El valor educativo de la literatura
Extractos del discurso que el escritor Arturo P¨¦rez Reverte ha pronunciado en el Congreso de Educaci¨®n de Santillana

¡°Van a permitirme que no les coloque a ustedes un ladrillo de literatura y teor¨ªa educativa, sino que les hable de lo que realmente conozco. De la experiencia de vida y libros que sostiene lo que escribo, lo que digo, lo que pienso. Y de c¨®mo unas cosas me llevaron a otras, del mismo modo que a cualquier muchacho con un libro cerca ¨¦ste le abre puertas que, de otro modo, permanecer¨ªan cerradas mucho tiempo, o tal vez para siempre. De la literatura como mecanismo, como arma, de educaci¨®n y de vida¡±.
¡°Durante veinti¨²n a?os, como reportero, trabaj¨¦ en pa¨ªses en guerra. Y desde hace ahora treinta a?os escribo novelas. Sin los libros que me acompa?aron desde el principio, explorando delante de m¨ª el camino, tal vez me habr¨ªa perdido mil veces en esa vasta geograf¨ªa de las guerras y las cat¨¢strofes que empec¨¦ a recorrer muy joven. Los libros me ayudaron a empezar el juego con ventaja. En el principio, por tanto, fueron los libros. La biblioteca. Yo tuve la suerte de empezar a leer muy pronto. Vengo de una de esas familias con bibliotecas grandes, y eso facilit¨® las cosas¡±.
¡°Esa memoria literaria es mi verdadera patria como lector. Y como escritor. La matriz de la que parte todo. Hace alg¨²n tiempo, un buen amigo m¨ªo me propuso, a modo de juego, que elaborase la lista de los 100 libros que, de una u otra forma, m¨¢s hab¨ªan influido en mi vida, como lector, como escritor, y como individuo. Me puse a ello por curiosidad y, para mi sorpresa, descubr¨ª que de esos cien libros la mayor parte los hab¨ªa le¨ªdo ante de los veinte a?os. Y, siguiendo con la sorpresa, a la hora de reflexionar sobre ello y establecer relaciones, ca¨ª en la cuenta de que, en realidad, el resto de mi vida, lo que he hecho ha sido buscar en los viajes, en los amigos, en todo lo dem¨¢s, la huella que esos libros me dejaron. Y a reescribirlos, como novelista, una y otra vez, bajo luces diferentes¡±.
¡°En realidad, igual que, dicen, el hombre intenta volver inconscientemente al claustro materno, yo, tras haber vivido, deprisa y con intensidad, el mundo real, intento ahora, con mis novelas, tal vez, volver a mis libros de juventud. Reescribir aquellos libros, pero a mi manera. Proyectar en mi propia vida aquellos a?os de lecturas ininterrumpidas, cuando todo estaba a¨²n por descubrir y cuando todo cuanto pod¨ªa caber en una vida a¨²n por vivir era posible. Si fue la literatura la que me empuj¨® a llevar esa vida, una vez vivido todo eso, el camino l¨®gico, natural, era un retorno a las fuentes. Un regreso a ese origen. A la literatura¡±.
¡°Que alguien que se inici¨® como lector apasionado y se hizo reportero a causa de la literatura regrese all¨ª de donde vino, no s¨®lo no es una paradoja, sino que es l¨®gico. Incluso como aventura. Recuerden que, seg¨²n los c¨¢nones del g¨¦nero, por aventura entendemos un viaje lleno de peligros o descubrimientos, a cuyo t¨¦rmino el protagonista encuentra la felicidad o la decepci¨®n pero que, en cualquier caso, ha progresado en el conocimiento de s¨ª mismo y del mundo en el que ha vivido. Y todo eso lo s¨¦, lo sabemos, lo saben ustedes, gracias a la literatura. A los libros que en primer lugar nos muestran el camino por donde irnos y en segundo lugar, al regreso, nos permite ordenar lo que de tan largo viaje traemos en la mochila¡±.?
¡°La lectura como factor educativo. Como trampol¨ªn de vida e inteligencia. De vida y futuro para un joven lector. El ser humano suele llamar nuevo a lo que, en realidad, ha olvidado. Sin embargo, todo est¨¢ ah¨ª. En esos tres mil a?os de memoria cultural: las repuestas a los desaf¨ªos, las grandes soluciones, los grandes desastres, el ser humano en su miseria y su gloria. Los libros, la lectura, no s¨®lo dan el conocimiento de una lengua y su uso correcto, o transmiten conocimientos. Son tambi¨¦n puertas al pasado, viajes del tiempo que permiten a un joven pelear junto a los tlaxcaltecas, construir las pir¨¢mides, navegar por el mar tenebroso, vivir la Italia del Renacimiento, las independencias americanas, gritar su miedo y su valor en campos de batalla o vivir la intensa emoci¨®n de la soledad y el descubrimiento en un laboratorio, en un gabinete cient¨ªfico. Pasear junto a fil¨®sofos griegos, luchar en las Cruzadas o ser amigo de George Washington o de Beethoven¡±.?
¡°La literatura da herramientas pr¨¢cticas de vida, se adelanta a lo que esos j¨®venes tendr¨¢n que vivir en el futuro. Les proporciona analg¨¦sicos para soportar el dolor, armas para combatir, mecanismos para comprender. Pone a su disposici¨®n esos tres mil a?os de cultura, de ciencia, de experiencia y de memoria¡±.?
¡°Mi ¨²ltima novela se titula ¡°Hombres buenos¡±, y se refiere a quienes, en el siglo XVIII, creyeron que era posible cambiar el mundo con libros. Hacer a sus conciudadanos, con libros y lectura, m¨¢s cultos y en consecuencia m¨¢s libres. En este ¨²ltimo a?o, en las entrevistas de prensa, muchas veces me han preguntado qui¨¦nes son hoy los hombres buenos. A qui¨¦nes podemos llamar as¨ª. Y en todos los casos he respondido lo mismos: los hombres buenos, hoy, son los profesores. Los maestros. Esos hombres y mujeres con frecuencia mal pagados, maltratados a menudo tanto por el sistema como por la incomprensi¨®n de los propios padres de sus alumnos, que sin embargo siguen fieles a su vocaci¨®n y a su oficio, intentan salvar a la mayor parte de los chicos que se les encomiendan. Esos maestros capaces de dejar huella, de abrir caminos, de merecer que, pasado el tiempo, algunos de esos alumnos los recuerden con afecto y respeto. H¨¦roes an¨®nimos que saben que de los veinte o treinta chicos que tiene en clase no se salvar¨¢n m¨¢s que algunos, pero que esos pocos ya habr¨¢n justificado sus esfuerzos. Su trabajo. Y para esos hombres y mujeres buenos, para esos maestros, la mejor herramienta, el mejor argumento, es un libro. Un libro que sepa, gracias a ellos, captar la atenci¨®n del ni?o, fascinar al joven, forjar al adulto¡±.?
¡°Estoy convencido, quiz¨¢ porque tengo biblioteca y he le¨ªdo lo suficiente para proyectarlo en la vida, de que viene un mundo duro. Complejo y dif¨ªcil. Un territorio hostil donde de nuevo, como en otros momentos de la Historia, el ser humano va a necesitar enormes recursos intelectuales para mantener la serenidad y la lucidez. Y tambi¨¦n estoy convencido de que para afrontar los desaf¨ªos de ese mundo que ya nos llama a la puerta no basta el buenismo est¨²pido que los adultos hemos organizado, llevamos mucho tiempo organizando, como mecanismo de diversi¨®n y de educaci¨®n de nuestros hijos. Todo eso se ir¨¢ al diablo al primer embate de realidad. Una realidad que siempre ha estado ah¨ª, en las fronteras del horror, y que desde hace m¨¢s de medio siglo el ser humano occidental se ha empe?ado en olvidar y en negar¡±.?
¡°En ese mundo que viene, que est¨¢ ah¨ª, que siempre estuvo pero que ahora en los confortables hogares occidentales se percibe m¨¢s, quienes hoy son ni?os necesitar¨¢n armas defensivas, recursos intelectuales y consuelo analg¨¦sico. Con maestros, hombres buenos, que los gu¨ªen por un territorio de libros, de literatura que los conduzca al territorio de la vida. Con libros como, por ejemplo, el Quijote. Ese libro complejo, dif¨ªcil de leer cuando se es joven y se est¨¢ a solas, pero que en manos de un buen gu¨ªa, de un hombre bueno que sepa utilizarlo, ofrece una panoplia extraordinaria de material con el que se puede trabajar en el aula, pues todo est¨¢ ah¨ª: literatura, aventura, dignidad, fracaso, ¨¦tica, hero¨ªsmo, cobard¨ªa, amor, infamia, bondad, lucidez¡. Con s¨®lo un Quijote como libro de texto, un buen maestro podr¨ªa trabajar todo un curso con sus alumnos de una forma eficac¨ªsima y fascinante, extrayendo de sus p¨¢ginas un temario tan completo como la vida misma. Un libro, record¨¦moslo, que habr¨ªa sido imposible sin un autor, Cervantes, asendereado de lecturas y de vida. Con la mirada l¨²cida, triste y bondadosa del hombre noble que ha le¨ªdo, ha viajado, y a la luz de todo eso escribe su obra inmortal¡±.?
¡°El Quijote es la bandera de nuestra patria: esa patria de 500 millones de hispanohablantes. La ¨²nica que nadie discute. La de la lengua espa?ola que nos hace hermanos en Puerto rico y en Espa?a, conscientes que si cada cual tiene la lengua que merece, nosotros tenemos la lengua magn¨ªfica que merecemos tener. La lengua m¨¢s hermosa del mundo. Y a m¨ª, que no soy muy de banderas y fanfarrias patrioteras, pues a menudo he visto cu¨¢nto canalla se esconde entre sus pliegues y sus notas musicales, debo confesar que me enorgullece decir esto aqu¨ª, en espa?ol de la vieja Castilla mestizado, enriquecido por siglos de historia, de sangres diversas, de lenguas, pueblos y lugares. Y hacerlo a miles de kil¨®metros del lugar donde por azar nac¨ª. Hablar en espa?ol hall¨¢ndome en la misma patria, en la m¨ªa, al cabo de X horas de vuelo en avi¨®n. Con la certeza de que aqu¨ª no soy extranjero y que ustedes no lo son cuando viajan all¨ª, y que en la sede de la Real Academia Espa?ola, junto al Museo del Prado, ustedes tienen su casa del mismo modo que yo tengo aqu¨ª la m¨ªa¡±.?
¡°Por todo eso necesitamos hombres buenos, hombres y mujeres con el patriotismo cultural al que acabo de referirme. Un patriotismo que nada tiene que ver con fronteras o razas. Un patriotismo noble que busca hacer mejores a nuestros hijos y nietos, en el que la literatura, la lectura, siguen siendo herramientas educativas eficaces e imprescindibles. La lectura, los libros, que permitir¨¢n a nuestros hijos y nuestros nietos, en tiempos revueltos de mudanza, a ambos lados del Atl¨¢ntico, seguir pensando como griegos, pelear como troyanos y, cuando llegue el momento, morir como romanos¡±.
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