D¨¢ndole patadas en el culo a Charlot
Joven, guapo y con Bugatti, as¨ª era Edgar Neville en los a?os veinte, un raro ejemplar

Joven, guapo y con Bugatti, as¨ª era Edgar Neville en los a?os veinte, un raro ejemplar en medio de aquella Espa?a en alpargatas, cruzada todav¨ªa por arrieros y c¨®micos de la legua. Este escritor y cineasta es el referente de esa otra Generaci¨®n del 27, no can¨®nica pero no menos talentosa, que lejos de haber sido diezmada por la Guerra Civil, se exhibi¨® como una barra de creadores divertidos, c¨¢usticos y desenfadados, decididos a pas¨¢rselo bien en la vida. La Generaci¨®n del 27 ha entrado en la historia de la literatura como un grupo exclusivamente de poetas, que en su mayor¨ªa sufrieron muerte y exilio a causa de la contienda fratricida. Basta con repasar el cat¨¢logo de los nombres con sus correspondientes penalidades. Garc¨ªa Lorca fue fusilado, Miguel Hern¨¢ndez muri¨® en la c¨¢rcel, y Alberti, Emilio Prados, Altolaguirre, Cernuda, Bergam¨ªn y Gil Albert, entre otros, fueron aventados a las tinieblas exteriores y algunos como Vicente Aleixandre y D¨¢maso Alonso permanecieron sometidos por la dictadura durante a?os al silencio de un exilio interior. Pero Edgar Neville, coet¨¢neo y amigo de todos ellos, pese a haber participado en el bando nacional como reportero de guerra, da la sensaci¨®n no solo de haber salido indemne de semejante cat¨¢strofe sino de haber cohesionado a su alrededor a un grupo de comedi¨®grafos y humoristas: Miguel Mihura, Tono, Jardiel Poncela, L¨®pez Rubio, que en apariencia se sintieron c¨®modos en la Espa?a franquista sin verse sometidos a su miseria moral gracias a su talento disolvente.
Edgar Neville naci¨® en Madrid el 28 de diciembre de 1899, hijo de un ingeniero ingl¨¦s que se ocupaba en Espa?a de una empresa familiar de motores, afincada en Liverpool; su madre, Mar¨ªa Romr¨¦e y Palacios, era condesa de Berlanga del Duero, t¨ªtulo que heredar¨ªa el hijo. Su ni?ez fueron im¨¢genes evanescentes de veranos en San Juan de Luz, del bachillerato en el colegio del Pilar en Madrid, de lecturas juveniles en sillones de mimbre y hamacas en el jard¨ªn de la casa palaciega en tierras de Valencia. De los pantalones bombachos, calcetines de rombos y zapatos de hebilla el espigado adolescente Edgar pas¨® directamente a una bohemia dorada alimentada en la far¨¢ndula y en las tertulias literarias a la espera de la madrugada para cargar en su descapotable rojo a alguna actriz a la salida del teatro. Compart¨ªa su pasi¨®n por los versos con aquellos amigos catedr¨¢ticos con pajarita de la Generaci¨®n del 27, pero, puestos a elegir, Neville era m¨¢s partidario de La Chelito que de G¨®ngora.
En 1922 ingres¨® en la carrera diplom¨¢tica. Fue destinado como secretario de embajada en Washington y de ah¨ª pas¨® al consulado de Los ?ngeles, un puesto que aprovech¨® para introducirse en el mundo de Hollywood donde apenas desembarcado su desenfado aristocr¨¢tico hizo estragos en aquel circo lleno de locos. De hecho a los pocos d¨ªas ya cen¨® con Douglas Fairbanks, Mary Pickford y Chaplin en el hotel Ambassador. As¨ª lo cuenta Neville a su amigo el dramaturgo Jos¨¦ L¨®pez Rubio, en octubre de 1928. ¡°Querido Pepe, te escribo desde casa de Douglas y Mary en donde estamos pasando el weekend. No tienes idea de lo simp¨¢tica que es esta gente. Me he hecho ¨ªntimo de Chaplin, es un genio como en sus filmes y deja que me divierta peg¨¢ndole patadas en el culo. Ma?ana van a venir a almorzar Greta Garbo y Gilbert. Esto es para quedarse a vivir aqu¨ª toda la vida¡±.
Un creador a reivindicar
Cuando el todopoderoso productor Harvey Weinstein visit¨® Madrid en verano, en un coloquio en la Academia pregunt¨® de qu¨¦ cineasta ten¨ªa que ver su obra para poder hacer posibles versiones. Una sabia espectadora respondi¨®: "?Edgar Neville!".
Las pel¨ªculas de Edgar Neville (conocido hasta hace poco m¨¢s por su labor de dramaturgo) est¨¢n viviendo hoy una justa segunda juventud. No solo en adaptaciones de sus propias obras de teatro, como la comedia soberbia El baile (1959), sino en otros g¨¦neros, como la obra maestra del terror La torre de los siete jorobados (1944), el drama La vida en un hilo (1945) y los thrillers Domingo de carnaval (1945) y El asesinato de la calle Bordadores (1946). Adem¨¢s realiz¨® el estupendo documental Duende y misterio del flamenco (1952), sobre ese g¨¦nero musical.
Chaplin le abri¨® las puertas de la Metro como dialoguista, ya que en aquella ¨¦poca, en los primeros balbuceos del cine sonoro, se rodaban versiones en espa?ol con destino al mundo hispano. Una vez consolidado como residente en Hollywood comenz¨® a atraer a la meca del cine a muchos de sus amigos: Jos¨¦ L¨®pez Rubio, Eduardo Ugarte, Tono, Luis Bu?uel, Enrique Jardiel Poncela. Chaplin contrat¨® a Neville como actor de reparto para un papel de guardia en Luces de la Ciudad. En esa pel¨ªcula se produjo el famoso pleito de Chaplin y el maestro Padilla, autor de La Violetera. La United Artist hab¨ªa contratado esa canci¨®n, entonces muy popular, por 80 d¨®lares la reproducci¨®n completa y 20 d¨®lares por cada fragmento que suena como leitmotiv en la aparici¨®n de la florista ciega y el vagabundo. Pero Chaplin se apropi¨® de esa melod¨ªa con la excusa de que ¨¦l la tatareaba siempre en la ducha y en los t¨ªtulos de cr¨¦dito aparece como autor. En el estreno de la pel¨ªcula en Par¨ªs el maestro Padilla, al conocer el plagio, exclam¨®: ¡°Para gitano, yo¡±. Interpuso una demanda y la Audiencia del Sena, al final de un pleito largo, conden¨® a la United Artist a pagarle 15.000 francos de indemnizaci¨®n.
El gran glot¨®n
Neville y sus amigos escritores llevaban en Malib¨² una vida placentera cobrando de la Metro un sueldo a cambio de nada. Bu?uel escrib¨ªa a su mecenas, el conde Noailles. ¡°Paso los domingos en casa de Chaplin. Es muy simp¨¢tico, pero muy poco inteligente. A Chaplin en sociedad no le gusta m¨¢s que la broma, el baile de talones, imitaci¨®n con gestos y otras encantadoras nader¨ªas. Tomamos el ba?o turco y es el ¨²nico momento donde ¨¦l se calla¡±. La Guerra Civil termin¨® con aquel tiempo de felicidad y seducci¨®n. A?os despu¨¦s, durante la amarga posguerra, en una mesa del caf¨¦ Gij¨®n, Jardiel Poncela recordaba: ¡°En Hollywood pas¨¦ la mitad del tiempo tumbado sobre la arena mirando las estrellas, y la otra mitad, tumbado sobre las estrellas mirando la arena¡±.
Se acab¨® la fascinaci¨®n. Junto a su pareja, la actriz Conchita Montes, la desaforada deriva hacia la glotoner¨ªa convirti¨® a Neville en un obeso dentro de cuyas derramadas carnes gritaba por salir aquel joven seductor lleno de talento, que en los buenos tiempos del swing se permit¨ªa el lujo de darle amistosas patadas en el culo a Charlot. En lo m¨¢s agrio de su degradaci¨®n f¨ªsica nunca perdi¨® el aire inteligente y desenfadado. En las cl¨ªnicas de adelgazamiento se levantaba a altas horas de la noche para asaltar la cocina. Muri¨® en Suiza, en 1967, precisamente cuando segu¨ªa un tratamiento contra su obesidad.
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