldados entrenados para cualquier cosa¡±. Luego estaba, claro, el alcohol, problema que Moehringer no elude pero que trata con la misma elegancia informal con la que viste. ¡°La combinaci¨®n joven y alcohol hace desaparecer todos los miedos; quiz¨¢ uno de los recuerdos m¨¢s vivos que tengo es el del segundo c¨®ctel que me tom¨¦ en mi vida; mirando por una ventana, pens¨¦: ?D¨®nde se me ha ido todo el miedo y la inseguridad? Con dos martinis hab¨ªan desaparecido¡ Pod¨ªa escapar de los miedos y las obsesiones que me definieron de ni?o a trav¨¦s del bar y de sus gentes¡±.
El collage de personajes (camareros, clientes, primos¡) nutren de modelos de comportamiento, insuflan tanta confianza al adolescente protagonista que quiz¨¢ se puede pensar que es posible crecer sin padre. O que no es tan grave. ¡°No, no, es grav¨ªsimo; yo tambi¨¦n quer¨ªa creer que no lo necesitaba pero est¨¢ siempre ese vac¨ªo que intentas rellenar toda tu vida de cosas que a menudo son totalmente insatisfactorias y, lo que es peor, muchas da?inas, malas, que conducen a una infancia rota¡±. EE UU, cree, es la prueba: ¡°La poblaci¨®n reclusa crece y crece, mayormente con afroamericanos, gente de familias desestructuradas donde la figura paterna est¨¢ ausente¡ Cada vez vivimos m¨¢s en un planeta de ni?os sin padres y eso es devastador¡±. ?Pero su madre no encarna muchos de los valores que buscaba en su progenitor? ¡°Tiene un coraz¨®n de le¨®n¡ pero es mi madre y hay un momento en que necesitas ver a un hombre mayor, como un atleta a su entrenador o un periodista junior a uno senior¡±. ?Y las parejas de lesbianas que adoptan ni?os? ¡°Lo respeto, pero como m¨ªnimo deber¨ªa haber un padre: medio planeta es del sexo opuesto y un ni?o debe entender y saber de ambas partes; el sexo y la sexualidad es parte de tu crecimiento como persona¡ En cualquier caso, lo ¨²nico importante es encontrarte c¨®modo contigo mismo; no s¨¦, igual yo idealic¨¦ lo hipermasculino¡¡±.
Goz¨® el joven Moehringer de un lujo asi¨¢tico, vistos los tiempos actuales: la funci¨®n de Pigmali¨®n cultural de la pareja Bill y Bud, libreros en un desolado centro comercial, y el cura Amtrak, que le insuflan consejos sobre la vida, la lectura y la escritura. ¡°Esa generosidad no se da tanto hoy porque m¨®viles o tabletas hacen que uno se centre m¨¢s en s¨ª mismo y nos sea m¨¢s dif¨ªcil volcarse con los otros; hoy hay menos comprensi¨®n por lo que les pasa a los dem¨¢s¡±.
El padre Amtrak, en esa l¨ªnea, le brinda una de las frases m¨¢s profundas del libro, que el joven Moehringer podr¨ªa anotar en un cuaderno con las sentencias m¨¢s brillantes que escucha: ¡°Se necesitan muchos hombres para construir uno bueno¡±. Toda una filosof¨ªa: ¡°El error m¨¢s grande hoy es vivir cada uno en su propio mundo cuando deber¨ªamos integrar emociones y experiencias de los dem¨¢s con las nuestras; es una filosof¨ªa de vida hoy extra?a pero que deber¨ªamos conservar como los rinocerontes¡±. Y lo remata con un aforismo, casi: "Yo soy parte de todo lo que he conocido¡ lo habl¨¦ con Agassi: del libro le gust¨® que reflejaba mi vida con respeto a los otros de mi alrededor, entretejiendo experiencias. Y as¨ª planteamos la suya porque as¨ª entend¨ªa tambi¨¦n su vida".
Tenista y periodista coincidieron a su vez en repudios. Uno le dijo que odiaba el tenis; el otro, escribir. Pero esto ¨²ltimo nadie lo dir¨ªa: Moehringer demuestra una facilidad pasmosa para engarzar detalles, tramas y personajes en un discurso que lleva al lector por una imperceptible cinta rodante de aeropuerto, con descripciones rel¨¢mpago a lo Cheever ("el Shakespeare del suburbio hac¨ªa las frases cortas m¨¢s bonitas que he le¨ªdo nunca"), el aroma crepuscular de Scott Fitzgerald (la acci¨®n transcurre en Manhasset, escenario de El gran Gatsby: "A la gente le gusta porque no recuerdan c¨®mo acaba") y la epopeya dickensiana casi autobiogr¨¢fica de Grandes esperanzas ("mi primer recuerdo libresco es una colecci¨®n encuadernada en piel de obras de Dickens; entre eso y el bar¡").
Dice que tambi¨¦n pasea como influencia la sombra de John Fante y, sobre todo, la poes¨ªa de Longfellow ("de ah¨ª la musicalidad y el ritmo, creo"), pero lo suyo es escuchar. "La vida es escoger qu¨¦ voces sintonizar y cu¨¢les no", escribe en el libro. ?Lo aprendi¨® en el bar? "Escuchar en silencio, sin emitir juicios r¨¢pidos y con paciencia, mostrando inter¨¦s por lo que te cuentan, es lo m¨¢s bonito que puedes hacer por otra persona". Y quiz¨¢ la clave de sus exitosas biograf¨ªas, como la del famoso ladr¨®n Sutton, que aparecer¨¢ en Espa?a en 2016. "Me preparo como un atleta para eso: escuchar deber¨ªa ser la primera palabra de todo libro, permite mayor conexi¨®n con el otro y es la clave para ser una buena persona y escribir bien". ?Buena persona? "Mi madre y yo nos sent¨ªamos muy solos en el mundo: sin dinero, sin casa¡ y a muchas personas no les importaba nada; recuerdo muy bien esa crueldad; fue entonces cuando pens¨¦ que de mayor quer¨ªa ser amable". Ese ni?o s¨®lo necesit¨®, para ello, personas y libros.
Babelia
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