Rafael Cadenas: la meditaci¨®n por delante
El poeta ocupa sus horas en pensar sobre el sentido de lo p¨²blico, tan degradado en la Venezuela de hoy
A sus 85 a?os bien llevados, el poeta venezolano Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930) sigue una vida relativamente asc¨¦tica. Residente de La Boyera, una urbanizaci¨®n del sureste caraque?o, vive entre sus lecturas, sus versos y sus traducciones. Pocas veces se pone al tel¨¦fono, salvo para honrar la amistad de quienes siente cercanos, y su hablar es tan pausado, tan fruto de una meditaci¨®n permanente, que siempre es preferible hablar con ¨¦l (o m¨¢s bien verlo hablar), que escucharlo por el hilo telef¨®nico. Una variante de esa rutina va ganando espacio con el paso de los a?os: sus salidas vespertinas a la librer¨ªa El Busc¨®n, en la cercana urbanizaci¨®n de Las Mercedes, donde Katyna Henr¨ªquez, librera de vieja data, le acomoda una poltrona al maestro. All¨ª se sienta, all¨ª lee, all¨ª departe con los visitantes y hasta es capaz de firmarle un ejemplar de ocasi¨®n a alg¨²n lector distra¨ªdo. Esa presencia se extiende hasta las presentaciones de libros de los poetas j¨®venes y no tan j¨®venes, como si alg¨²n sentido del deber lo moviera. Y es que en tiempos en los que el aparato p¨²bico se ha divorciado por completo de la creaci¨®n art¨ªstica, los creadores cierran filas y hacen frente com¨²n. Cadenas se presenta en esos espacios con su apariencia habitual: silente, despeinado, con un chaleco de peque?os bolsillos y un bolso terciado que lleva para sacar o meter libros.
Curioso que un gran poeta vivo de la lengua castellana, sumergido entre cl¨¢sicos de filosof¨ªa oriental, autores presocr¨¢ticos o poetas rom¨¢nticos ingleses, ocupe sus horas en pensar sobre el sentido de lo p¨²blico, tan degradado en la Venezuela de hoy. Pero no hay que olvidar que, hacia finales de los a?os 50, en su inici¨¢tico grupo ¡°Tabla redonda¡±, junto al gran historiador Manuel Caballero y a un narrador injustamente olvidado, Salvador Garmendia, ambos fallecidos, se hablara mucho de lo p¨²blico, e incluso de lo pol¨ªtico. Eran a?os de la ca¨ªda de la dictadura perezjimenista y, por tanto, de la recuperaci¨®n democr¨¢tica, y todo esfuerzo art¨ªstico o cultural estaban imantados de renovaci¨®n y esperanza. Dicho en pocas palabras, y a contracorriente de lo que su poes¨ªa representa, Cadenas es un autor de s¨®lida formaci¨®n pol¨ªtica, a quien se le facilita desenmascarar a demagogos, populistas o pichones de dictador. Si su poes¨ªa sigue indagando en el misterio insondable de la existencia, el hombre p¨²blico, que poco habla, que mucho escucha, ejerce con su sola presencia, quiz¨¢s sin saberlo, una majestad, una auctoritas, que cubre como manto todo espacio en el que se encuentra.
?Puede pensarse en una lectura pol¨ªtica de la poes¨ªa de Cadenas? Sin duda que no m¨¢s all¨¢ de lo que significar¨ªa la circunstancia de vivir en la polis, pues ni siquiera su poema Derrota, cuya amplia divulgaci¨®n ha eclipsado lo mejor de su obra, cumpl¨ªa con motivaciones doctrinarias: hablaba m¨¢s bien de la decepci¨®n individual frente a toda causa colectivista. En s¨ªntesis, el escepticismo o la cr¨ªtica siempre por delante, como bot¨®n de alarma frente a las ideas fijas o inconmovibles. Las sentencias, contestaciones (como ¨¦l las llama) o haikus que han caracterizado sus ¨²ltimos libros, ciertamente pueden presentarnos soliloquios de poderosos, proclamas de hombres solos o discursos ciegos, pero siempre como si estuvi¨¦ramos inmersos en un coro de lamentaciones o desprop¨®sitos. Un poco en la l¨ªnea de Shakespeare, la locura humana, o la violencia sin prop¨®sito, encarnan en hablantes huecos que dan rienda suelta a los discursos m¨¢s delirantes. Quien no crea que esto tambi¨¦n es meditaci¨®n, m¨¢s all¨¢ de lo inexplicable que puede ser la belleza o de lo milagroso que puede ser la consciencia, andar¨¢ por la senda equivocada.
Un pa¨ªs Cadenas se ha ido creando en estos a?os aciagos, y es el que va m¨¢s all¨¢ de su presencia en presentaciones o de sus muy ocasionales entrevistas. Tiene que ver con su temple, con su palabra, con su ejemplo, con sus actuaciones p¨²blicas. Es algo que est¨¢ m¨¢s cerca de la hidalgu¨ªa, de la honestidad, del civismo. Sesenta a?os de creaci¨®n po¨¦tica hablan por s¨ª solos; dan cuenta de una cima que todos los j¨®venes quieren escalar, aunque sea para asomarse y ver el panorama desde las alturas. En definitiva todo ha sido meditaci¨®n, entrar en honduras, saber que el tiempo del ser no es el tiempo de nuestra vida, intuir que la inmortalidad es de la humanidad y la muerte s¨®lo una experiencia individual. En esas aristas se mueve esta poes¨ªa del despojo, que siempre se est¨¢ acercando a un hoyo que nadie puede desvelar, que siempre ensaya un aproximaci¨®n, porque la poes¨ªa es finalmente tentativa, ensayo, amago contra el vac¨ªo. La legitimidad que da toda apuesta franca, toda fe de vida, es motivo suficiente para sentir que en esa obra tambi¨¦n hay un pa¨ªs, con personajes, aventuras, destinos y encuentros. Y este pa¨ªs, a veces, es m¨¢s s¨®lido que el otro, el que deber¨ªa ser referencial y ahora es una colcha de retazos. Por eso los j¨®venes poetas quieren caminar por el pa¨ªs Cadenas, y tambi¨¦n los no tan j¨®venes, y tambi¨¦n los lectores de toda raza. Para hallar algo de certidumbre, para entender que m¨¢s vale meditar que mentir, para cerciorarse de que el tiempo inmortal de la poes¨ªa no es el tiempo lleno de mortandades del presente.
Antonio L¨®pez Ortega, escritor y editor venezolano, es autor de La sombra inm¨®vil (Pretextos).
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